15 de septiembre de 2019

Esa princesa me ha vuelto marica



Capítulo único
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             Si soy honesto no recuerdo con disgusto cuando le hice una paja a un chico con parálisis, ni tampoco me humilló que se corriera en mi boca. Aunque el sabor casi me hace vomitar (no me gusta ese aroma), pero supongo que en realidad eso es asunto mío. Y aunque es cierto también que me lo tragué todo sólo por hacerle feliz, pensé en todo momento que nadie en la vida haría jamás algo así por él. Nadie se traga la corrida de un puto paralítico en silla de ruedas. No es que me gustaran los hombres, es sólo que entendía que sólo éramos carne. Además ese pobre muchacho estaba muy caliente y en cierto modo entendí que yo tenía una responsabilidad con él. La conversación había escalado sobre mí y tenía que cumplir una labor: además tampoco soy un sucio calientapollas.

       Me inicié en estas labores entre chicos gracias a una princesa que me había vuelto muy marica. Pero sólo era marica con él (bastante de hecho), el resto del tiempo era un auténtico macho: o al menos eso quería creer. Qué puedo decir de mí: soy talentoso para muchas cosas, arrogante en otras. Cínico hasta la muerte. Y tengo el mismo talento para apuñalar con los ojos. Aquel muchacho discapacitado había vivido emociones muy fuertes conmigo, aunque también era cierto que llevábamos máscaras y artefactos por la época y el momento en el que nos encontrábamos: no éramos completamente nosotros. Pero nada de esto era demasiado espectacular. Nunca me imaginé que todo acabaría así, el chico de la media cara, de la media espalda, de la media polla; etcétera: etcétera: etcétera. Hasta la nausea. Una princesa triste y deprimida, alguien muerto, quizás veinte, y alguien irrisoriamente en silla de ruedas. Un fetiche extraño.

          Yo sólo podía ofrecerle un falso espejismo de placer y comprensión. En el fondo yo sabía que él sólo quería un poco de amor. No me sentía especialmente sucio por todo esto, sino que yo era realmente una persona sucia. Pero me gustaba jugar a arriesgarlo todo en este mundo. Las máscaras nos distorsionaban las facciones y parecíamos de plástico. Éramos criaturas muy hermosas pero también muy sufridas. Todo el mundo quería aparentar o ser otro. Ser una farsa, mentir, exagerar, buscar atención. Aquí todos éramos putas de la atención. Y la verdad es que todo este asunto era terriblemente patético y devastador. A mí, en particular, me deprimía muchísimo.


Capítulo falso
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          Después de subirme los pantalones y con el imbécil satisfecho me dijo que yo era una slut cum y fue entonces cuando me di cuenta que habían abusado de mí. Que se habían aprovechado de mí porque no merecía esas palabras, porque no era sólo eso, porque era mucho más que sólo carne. Entendí lo que sentían muchas chicas. El ser usadas por algún arrogante hablador hijo de su puta madre. Y por eso me rompía tanto el alma pensar que mi princesa había vivido todo eso con el soplapollas de turno. Porque cuando se enteró que me lo encontré por la catedral, cerca de un bar, y empezamos a charlar se puso de los nervios: se envenenó completamente. Porque no era un capricho o simple desprecio, era auténtico odio. Auténtico odio, ardiente odio, auténticas maldiciones salidas de su boca.

          Y yo sentía un amor sagrado por esa persona, por mi dulce princesa. Ese chico era increíble: sus ojos de indolencia eran los más hermosos que había visto nunca en toda mi vida, su barba casi divina empapaba mis ojos de lágrimas. Su cabello largo me embriagaba y sus pómulos afilados como la escarcha me dejaban petrificado. Sus labios secos y tibios susurrándome mariconadas. En cierta ocasión me pregunté si no era realmente la encarnación de Cristo. Que si esa princesa no era el mismísimo Cristo pidiéndome que me lo follara por el culo. Que si Cristo quería que nos hiciéramos una mamada juntos, que el número de la bestia era el 66 y el de Cristo el 69. No me jodas, todos los maricas creen en Dios.


(...) 
          Estoy destrozado, alguien abusó de mi princesa y no pude hacer nada. La imaginé caminado por la ciudad recién follada, sucia, llena de semen y lágrimas. Sintiéndose una puta mierda. Acercándose a la catedral dónde están los grandes señores, saludando a la gente con disimulo, aparentando calma y paz; y luego caminando hacia el horizonte hasta encontrar el puente de la ciudad y saltar al agua para morir ahogada. O devorada por un cocodrilo gigante. Me rompe el alma su tristeza y su soledad, su silencio y su maldición, su miedo y su dolor. Me rompe el alma que alguien tan bello como él tuviera que sufrir cosas tan horrible como ser usado por alguien al que en realidad no le importas más que ser un agujero caliente. Porque nadie hermoso de verdad merece sufrir absolutamente nada. Y los más horribles de alma tampoco, aunque (me río), hay excepciones como ese puto maricón de mierda.


