22 de octubre de 2019

Control de cinturones

Por L. N. M


Volvíamos de vuelta al coche estacionado en los subterráneos del edificio donde vivía mi abuela. Habíamos dejado a mi querida abuela sana y salva en su casa. Mi abuela que, a pesar de su edad, mantenía la cabeza lúcida y conservaba su sentido del humor, no obstante, cada vez estaba más sorda y ciega. Debido a un accidente transcurrido cuatro décadas atrás, mi abuela también presentaba serias dificultades de movilidad. Mi abuela siempre me ha dicho que la cruz de su vida eran sus huesos. Por este motivo, tras realizar cualquier operación con ella, el hecho de dejarla sana y salva en casa suponía todo un reto. Reto que, una vez superado, se convertía en la causa de nuestra alegría. Que mi abuela no tropezara resultaba algo francamente milagroso. Era como si en plena noche uno transitara sin recambios con su bicicleta por una carretera en mal estado y, en un momento dado, atravesara un tramo repleto de cristales. En ese instante, por más que uno sea diestro a la hora de conducir su bicicleta y efectúe con sorprendente habilidad toda clase de maniobras, el hecho de no pinchar la rueda y quedarse aislado en medio de esa carretera siniestra y solitaria; demuestra que todo en esta vida está sujeto a los designios del azar, escapando de esta forma a nuestra voluntad y entendimiento. Una vez montados en el coche, mi tío, mi tía y yo emprendimos el viaje de vuelta. Recuerdo que en ese momento todo era felicidad. Reíamos como locos montados en el coche. Yo en el asiento trasero del medio, con mis manos sobre los cabeceros de los asientos de la parte delantera, miraba a uno y otro lado sonriendo a mis tíos. “¡Que bien salió esta vez!”, dije. “¡Jamás estuve más contenta”! Repuso mi tía. “Cuando se superan con éxito las adversidades y los obstáculos que nos impone la vida, uno cobra consciencia de que es ahí mismo donde reside la felicidad”, añadió mi tío sujetando con ambas manos el volante. La puerta de la cochera se accionó a través del laser del mando a distancia que mi tío guardaba siempre en la guantera de su asiento. La luz resplandeciente del exterior nos cegó por completo durante unos segundos. Mi tío, conductor experimentado, apretó el embrague y metió la primera. Ascendimos por la rampa lentamente hasta que al fin alcanzamos la superficie. Todavía nuestros ojos no se habían acostumbrado a la claridad del día, cuando, justo de frente, un control de la guardia civil nos obligó a detenernos. Lo primero que escuchamos fue un estruendoso pitido de advertencia. El guardia, con el tricornio ceñido, se encaminó hacia el coche como un toro bravo. Era un hombre realmente esquelético y anormalmente alto. Vestía con su uniforme verde plomizo, y al caminar daba la impresión de que en cualquier momento sus piernas escuchimizadas podrían enredarse propiciando una trágica caída. El hecho de que los cuerpos caigan me parece un descubrimiento absolutamente devastador. Por eso yo siempre tengo mis objetos personales en el suelo, donde la fuerza potencial es mínima, y así siempre me prevengo de desgracias mayores. “¡Deténgase de inmediato!”, bramó el guardia. “¿Qué sucede, agente?”, preguntó alarmado mi tío. “¡Control de cinturones!”. Dando unos golpes con los nudillos de su raquítica mano derecha, el guardia ordenó a mi tío que bajara la ventanilla. Mi tío se apresuró a cumplir la orden, puesto que no deseaba en absoluto perturbar la paz y tranquilidad de los ciudadanos. Entonces el guardia introdujo su cabeza en el interior del vehículo, su cabeza que era como una calavera viviente. Apostó sus largos y finísimos dedos en el marco de la ventana e introdujo medio cuerpo. Olfateó el interior como un perro bien adiestrado, moviendo la nariz puntiaguda siguiendo el rastro del delito. Primero olfateó el cuello sudoroso de mi tío, que tenía los nervios a flor de piel. Después, adentrándose cada vez más, hasta prácticamente meter todo el cuerpo, recorrió con la nariz los sobacos de mi tía, igualmente sudados, aunque no por los nervios. Una vez transcurrida esta minuciosa inspección, dirigió su alargada nariz (cada vez parecía más alargada y puntiaguda) hacia el asiento trasero del medio. En mi vida había sentido tal violación de mi intimidad, tras la alegría pasada, ahora lo estaba pasando verdaderamente mal. Me lanzó una mirada cargada de malicia. La mirada de un cadáver viviente. Por más que tratara de reconocer en aquellos ojos achinados y chispeantes, del mismo color que el uniforme, algún rasgo que me permitiera identificar al guardia como