Supurante veneno maternal, dichoso nacimiento, ojitos que miran a los ojos de un dragón: –¡¡¡Santo Dios quiero que me devuelvan a mi hijo!!!… anímica lengua viperina, serpientes y madres; cucarachas y aterra-niños. –¡¡¡Me revienta, Sergio, que trafiquen con mis cosas!!!… ánimo altivo y poderoso, casi rozando la absoluta perfecta lógica mental. Despacio. –Amigo, ¿estás bien? ¿Cómo van los antis y cómo van las pastis? Porque te noto demasiado extraño– espíritu amistoso de increíble comprensión mental, casi rozando lo divino: una auténtica joya. –¡Camarade!, ¿por qué no los mandas a todos a tomar por culo ya de una vez? –una voz clara y concisa, prácticamente un aliado, un amigo: un perverso como yo. –Entre confidencias y terceros, amistades de primera, confusiones y divagaciones filosóficas y adultas– ¿Crees que Sergio ha vuelto a hablar con los demonios, Siid? ¿Sabes? Lo digo porque según me has contado está haciendo cosas extrañas otra vez. ¿Deberíamos ingresarlo? ¿Habrá dejado el tratamiento? ¿Será esquizofrénico? ¿O tendrá sida mental? –Claro que no, hombre, cómo vas a decir eso de mí, por favor: sólo que escucho unas pequeñas vocesillas que no me dejan en paz.
De súbito nace una voz perturbadora que me acompaña durante la madrugada, hablo con un espectro. Un titán muerto. Me embadurna el oído y la vida con silenciosas plegarias oscuras y terribles psicosis y paranoias sobre la realidad. Asustado y muerto de frío despierto de un rincón de la cama, entre sudores azules y sangre amarilla. El demonio del Ytchz lame mi oreja y yo quedo a su merced. Mi visión se nubla, mis ojos caen blancos y en mi boca se esboza una misma sonrisa cotidiana ya en mí. Certeza y monstruosidad. Voy a la habitación principal y cojo un cuchillo. No tengo el cerebro confundido, ni la mente perturbada, es sólo que, en cierto modo, el demonio me susurra lentamente, casi haciéndome el amor que cometa el acto final. Y deambulando hipnotizado mientras mis pies firmes, pero torpes van hacia el abismo de la ciudad sólo recuerdo una voz acribillante que me da consejos estúpidos y poco saludables para mi salud mental. Tiemblo un poco, no hay malicia, ni bondad; no hay crueldad, ni amor. No hay Jesucristo que me salve, ni gente que me mande… ni voces en mi cabeza. Todo el mundo quiere participar. Que no sea por no participar. Mi mente está frágil y vulnerable.
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