Asco
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          Deseaba encontrarme de nuevo a ese cabrón que se aprovechó de mí y romperle la nariz a puñetazos. Pero todo tiene consecuencias: debería estar él saltando al abismo y ahogándose con su propia sangre, saltando a un océano de sangre para morir lleno de escarcha roja. Debería estar él traumatizado y no yo, y no la princesa, y no nadie; salvo él. No debería sentirme sucio ni odiarme a mí mismo por ceder ante un puto hablador, bajarme los pantalones y dejarle entrar en mí, permitirle correrse dentro y luego besar sus labios llenos de su propia corrida. Tú sí que eres una puta de las corridas, hijo de la grandísima perra.


Capítulo 1
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         Mi princesa era increíble. Su dulzura era absolutamente penetrante. Ni siquiera yo podía aguantarle la mirada, porque había sufrido más que yo. Ni siquiera yo podía hablar más que él, aunque él no dijese nunca nada. Sus manos rodeándome desde mi espalda, sus dedos entrelazados con los míos desde mi abdomen. Sus labios bendiciendo mis propios labios. Su voz en mi nuca, sus labios sobre mi polla, sus ojos sobre mi polla, sus manos sobre mi polla… su puta alma sobre mi polla. Era increíble. Cuando le hacía el amor me estremecía de puro regocijo, jadeaba llorando de auténtica dicha, porque él era mío y yo era suyo, y sólo había absoluto amor, silencioso amor: amor marica. Él me hacían dudar de todo lo que el mundo me había mostrado. Y por eso tenía una sonrisa imposible en mi rostro. Porque yo era auténtico con él. Porque yo era real con ella.

          Tuvimos largos paseos por la ciudad juntos, aguantando el frío de la ciudad. Con los ojos congelados y los labios mordidos. Con las manos entrelazadas como dos novias el día de su parto. Con el cabello atado por el viento y con las pestañas intactas por los buenos viajes oníricos. Con la nariz fría como el odio de un hombre bueno. Caminando por la ciudad llenos de felicidad y complicidad. Riéndonos entre nosotros sobre cualquier estupidez, riéndonos de la gente como dos demonios, saboreando la felicidad… Como dos enamoradas nazis. Dos dulces pétalos de lo más sagrado y retorcido que puede ofrecer el mundo: intimidad. Largos paseos por la ciudad acompañando nuestras tristes y dolidas almas negras, como ángeles con cuernos de mil cabezas, como sangre de color púrpura, como odio volviéndose amor en una petaca de alma humana. Unidos por un sentimiento de desprecio arrogante hacia el mundo. Del más delicioso narcisista y terrible cinismo. Juntos en una habitación fumando hierba hasta emborracharnos con el humo absorbente. Fumando hasta las siete de la mañana, entre polvo y polvo. Respirando sagrado deleite de Dios. Siendo la novia de Dios: siendo Dios. Absolutamente. Mía. No existe nada que pudiera romper mi alma salvo el pasado de diminutos mortales, arrogantes también, pero obscenamente humanos. Basura que sólo sabe causar daño y maltratar flores bellísimas. Esa princesa era un bombón. Noches enteras sudando en medio del frío congelante. Sudados y abrazados mientras esperábamos que el agua se calentara en la bomba de calefacción y volvíamos a follar y a follar y a follar... Largas y atropelladas conversaciones en inglés que ni yo mismo sabría volver a pronunciar. Lo más hermoso de mi vida me lo ofreció una princesa que había sido ofendida.