un sujeto de la misma especie, lo cierto es que solo hallaba en ellos la fría inexpresividad de un muerto. “Ahjá”, escupió el guardia. “Lo que yo pensaba. Todos ustedes son unos malditos delincuentes”. Inesperadamente mi tía lanzó una carcajada. El guardia se viró inmediatamente hacia ella, pero ella seguía riendo y riendo, ostentando su dentadura podrida y a falta de algunos dientes. “¿Por qué dice usted eso, agente?”, preguntó mi tío, clavándole el codo a su hermana para que callara. “Ninguno lleva puesto el cinturón. Se trata de una falta gravísima que solo puede subsanarse con doscientos euros por cabeza”. “¿Doscientos euros?”, preguntó mi tío llevando las manos del volante a su despeinada cabeza. “Pero nosotros no tenemos tanto dinero, agente”. Mi tía volvió a irrumpir en carcajadas. Carcajadas que después se convirtieron en esputos. Esputos que terminaron en una tos carrasposa y flemática. “Pero eso es falso”, añadió mi tía una vez se hubo recobrado de la tos. “¿Cómo que falso? ¿Acaso se atreve usted a contradecir a la autoridad?”. “No es eso agente” continuó mi tía. “Por lo menos en mi caso, tengo que señalar que si llevo puesto el cinturón”. “Eso es radicalmente falso”, repuso azorado el guardia. “No si usted me deja explicarme”. El guardia volvió a introducir la cabeza en el coche y observó a mi tía incrédulo. “Entonces explíquese”, añadió un poco más sosegado. “Puede usted sentarse con nosotros” insinuó mi tío. “Sí, aquí en la parte de atrás. Mi sobrino le hará un sitio”. “Agente”, dijo mi tía, “¿le importa si me fumo un cigarro?”. El guardia asintió, y acto seguido, se metió dentro del coche por la ventanilla. Primero se apoyó sobre mi tío, que se revolvió incómodo en el asiento, aunque manteniendo siempre la compostura. A continuación, gateó el guardia como pudo hasta alcanzar la parte trasera. Yo me orillé a un extremo y dejé que se sentara en el medio. Mi tía se giró hacia el guardia y ofreció a todos los ocupantes unos cigarrillos. Mientras fumábamos descosidamente desde nuestras respectivas posiciones y el auto comenzaba a llenarse rápidamente de humo, mi tía comenzó a explayarse en los siguientes términos: “Lo que sucede, agente, es que llevamos puesto el cinturón, pero usted no lo ve porque nuestros cinturones son invisibles”. Arqueando una ceja: “¿Invisibles?”. “Completamente invisibles, agente”. “Comprendo”, dijo el agente un tanto sorprendido. “Pero yo jamás había oído hablar de este tipo de cinturones”. “¿Le suena a usted la cerveza artesana invisible?, preguntó mi tía. “Me temo que no”, añadió el agente cabizbajo. “Bueno, lo cierto es que me la trae al pairo”, prosiguió mi tía. “Verá usted, antes se vendía una cerveza aquí, en nuestra hermosa ciudad, que se llamaba Mangurrina. “¿Artesana también?”, preguntó intrigado mi tío. “Tan, o incluso más artesana que la invisible”. En ese momento, la densidad del humo era tal que ya no podíamos ver nuestros rostros. “¿A dónde quiere usted llegar?”. “Muy simple. Pero antes de continuar, me gustaría preguntarle si usted sabe qué quiere decir Mangurrina. Es más, si usted llega a comprender la importancia del hecho de que, a nosotros, los cacereños, nos llamen mangurrinos”. Todos permanecimos en silencio. “Ya veo que ninguno tiene ni idea. Pues bien, la Mangurrina es, por así decirlo, el sombrerito de la bellota. Esta es la razón por la cual los de Badajoz nos llaman mangurrinos. No es nada malo, créame, agente. No hay nada de malo en ello. Se trata únicamente de un problema geográfico”. “Ya entiendo”, contestó el guardia. “Por las mismas razones llamamos nosotros belloteros a los de Badajoz. Bien. Agente, ¿piensa usted multarnos ahora? ¿ahora que ya conoce toda la verdad?”. “No sé qué decirle, señora, su historia me ha impresionado mucho”. “Piense bien en todo lo que ha dicho mi hermana, agente”. “¡Oh, que carai! Supongo que su hermana tiene razón. Que toda esta disputa está fuera de lugar. El mundo es un lugar muy extraño. Cuando uno es guardia civil…”, el guardia suspiró, “uno ve demasiadas cosas. Cosas horribles. Cosas que ni si quiera podéis imaginar”. En ese momento, agobiado por el humo (creo que agobiados estábamos todos), mi tío abrió la ventanilla y el humo se fue disipando. “Está bien. Voy a dejaros marchar. Nada de esto tiene sentido si efectivamente los cinturones son invisibles, y creedme que ahora estoy convencido de que lo son”. “Muchas gracias agente”, agregó mi tío lanzándole una sonrisa, “ha sido un placer conocerle”. Mi tío volvió a poner las manos sobre el volante. De nuevo nos sentíamos felices.

