11 de agosto de 2023

Rehabilitación

Amanece un nuevo día y en mi sed una gota negra de veneno. El apetito en la nausea de la madrugada un puñal. Me ilumina el día una crucifixión que irradia luz amarilla. El cielo despejado: hoy suenan trompetas en el mundo mientras que yo me acostumbro a dormir infames horas en busca de consuelo o perder por completo el sentido. De mí nada hermoso, salvo cigarrillos hechos con papel de biblia, he perdido por completo el deseo de Dios, cuándo me gana el vicio por fumar y matarme. En el escritorio de la habitación unas cuántas colillas en un tazón negro con las insignias de Dios entre quemaduras púrpuras. La taza está sucia y su aroma rancio a café. Mi cuerpo envejece, mis dientes se van carcomiendo por el humo y por la fealdad que hay en la vejez. En mis ojos sólo se ve la expresión de un condenado en vida. Y mis padres, tan distantes, me hacen querer desaparecer para ellos también. Y mi hermana, tan extraña, me da la sensación de que no tiene nada ningún sentido. Lo he perdido todo. Y en la sonrisa de la juventud brillante y hermosa una mueca de asco ante una mala noticia: la muerte de un familiar, de un amigo, de un conocido... de alguien. Pero no os confundáis no estoy acabado. Aunque parezca estar finalizado... En mí todavía late un nervio, en mí todavía hay sangre y sé que no moriré de rodillas, si atado, sumergido, colgado, rajado, en la basura. Rebuscando en mis tripas algo de amor propio, bebiendo mi propio vómito para no morir de hambre, entrando en un bucle casi infinito de perversiones. De mi tumba lejana, la maldigo, la mantengo lejos. Quemaré toda la ropa cara que tenga para que así no pueda ir a mi propio entierro. Me retuerzo como un alma en pena, una sombra negra que observa aguardando desde el rincón más oscuro de la casa. Y entre laberintos me encontraré a mí mismo intentando encontrarle sentido a toda esta suerte de mugre nauseas y desesperaciones. En mi boca una manzana y en mi estómago el ardor de los líquidos de un farsante. Tremendo favor me he hecho. De los días hermosos y acogedores el terror de la casa y el cansancio superior que nos impulsa a ser parásitos cuándo no queremos mover ni un solo dedo por cambiar nada. No soy un insecto, soy un ente vagando libremente. No soy un santo, no soy un pecador; no soy nada, soy liviano, soy una plaga, soy lo que existe después del abandono. No soy una serpiente, ni un tirano, sólo soy un ente que busca un rincón oscuro. Perturbado y perpetuo. Entonces allí, en medio de la boca del devorador me encuentro yo, haciendo un esfuerzo titánico para no irme a la mierda. Navegando en un océano de sudor y ansiedades. ¿Qué será de mí cuándo las cosas empiecen a ir bien? ¿Recordaré algo de esto con nostalgia? ¿Ser una persona de provecho? ¿Qué haré cuándo me canse de perder el tiempo? ¿Habrá algo para mí después de la enfermedad? ¿El destino tiene algo preparado para mí? ¿Por qué es todo tan irónico si lo único que quiero es una vida, escritura y dos o tres amigos? ¿Pido tanto? Qué torpe, ni siquiera pido riqueza, ni familia, ni amor. El nauseabundo arte de exigir lo único por lo que sentí algo, escribir, a duras penas, en baja forma, en las peores circunstancias posibles, con la libido baja, con el amor propio fulminado, se acabó la plaga, he bebido del insecticida para la mediocridad. Y si esto es cierto, ¿por qué sigo siendo mediocre? ¿Servirá de algo guardar con tanto amor estos pasajes que nadie querrá leer? ¿Alguien se preocupará por mí? ¿Por qué me siento tan sucio y tan crudamente solo en este maldito y asfixiante mundo? No hay cuerda para mi cuello lo suficientemente letal para hacerme dormir. No existe cuchilla lo suficientemente afilada para dejarme sin sangre. No hay veneno lo suficientemente efectivo para morir ahogado en mi propio vómito. No hay contorsiones lo suficientemente sagradas cómo para calmar a un hombre que está maldito. Y sin embargo, pese a todo esto, sigo aquí, palpitando, consumiendo, respirando, viviendo. Y es allí cuándo todo adquiere un sentido tan minúsculo. La mesa está llena de cenizas, mi alma también. No os preocupéis, sólo es un retrato de lo que soy: una suerte de abominación. Un monstruo que no sabe aceptar la derrota. Y llevo en la derrota demasiado tiempo, es ofensivo, malcriado con el tiempo, absurdo, abusivo. Mi relación con el mundo es una relación de maltrato psicológico. Y si todo esto sirve para algo, ¿por qué tengo esa media sonrisa en la cara? ¿Por qué estoy tan de buen humor a pesar de estar flotando en un océano de babas somnolientas? Estoy alejado y en jaque. Estoy solo y rodeado de enemigos. No tengo el alma de un buen padre, ni el útero de una madre; por lo tanto, no sirvo para ningún propósito biológico. Soy un ente que deambula entre las cuatro paredes de su casa, abusando de las pocas sustancias que tiene a su disposición. Descomposición y fémures. El mundo no tiene ningún sentido para mí. Pero eso no quiere decir que no lo entienda. Es tan fácil como explicarle a un niño el sentido de la vida. Pero no quisiera hacer llorar al niño. El sentido de la vida en sí da ganas de llorar.