Apéndice
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          Hablé con El hombre Agujero y trazamos un plan. Íbamos a ir a por él. Luego vinieron las buenas noticias. Volvimos a hablar con La Sucia Larva y fuimos a por ese cabronazo. Fuimos los tres a por el tipo que abusó de mi princesa, lo mío no importaba porque era lo suficientemente fuerte cómo para soportar un dolor y una tragedia así en mi vida, y aunque mi princesa podía soportarlo también: yo no podía. Lloré de emoción cuando Larva me dijo que sí, que olvidáramos el pasado y que ahora estábamos juntos en esto para vengar completamente la afrenta que sufrió mi novia. Abismo me dijo que también estaba dentro y que íbamos a ir a muerte. Casi parecían los viejos tiempos, auténtica complicidad. Intimidad. Amor. Y cuando lo encontramos en un bar de la ciudad, nos acercamos a él de forma lenta y sutil, hasta que nos brindó su atención, le hipnotizamos con nuestras lenguas, con nuestras palabras hasta que él cedió a nuestra magia y con engaños lo llevamos al baño de los chicos. No me había reconocido, el subnormal tenía mala memoria. Con la expectativa de una raya de coca gratis vino al baño con nosotros. Entonces saqué de mi bolsillo un frasco de cristal con la coca, piqué 4 rayas y le di el billete, le digo que él primero, se relame dice que cuál de todas, le digo que eso da igual porque todas son para él, se alarma un poco, dice que eso es demasiado, que le va a estallar el corazón, lo dice riéndose nervioso. Miro a Larva, arqueo las cejas, y le responde que es de mala educación rechazar droga gratis. Abismo se sonríe, dice que para nada era mucho, que era muy suave, y con el dedo húmedo coge un poco de coca y se lo unta en las encías, le mira seguro, y le dice que vea, que no es tanto como lo pensaba. Pero el puto maricón éste no quiere meterse las rayas, entonces saco de detrás de mis pantalones un revólver cargado. Me empiezo a descojonar en su cara, luego le explico que tengo esa arma sólo para él. El tipo traga saliva, y empieza a esnifar la primera raya. Alguien intenta entrar al baño, pero Larva lo empuja fuera y le dice que nadie quiere a nadie más en esta orgía particular y perpetua. Ese tipo tenía auténtico sentido del humor. Tenemos pocos minutos, le doy al seguro y libero el arma, le hago saber que estoy listo para su corrida. Le grito –Esnifa más, puto maricón. Obedece. Lo esnifa todo, asustado y medio loco, con los ojos hinchados y con la nariz sangrante. Le miro a los ojos con la mirada de un asesino –lame el puto plato, le grito. Me hace caso, se le ve activo como un toro, enfurecido y confundido. Siento lástima por el alma que me voy a comer. Le doy el arma a Abismo que la sujeta con expectación y deseo. Luego le doy un bofetón al puto marica éste y me contesta agresivo, lo veo en su forma más primitiva y deliciosa, y empezamos a pegarnos puñetazos hasta que por peso logro derribarlo al suelo. Magullado tengo sólo segundos hasta que entre alguien, Abismo juguetea con la pistola y Larva le pisaba los brazos al imbécil mientras vendía mi alma. Luego le bajo los pantalones y empiezo a follármelo. Y justo cuando voy a correrme dentro de él, mientras él lloriquea y tocan rabiosos a la puerta, escuchamos un disparo que nos estremece por completo. Niego con la cabeza, veo la sangre detrás mío, desparramada sobre mis pies, a Larva con el rostro roto y los ojos rojos, no me lo puedo creer. Vacilo torpemente si correrme o no, esta vida es una puta mierda. Abismo se ha pegado un tiro. Y no sé bien si por error o porque no soportó ver todo lo malo de mí. Miro a Larva con los ojos rotos y desfigurados, él rechista y me dice que ya sabe qué va a ocurrir, le digo con el poco sentido del humor que me queda que se encierre en una de las celdas de váter y que no salga. Se ríe nervioso, cojo el arma, abro la boca y pienso.

Joder.




11 de septiembre de 2019

La fábula de las gallinas

(escrito por MACARIO AMADOR, amigo de Sífilis Mon Amour)