15 de septiembre de 2019

Esa princesa me ha vuelto marica



Capítulo único
***

             Si soy honesto no recuerdo con disgusto cuando le hice una paja a un chico con parálisis, ni tampoco me humilló que se corriera en mi boca. Aunque el sabor casi me hace vomitar (no me gusta ese aroma), pero supongo que en realidad eso es asunto mío. Y aunque es cierto también que me lo tragué todo sólo por hacerle feliz, pensé en todo momento que nadie en la vida haría jamás algo así por él. Nadie se traga la corrida de un puto paralítico en silla de ruedas. No es que me gustaran los hombres, es sólo que entendía que sólo éramos carne. Además ese pobre muchacho estaba muy caliente y en cierto modo entendí que yo tenía una responsabilidad con él. La conversación había escalado sobre mí y tenía que cumplir una labor: además tampoco soy un sucio calientapollas.

       Me inicié en estas labores entre chicos gracias a una princesa que me había vuelto muy marica. Pero sólo era marica con él (bastante de hecho), el resto del tiempo era un auténtico macho: o al menos eso quería creer. Qué puedo decir de mí: soy talentoso para muchas cosas, arrogante en otras. Cínico hasta la muerte. Y tengo el mismo talento para apuñalar con los ojos. Aquel muchacho discapacitado había vivido emociones muy fuertes conmigo, aunque también era cierto que llevábamos máscaras y artefactos por la época y el momento en el que nos encontrábamos: no éramos completamente nosotros. Pero nada de esto era demasiado espectacular. Nunca me imaginé que todo acabaría así, el chico de la media cara, de la media espalda, de la media polla; etcétera: etcétera: etcétera. Hasta la nausea. Una princesa triste y deprimida, alguien muerto, quizás veinte, y alguien irrisoriamente en silla de ruedas. Un fetiche extraño.

          Yo sólo podía ofrecerle un falso espejismo de placer y comprensión. En el fondo yo sabía que él sólo quería un poco de amor. No me sentía especialmente sucio por todo esto, sino que yo era realmente una persona sucia. Pero me gustaba jugar a arriesgarlo todo en este mundo. Las máscaras nos distorsionaban las facciones y parecíamos de plástico. Éramos criaturas muy hermosas pero también muy sufridas. Todo el mundo quería aparentar o ser otro. Ser una farsa, mentir, exagerar, buscar atención. Aquí todos éramos putas de la atención. Y la verdad es que todo este asunto era terriblemente patético y devastador. A mí, en particular, me deprimía muchísimo.


Capítulo falso
***
          Después de subirme los pantalones y con el imbécil satisfecho me dijo que yo era una slut cum y fue entonces cuando me di cuenta que habían abusado de mí. Que se habían aprovechado de mí porque no merecía esas palabras, porque no era sólo eso, porque era mucho más que sólo carne. Entendí lo que sentían muchas chicas. El ser usadas por algún arrogante hablador hijo de su puta madre. Y por eso me rompía tanto el alma pensar que mi princesa había vivido todo eso con el soplapollas de turno. Porque cuando se enteró que me lo encontré por la catedral, cerca de un bar, y empezamos a charlar se puso de los nervios: se envenenó completamente. Porque no era un capricho o simple desprecio, era auténtico odio. Auténtico odio, ardiente odio, auténticas maldiciones salidas de su boca.

          Y yo sentía un amor sagrado por esa persona, por mi dulce princesa. Ese chico era increíble: sus ojos de indolencia eran los más hermosos que había visto nunca en toda mi vida, su barba casi divina empapaba mis ojos de lágrimas. Su cabello largo me embriagaba y sus pómulos afilados como la escarcha me dejaban petrificado. Sus labios secos y tibios susurrándome mariconadas. En cierta ocasión me pregunté si no era realmente la encarnación de Cristo. Que si esa princesa no era el mismísimo Cristo pidiéndome que me lo follara por el culo. Que si Cristo quería que nos hiciéramos una mamada juntos, que el número de la bestia era el 66 y el de Cristo el 69. No me jodas, todos los maricas creen en Dios.


(...) 
          Estoy destrozado, alguien abusó de mi princesa y no pude hacer nada. La imaginé caminado por la ciudad recién follada, sucia, llena de semen y lágrimas. Sintiéndose una puta mierda. Acercándose a la catedral dónde están los grandes señores, saludando a la gente con disimulo, aparentando calma y paz; y luego caminando hacia el horizonte hasta encontrar el puente de la ciudad y saltar al agua para morir ahogada. O devorada por un cocodrilo gigante. Me rompe el alma su tristeza y su soledad, su silencio y su maldición, su miedo y su dolor. Me rompe el alma que alguien tan bello como él tuviera que sufrir cosas tan horrible como ser usado por alguien al que en realidad no le importas más que ser un agujero caliente. Porque nadie hermoso de verdad merece sufrir absolutamente nada. Y los más horribles de alma tampoco, aunque (me río), hay excepciones como ese puto maricón de mierda.


Asco
***
          Deseaba encontrarme de nuevo a ese cabrón que se aprovechó de mí y romperle la nariz a puñetazos. Pero todo tiene consecuencias: debería estar él saltando al abismo y ahogándose con su propia sangre, saltando a un océano de sangre para morir lleno de escarcha roja. Debería estar él traumatizado y no yo, y no la princesa, y no nadie; salvo él. No debería sentirme sucio ni odiarme a mí mismo por ceder ante un puto hablador, bajarme los pantalones y dejarle entrar en mí, permitirle correrse dentro y luego besar sus labios llenos de su propia corrida. Tú sí que eres una puta de las corridas, hijo de la grandísima perra.


Capítulo 1
***
         Mi princesa era increíble. Su dulzura era absolutamente penetrante. Ni siquiera yo podía aguantarle la mirada, porque había sufrido más que yo. Ni siquiera yo podía hablar más que él, aunque él no dijese nunca nada. Sus manos rodeándome desde mi espalda, sus dedos entrelazados con los míos desde mi abdomen. Sus labios bendiciendo mis propios labios. Su voz en mi nuca, sus labios sobre mi polla, sus ojos sobre mi polla, sus manos sobre mi polla… su puta alma sobre mi polla. Era increíble. Cuando le hacía el amor me estremecía de puro regocijo, jadeaba llorando de auténtica dicha, porque él era mío y yo era suyo, y sólo había absoluto amor, silencioso amor: amor marica. Él me hacían dudar de todo lo que el mundo me había mostrado. Y por eso tenía una sonrisa imposible en mi rostro. Porque yo era auténtico con él. Porque yo era real con ella.

          Tuvimos largos paseos por la ciudad juntos, aguantando el frío de la ciudad. Con los ojos congelados y los labios mordidos. Con las manos entrelazadas como dos novias el día de su parto. Con el cabello atado por el viento y con las pestañas intactas por los buenos viajes oníricos. Con la nariz fría como el odio de un hombre bueno. Caminando por la ciudad llenos de felicidad y complicidad. Riéndonos entre nosotros sobre cualquier estupidez, riéndonos de la gente como dos demonios, saboreando la felicidad… Como dos enamoradas nazis. Dos dulces pétalos de lo más sagrado y retorcido que puede ofrecer el mundo: intimidad. Largos paseos por la ciudad acompañando nuestras tristes y dolidas almas negras, como ángeles con cuernos de mil cabezas, como sangre de color púrpura, como odio volviéndose amor en una petaca de alma humana. Unidos por un sentimiento de desprecio arrogante hacia el mundo. Del más delicioso narcisista y terrible cinismo. Juntos en una habitación fumando hierba hasta emborracharnos con el humo absorbente. Fumando hasta las siete de la mañana, entre polvo y polvo. Respirando sagrado deleite de Dios. Siendo la novia de Dios: siendo Dios. Absolutamente. Mía. No existe nada que pudiera romper mi alma salvo el pasado de diminutos mortales, arrogantes también, pero obscenamente humanos. Basura que sólo sabe causar daño y maltratar flores bellísimas. Esa princesa era un bombón. Noches enteras sudando en medio del frío congelante. Sudados y abrazados mientras esperábamos que el agua se calentara en la bomba de calefacción y volvíamos a follar y a follar y a follar... Largas y atropelladas conversaciones en inglés que ni yo mismo sabría volver a pronunciar. Lo más hermoso de mi vida me lo ofreció una princesa que había sido ofendida.


Apéndice
***
          Hablé con El hombre Agujero y trazamos un plan. Íbamos a ir a por él. Luego vinieron las buenas noticias. Volvimos a hablar con La Sucia Larva y fuimos a por ese cabronazo. Fuimos los tres a por el tipo que abusó de mi princesa, lo mío no importaba porque era lo suficientemente fuerte cómo para soportar un dolor y una tragedia así en mi vida, y aunque mi princesa podía soportarlo también: yo no podía. Lloré de emoción cuando Larva me dijo que sí, que olvidáramos el pasado y que ahora estábamos juntos en esto para vengar completamente la afrenta que sufrió mi novia. Abismo me dijo que también estaba dentro y que íbamos a ir a muerte. Casi parecían los viejos tiempos, auténtica complicidad. Intimidad. Amor. Y cuando lo encontramos en un bar de la ciudad, nos acercamos a él de forma lenta y sutil, hasta que nos brindó su atención, le hipnotizamos con nuestras lenguas, con nuestras palabras hasta que él cedió a nuestra magia y con engaños lo llevamos al baño de los chicos. No me había reconocido, el subnormal tenía mala memoria. Con la expectativa de una raya de coca gratis vino al baño con nosotros. Entonces saqué de mi bolsillo un frasco de cristal con la coca, piqué 4 rayas y le di el billete, le digo que él primero, se relame dice que cuál de todas, le digo que eso da igual porque todas son para él, se alarma un poco, dice que eso es demasiado, que le va a estallar el corazón, lo dice riéndose nervioso. Miro a Larva, arqueo las cejas, y le responde que es de mala educación rechazar droga gratis. Abismo se sonríe, dice que para nada era mucho, que era muy suave, y con el dedo húmedo coge un poco de coca y se lo unta en las encías, le mira seguro, y le dice que vea, que no es tanto como lo pensaba. Pero el puto maricón éste no quiere meterse las rayas, entonces saco de detrás de mis pantalones un revólver cargado. Me empiezo a descojonar en su cara, luego le explico que tengo esa arma sólo para él. El tipo traga saliva, y empieza a esnifar la primera raya. Alguien intenta entrar al baño, pero Larva lo empuja fuera y le dice que nadie quiere a nadie más en esta orgía particular y perpetua. Ese tipo tenía auténtico sentido del humor. Tenemos pocos minutos, le doy al seguro y libero el arma, le hago saber que estoy listo para su corrida. Le grito –Esnifa más, puto maricón. Obedece. Lo esnifa todo, asustado y medio loco, con los ojos hinchados y con la nariz sangrante. Le miro a los ojos con la mirada de un asesino –lame el puto plato, le grito. Me hace caso, se le ve activo como un toro, enfurecido y confundido. Siento lástima por el alma que me voy a comer. Le doy el arma a Abismo que la sujeta con expectación y deseo. Luego le doy un bofetón al puto marica éste y me contesta agresivo, lo veo en su forma más primitiva y deliciosa, y empezamos a pegarnos puñetazos hasta que por peso logro derribarlo al suelo. Magullado tengo sólo segundos hasta que entre alguien, Abismo juguetea con la pistola y Larva le pisaba los brazos al imbécil mientras vendía mi alma. Luego le bajo los pantalones y empiezo a follármelo. Y justo cuando voy a correrme dentro de él, mientras él lloriquea y tocan rabiosos a la puerta, escuchamos un disparo que nos estremece por completo. Niego con la cabeza, veo la sangre detrás mío, desparramada sobre mis pies, a Larva con el rostro roto y los ojos rojos, no me lo puedo creer. Vacilo torpemente si correrme o no, esta vida es una puta mierda. Abismo se ha pegado un tiro. Y no sé bien si por error o porque no soportó ver todo lo malo de mí. Miro a Larva con los ojos rotos y desfigurados, él rechista y me dice que ya sabe qué va a ocurrir, le digo con el poco sentido del humor que me queda que se encierre en una de las celdas de váter y que no salga. Se ríe nervioso, cojo el arma, abro la boca y pienso.