Encontré a mi tío en la celda 206. Estaba sentado encima de la cama encogido de brazos y piernas. Tenía el rostro desencajado y los ojos tumefactos debido a la falta de sueño. Deslicé repetidas veces la palma de mi mano ante ellos sin obtener por su parte reacción alguna. Sus ojos apuntaban hacia el fondo de la estancia. Parecía enajenado, sumido en pensamientos ajenos a este mundo. Acerqué mi oído a sus labios, que temblaban incesantes. No cesaba de murmurar: “serán putas las gallinas, serán putas las gallinas, serán…”. Todo ello sucedió después de los hechos que me dispongo a relatar. Cabe señalar previamente que mi tío nació antes de tiempo, impulsado quizás por esa rabia congénita que tanto le caracteriza. Su madre dio luz a los seis meses, permaneciendo mi tío varias semanas en ese tipo de inexistencia propia de las incubadoras. Sumido en las tinieblas y rodeado de cables y de pantallas intermitentes que seguían sus constantes vitales, a veces el resplandor de un foco bañaba aquel siniestro lugar de una luz enfermiza, y esta luz enfermiza no era desde luego la presencia de ningún Dios; sino más bien la prueba manifiesta de la dureza con que determinados individuos tienen la desgracia de venir al mundo. Durante este periodo mi tío fue objeto de comentarios ininteligibles por parte de los médicos que no hacían más que prolongar la agonía de mi abuela. Luego mi tío creció sano, robusto y hermoso como un tostón y mi abuela pudo morirse tranquila dejándole en herencia la granja. Pronto mi tío cobró fama en el resto de las granjas aledañas de que por el motivo más insignificante era capaz de destruir todo cuanto le rodease, incluso aquello que más sudor y esfuerzo le hubiera costado conseguir. Pongo como ejemplo a su mujer, a la que atravesó con una horqueta tras enterarse de que se había quedado embarazada. Pero yo no he venido aquí a hablar del desafortunado final de la mujer de mi tío, ni del hijo que llevaba en sus entrañas. De lo que quiero hablar es de lo que les aconteció a las gallinas que tenía mi tío en su granja. Materia hoy de gran interés y que me dispongo a contar con el objeto de ilustrar a aquellos individuos cegados por la ignorancia y que sin duda padecen serios trastornos mentales tan dignos de estudio como el caso de mi tío. Resulta que en la granja había un corral de gallinas presidido por un Gallo que todas las mañanas las engatusaba con su hermoso Kikiriki. Un día mi tío le arrancó la cabeza. Tenía las manos grandes y fuertes capaces de descoyuntar a un jabalí, por lo que lo del Gallo no satisfizo sus poderosas ansias de destrucción. Acto seguido plantó la cabeza del Gallo en medio del corral clavándola en una estaca. “No cantarás más, puto gallo”, le dijo mi tío a la cabeza inerte. Después irrumpió en macabras carcajadas al mismo tiempo que le sacudían aterradoras convulsiones. Luego mi tío se tranquilizó y se puso a observar a sus gallinas, que contemplaban la estampa sin entender por qué el gallo no las cortejaba con su maestro kikiriki. Cuando mi tío se retiró, las gallinas discutieron durante largo rato sobre qué había podido pasar, y, finalmente, como la mayoría eran bastante idiotas, también se marcharon. Todas a excepción de una, la Gallina Alfa. Esta gallina le había cogido ojeriza al Gallo porque su kikiriki era francamente fabuloso, mientras que el suyo semejante al balbuceo de un sordomudo imbécil. En el fondo del océano habitan seres dotados de particularidades asombrosas. Tal es el caso del Kobudai hembra, que tiene la habilidad de cambiar de género inesperadamente. La metamorfosis del Kobudai es realmente extraordinaria. La parte frontal de la cabeza se pronuncia desmesuradamente hasta formar una especie de huevo enorme que le deja el rostro completamente desfigurado. Igualmente, los labios se le agrandan saliéndole del borde unos dientes repugnantes que crecen muy separados entre sí. En conjunto el pez cobra el aspecto de un ser primitivo y monstruoso que supera con creces cualquier clase de Ente digno de la peor pesadilla o de la imaginación más prodigiosa. En cualquier caso, el parecido con la Gallina alfa de la que estamos hablando es meramente anecdótico. Lo cierto es que, a la Gallina Alfa, tras picarle los ojos a la cabeza del Gallo, se le tornó la cresta más esbelta y colorada, así como su pico más largo y afilado, y le brotaron instantáneamente las Barbillas propias de los machos colgándole bajo el pico como testículos arrugados, rojos como un par de cerezas, o como anginas inflamadas. Luego, tras emerger el sol de las tinieblas, se escuchó tal Kikiriki que la apacible comunidad de las gallinas salió al corral visiblemente contentas y celebrando con espasmódicos andares el milagro sucedido. No así mi tío, que tal canto le trastornó el sueño, un sueño en el que cogía un tren con destino a marruecos, y que inexplicablemente, tras alcanzar el estrecho, pegaba un brinco increíble que le hacía pasar al otro lado hallando así el paroxismo de su felicidad, pues cabe decir también, que no había nada en el mundo que mi tío más deseara que conocer la costa de marruecos. Por este motivo, se levantó iracundo y rabioso de la cama y, amarrando su escopeta, descerrajó un par de tiros a la entusiasta comunidad de las gallinas. Saltaron las plumas con solemne vuelo hacia el cielo matutino para descender luego en círculos oscilando entre la nube de pólvora hasta alcanzar la arena removida y ensangrentada del corral. Cuando tras la cortina de humo fue perfilándose intacta la cabeza del Gallo cuyas fuertes manos habían arrancado, mi tío comenzó a temblar tal como lo encontré en la celda 206 del manicomio, y como debió permanecer durante todos estos años desde aquel “incidente” con las gallinas.