Joder.




11 de septiembre de 2019

La fábula de las gallinas

(escrito por MACARIO AMADOR, amigo de Sífilis Mon Amour)

Encontré a mi tío en la celda 206. Estaba sentado encima de la cama encogido de brazos y piernas. Tenía el rostro desencajado y los ojos tumefactos debido a la falta de sueño. Deslicé repetidas veces la palma de mi mano ante ellos sin obtener por su parte reacción alguna. Sus ojos apuntaban hacia el fondo de la estancia. Parecía enajenado, sumido en pensamientos ajenos a este mundo. Acerqué mi oído a sus labios, que temblaban incesantes. No cesaba de murmurar: “serán putas las gallinas, serán putas las gallinas, serán…”. Todo ello sucedió después de los hechos que me dispongo a relatar. Cabe señalar previamente que mi tío nació antes de tiempo, impulsado quizás por esa rabia congénita que tanto le caracteriza. Su madre dio luz a los seis meses, permaneciendo mi tío varias semanas en ese tipo de inexistencia propia de las incubadoras. Sumido en las tinieblas y rodeado de cables y de pantallas intermitentes que seguían sus constantes vitales, a veces el resplandor de un foco bañaba aquel siniestro lugar de una luz enfermiza, y esta luz enfermiza no era desde luego la presencia de ningún Dios; sino más bien la prueba manifiesta de la dureza con que determinados individuos tienen la desgracia de venir al mundo. Durante este periodo mi tío fue objeto de comentarios ininteligibles por parte de los médicos que no hacían más que prolongar la agonía de mi abuela. Luego mi tío creció sano, robusto y hermoso como un tostón y mi abuela pudo morirse tranquila dejándole en herencia la granja. Pronto mi tío cobró fama en el resto de las granjas aledañas de que por el motivo más insignificante era capaz de destruir todo cuanto le rodease, incluso aquello que más sudor y esfuerzo le hubiera costado conseguir. Pongo como ejemplo a su mujer, a la que atravesó con una horqueta tras enterarse de que se había quedado embarazada. Pero yo no he venido aquí a hablar del desafortunado final de la mujer de mi tío, ni del hijo que llevaba en sus entrañas. De lo que quiero hablar es de lo que les aconteció a las gallinas que tenía mi tío en su granja. Materia hoy de gran interés y que me dispongo a contar con el objeto de ilustrar a aquellos individuos cegados por la ignorancia y que sin duda padecen serios trastornos mentales tan dignos de estudio como el caso de mi tío. Resulta que en la granja había un corral de gallinas presidido por un Gallo que todas las mañanas las engatusaba con su hermoso Kikiriki. Un día mi tío le arrancó la cabeza. Tenía las manos grandes y fuertes capaces de descoyuntar a un jabalí, por lo que lo del Gallo no satisfizo sus poderosas ansias de destrucción. Acto seguido plantó la cabeza del Gallo en medio del corral clavándola en una estaca. “No cantarás más, puto gallo”, le dijo mi tío a la cabeza inerte. Después irrumpió en macabras carcajadas al mismo tiempo que le sacudían aterradoras convulsiones. Luego mi tío se tranquilizó y se puso a observar a sus gallinas, que contemplaban la estampa sin entender por qué el gallo no las cortejaba con su maestro kikiriki. Cuando mi tío se retiró, las gallinas discutieron durante largo rato sobre qué había podido pasar, y, finalmente, como la mayoría eran bastante idiotas, también se marcharon. Todas a excepción de una, la Gallina Alfa. Esta gallina le había cogido ojeriza al Gallo porque su kikiriki era francamente fabuloso, mientras que el suyo semejante al balbuceo de un sordomudo imbécil. En el fondo del océano habitan seres dotados de particularidades asombrosas. Tal es el caso del Kobudai hembra, que tiene la habilidad de cambiar de género inesperadamente. La metamorfosis del Kobudai es realmente extraordinaria. La parte frontal de la cabeza se pronuncia desmesuradamente hasta formar una especie de huevo enorme que le deja el rostro completamente desfigurado. Igualmente, los labios se le agrandan saliéndole del borde unos dientes repugnantes que crecen muy separados entre sí. En conjunto el pez cobra el aspecto de un ser primitivo y monstruoso que supera con creces cualquier clase de Ente digno de la peor pesadilla o de la imaginación más prodigiosa. En cualquier caso, el parecido con la Gallina alfa de la que estamos hablando es meramente anecdótico. Lo cierto es que, a la Gallina Alfa, tras picarle los ojos a la cabeza del Gallo, se le tornó la cresta más esbelta y colorada, así como su pico más largo y afilado, y le brotaron instantáneamente las Barbillas propias de los machos colgándole bajo el pico como testículos arrugados, rojos como un par de cerezas, o como anginas inflamadas. Luego, tras emerger el sol de las tinieblas, se escuchó tal Kikiriki que la apacible comunidad de las gallinas salió al corral visiblemente contentas y celebrando con espasmódicos andares el milagro sucedido. No así mi tío, que tal canto le trastornó el sueño, un sueño en el que cogía un tren con destino a marruecos, y que inexplicablemente, tras alcanzar el estrecho, pegaba un brinco increíble que le hacía pasar al otro lado hallando así el paroxismo de su felicidad, pues cabe decir también, que no había nada en el mundo que mi tío más deseara que conocer la costa de marruecos. Por este motivo, se levantó iracundo y rabioso de la cama y, amarrando su escopeta, descerrajó un par de tiros a la entusiasta comunidad de las gallinas. Saltaron las plumas con solemne vuelo hacia el cielo matutino para descender luego en círculos oscilando entre la nube de pólvora hasta alcanzar la arena removida y ensangrentada del corral. Cuando tras la cortina de humo fue perfilándose intacta la cabeza del Gallo cuyas fuertes manos habían arrancado, mi tío comenzó a temblar tal como lo encontré en la celda 206 del manicomio, y como debió permanecer durante todos estos años desde aquel “incidente” con las gallinas. 

29 de agosto de 2019

Pills & Chill

En todo laberinto siempre hay un acertijo ambiguo que chilla su propia existencia. Y en medio de cualquier guerra siempre hay alguien que pierde la cabeza por otra persona. Amado y decapitado: soliloquio enfermizo. Entre gritos sordos y mucho ruido me encuentro de pie frente a una escena que es mía, pero que no me pertenece. ¿Qué soy?  No siento miedo, no siento rabia: ni hambre ni paz. Es una indiferencia que me sobrecoge y me refugia en un instante de irrealidad del que no soy responsable. Tampoco soy partícipe de la catástrofe, lavándome las manos con mi propio sudor y mi propia saliva. Soy un endemoniado muchacho enloquecido.

Días antes había contactado con un tipo por un chat para ir a follar a su casa. Le había contado mil mentiras suculentas sobre mí, le había puesto cachondo, lo había educado para que sintiera deseo y necesidad hacia mí. Había alimentado todos sus vicios y morbos más profundos. Y sólo yo sabía que estaba obedeciendo a una fuerza superior: hacer que un demonio deseara mi carne. Pero claro que yo iba a corresponderle, claro que iba a darle amor. Los días previos fue todo un juego de hornillos: calentar la sopa, encender el microondas, encender una cerilla. Y él simplemente accedía y se adentraba más y más en el agujero vicioso psíquico de su deseo engañado, mostrando su pasividad ingrata y necesitada. Yo no le prestaba mucha atención, pero sí la suficiente como para que no se asustara ni desconfiara de mí: a fin de cuentas obedezco a un demonio. Uno muy retorcido.

Hacerle creer que yo era suya. Seguir con la farsa un poco más hasta decidir que iba a ir en serio. Al final acordamos una fecha y una hora: nos íbamos a ver en su casa. Le dije que me iba a duchar y que me iba a preparar, que estaría muy guapa: que si quería que fuera depilada al encuentro, que si le gustaba que llevara braguitas, que si me maquillaba los ojos, que si me pintaba las uñas, que si tenía que ser su hembra. Y él  como loco dijo que sí a todo mientras yo reía por dentro con mucha malicia. Pensaba mientras me relamía y me masturbaba con mi imaginación: follar o matar.

Al llegar a la plaza de la ciudad próxima me mandó su ubicación y caminé las calles sucias y lascivas hasta el número 46 de una calle sin importancia. Una casa vieja y aburrida, con la puerta blanca y desgastada, oliendo a incienso maldito. Toqué a la puerta tres veces como se le toca la puerta a los demonios mientras escuchaba los ladridos de su perra. Me había dicho que la iba a guardar en la otra habitación porque era muy revoltosa. Debería follarse a su perra y dejar de inventarse historias, dejar de ser tan patético como yo, tan patético como para intentar follar por un chat de mierda y conseguirlo.

Me abre la puerta un señor de cuarenta y pocos años, algo gordo y algo sucio. Noto en su mirada una tristeza profunda y un deseo de morir. Entiendo que es un cordero que voy a sacrificar, o el cordero soy yo, y el sacrificado, y el muerto, y el sangre, y el quieto. Estos días estaba haciendo un calor endiablado. Entré, le saludé con las cejas aparentando la poca hombría que me quedaba: a fin de cuentas yo era la perra y él cabalgaría. Y me mostró una habitación limpia y patéticamente engañosa. Pasé por el vestíbulo y entré en el cuarto: si los demonios le hablaran a todas las personas del mundo... Él se sentó en la cama y se bajó los pantalones. Me dijo que se la mamara y le dije que sí con la cabeza. Asintiendo como un niño pequeño frente a un adulto que le pide que le chupe la polla.

Mientras se acostaba en la cama y yo trepaba por su cuerpo como una serpiente pasiva, coloqué mis piernas alrededor suyo y lo sujeté con fuerza. Él sonrió como aquel que sabe que va a vivir una experiencia emocionante. Ignorando las voces de mi cabeza, el sangrado de mi nariz, y la mirada de loco que tengo. Llevé mi mano hasta su cuello y le dije que cerrara los ojos. Él obedeció y con todo el apetito y la ira de mi estómago le acaricié el rostro y le dije que era muy guapo. Él dijo que yo también lo era, que era muy guapa y que estaba muy caliente, que tenía la polla húmeda. Me relamí al verle tan abierto de piernas y dispuesto a ser mío. Entonces fue cuando empecé a reventarle la cara a puñetazos. Mis nudillos ardían y mi boca chorreaba saliva amarga por el tabaco. Mientras con la otra mano le estrujaba el cuello inmovilizándolo. Nadie comprende la fuerza que tiene un loco. Continué así hasta que me cansé y él estaba ya aturdido cuando saqué de mi bolsillo una cuerda, escuché un susurro que me mandaba y lo pasé por su cuello: y mientras veía su ridícula polla encogida y toda la saliva y la sangre empecé a asfixiarlo. Su rostro cambiaba de color. Entre un tono pálido casi azul, hasta uno rojo púrpura violeta. Y seguí así hasta que me percaté que el pobre inútil se había muerto.

Recordé en ese momento a mi novia confesándome que una vez de noche en una fiesta se dejó seducir por un señor mayor que le invitó a una copa y a su casa, y que una vez dentro mientras le hacía una mamada él eyaculó en su boca y ella se lo tragó. Me contó que le dio mucho asco y que incluso vomitó en la calle. Yo no tenía culpa de amar a alguien tan perjudicada, pero tampoco tenía razón para despreciarla. Yo soy igual que ella, yendo a la casa de un maldito viejo con la intensión de chupársela. Con tristeza y mal sabor de boca le dije que a veces hacíamos cosas horribles. Veo su cadáver en la cama y tirando de la cuerda con rudeza lo precipito al suelo. Me da lástima que una chica tan hermosa como ella haya tenido que vivir cosas así, pero cuándo el apetito asoma cualquiera pierde la cabeza. Pienso en mil cosas, que si estoy enfermo, que si simplemente soy un loco. Me cago en Dios, toda esta rabia. Empiezo a patear el cadáver, vacilo en si llevarme su polla en el bolsillo, pero me da tanto asco la idea de tocarla que me contengo. Quizá debería chuparla.

Me odio a mí mismo, me agacho hacia su polla y empiezo a mamar, mientras que la sangre residual pone duro su miembro y acelero el ritmo, lamo y escupo, no tengo valor para tragar esa leche fermentada. Chupo y escupo mientras mamo y me maldigo y me odio, contengo lar arcadas: esto es suficiente, ya pagué por los pecados de esa chica. He hecho la misma mierda que ella, he sido leal, he sido un buen novio, la he amado, me he sacrificado por ella para ser ella, para que ella y yo seamos sólo uno.

Voy a la habitación de al lado y saco a su perra. La llevo hacia él para que le vea. La perra sólo gime y se asusta por verlo tan extraño e inerte en el suelo. Putas perras, todas son iguales, hermosas criaturas excitadas. ¿Esa perra se follará su cadáver como yo? Hoy tú mueres, mañana yo. Me siento en la cama y reflexiono un poco sobre el sentido de la vida, las responsabilidades, el amor, el valor de la familia, el silencio y la soledad. A fin de cuentas es un día hermoso. Intento pensar en los objetos que toqué, en limpiar lo poco que se puede limpiar, veo que en mis nudillos hay heridas y sangre que probablemente sea mía. Esta noche tengo que ir de paseo, tengo que drogarme duro en alguna fiesta. Tengo que trascender, soy un místico endiablado. Soy un muchacho ouija, estoy maldito, me corrompe mi sangre amarilla, me sigue un demonio, dos tres quince demonios y un espejo roto. Una piedra en el bolsillo, un pendiente negro, una argolla infinita. Cojo un pañuelo y lejía y limpio la cara del hombre. Luego me doy cuenta de que me voy a arrepentir pero empiezo a destrozarle la cabeza a patadas. Desfigurándolo y rompiendo su mandíbula. Pienso en que tengo que quemar esos zapatos o simplemente tirarlos a la basura en otra ciudad cercana. Veo las fotos de su habitación en la que sale con un trofeo de pesca y otra foto en la que sale su madre. Ojalá su madre me hubiese visto intimando con él. Me follé su vida.

Me enciendo un cigarrillo y fumo dos tres caladas. Hace mucho calor. Sólo por el humor, voy a la cocina, abro la nevera y cojo un cartón de leche. Vuelvo hacia él  y la derramo sobre sus partes y me entra la locura y la risa. Me carcajeo pensando que el pobre imbécil se ha corrido encima. No puedo con mi alma, qué risa me produce todo. Me quito los zapatos y abro la puerta cogiendo la camiseta por dentro y salgo. Camino media calle y luego giro a la izquierda, sigo recto, espero al bus y llego a mi barrio. En mi boca yace el sabor acre y amarillo de su polla. Escupo todo lo que puedo, pero al llegar a la esquina empiezo a vomitar todo lo que había comido durante el día. Vomito tanto que termino escupiendo sangre. Al estar cerca de casa pienso en tirar los zapatos o en quemarlos, pero al final lo que haré es sumergirlos durante varios día en lejía y amoniaco. Luego probablemente los pueda volver a usar. En los periódicos saldrá que un pobre viejo maricón apareció muerto en su casa y que su perra se lo comió a trozos. Subo las escaleras y mi padre me ve sucio y agitado. Porque todos los viejos que son asesinados son maricones. Maricones como yo.

Con la paz de un santo me pregunta si estoy bien, le sonrío y le digo que mi novia me contó que una vez le hizo una mamada a un viejo y que casi vomita cuando se tragó su corrida. Niega con la cabeza con desaprobación y cierta indiferencia, y me responde que hay que buscar mujeres buenas, no pordioseras locas y perjudicadas. Le sonrío, como mamá le digo. Se ríe. Me pregunta que por qué ando sin zapatos, vacilo un rato: es que acabo de matar a un tipo y tengo miedo de que su sangre me persiga por el camino.

Mi padre guarda silencio, me señala el pasillo, por favor dúchate y tómate la medicación. Asiento con la cabeza: como un perro voy a ir a tomarme la medicación, yo te obedezco, semejante viejo cabrón. Pienso en hacerle daño con palabras: en si debería, llorando, bajar hacia su entrepierna y empezar a mamársela. Porque nadie tiene el más mínimo interés por mí, mi novia no existe, sólo es una chica a la que veo a veces. Me invento cosas, miento, me escondo, huyo. Nadie tiene el más mínimo interés por mí. Si al menos pudiera mostrarle a mi padre lo que sé hacer con la lengua... Si mi padre me quisiera por hacerle una mamada, sería el hijo más mamón de todo el mundo. Estoy confundido, herido y asqueado, quiero matarme. Te quiero papá aunque no te importe nada, aunque nades en un río de mierda y me veas ahogándome y no digas absolutamente nada.

A veces no hay necesidad de alimentar a un monstruo feliz. Porque soy un chico feliz. Cojo la pastilla me la meto en la boca, la saboreo y luego la escupo en el váter. Hoy no es uno de esos días en los que me la tragaré. Porque yo no trago, sino escupo. No tengo el más mínimo cariño hacia mí. En realidad ella sí es mi novia, nos hemos visto muchas veces, nos hemos besado, nos queremos. En realidad a ella le doy igual, no nos hemos visto nunca, no existe, le da asco el tacto de mi boca, no nos queremos: yo no existo.

Me ducho, me pongo unos pantalones y regreso al salón. Le digo que voy a salir dentro de unas horas. Asiente con la cabeza mientras sigue mirando la televisión. Le pregunto que cómo está, me dice que bien, asiento, le acaricio el hombro y regreso a la habitación. Pasan 4-5 horas y me visto. Llego a la plaza principal, quedo con un amigo, vamos al parque a echarnos unos porros, le invito una cerveza. Me dice de pillar coca, que ha cobrado solucionando líos a la gente. Le digo que es muy cara, que mejor anfetaminas que alimentan y tienen vitaminas. Se ríe, sólo un poco, no soy demasiado divertido. Dice que nos vayamos a la capital a pillar y de borrachera. Le sonrío, es buen tipo, es un buen plan, le comento, ¿sabes que hoy casi me viola un viejo marica? Se asquea, le digo que sí, que la vida es muy extraña, que todos están locos, que si él no lo está todavía falta poco para que lo esté, que sé reconocer a un loco cuando lo veo. Me cae bien ese tipo, le miro a los ojos de súbito manteniendo la mirada y entonces le digo marcando muy bien las palabras: ¿Quieres que te la chupe?

(Escrito atropelladamente por VORJ en una noche de verano

Corregido humildemente por VOID en una mañana de verano)

6 de agosto de 2019

Zengendros




 V       En una fiesta de drogadictos en un barranco se acerca a mí una chica extraña. Y se sienta a mi lado. Empieza a contarme paranoias sobre su vida, y que está muy borracha: la carta que le libra de cualquier responsabilidad. Quiere que le lie un peta. Le sonrío, a unos metros de mí un colega está pasando por un buen viaje; aunque eso luego se torcería y me reprocharía sonámbulo que dónde estaba que por qué le dejé solo que lo último que recordaba era a mí hablando con una chica. Me río interiormente, ese hijoputa estaba tan pasado que no se dio cuenta que no era una chica, sino una puta con bigote. Se acerca a mí. Busca mi boca y cedo mis labios. Me besa, me besa con fuerza, buscando mi lengua. Me carcajeo por dentro, me dice que le gusto, que soy un gran tipo. Lloro interiormente, es mentira, me quiere usar, quiere mi savia, quiere mi sudor, quiere mi polla. Le sonrío, le acaricio el pelo, me dice que es una chica, aunque nació chico. Ya me lo imaginaba, eres un pobre adefesio creado por Dios, una criatura repugnante y ambigua que vaga por las ravez de la isla buscando un revolcón. Yo soy puro, soy un buda puro. Soy un brujo. Veo en ella cierto destello, me doy cuenta que es un ángel. Me compadezco de ella. Es un ángel que quiere ser follada.

         Seguimos liándonos mientras la noto caliente y excitada. Le digo de ir más allá a liarnos con intensidad. Dice que sí, se pone de pie y empezamos a caminar montaña arriba. Me dice que allí está su coche. Una patética caravana de muerto de hambre que no tiene dónde caerse muerto. Pienso en todas las pollas que se ha comido, pienso en lo duro que ha sido su vida, en su educación católica, en el colegio, en su puta madre; pienso en todo. No me da ni pena ni lástima, sólo un poco de asco: sólo quiere un poco de sexo.

        Entro en su coche, y se desviste mientras estoy sentado. Se pone unas medias de mayas. Un regalo de putas maricas. Para sentirse sexy. Al acabar de correrme una esvástica me dice que si puede salir así de nuevo a la rave, le digo que sí. Le guardo mis bóxers en su bolso como recuerdo, sera lo único que tendrá de mí; porque no pienso volver a darle el gusto a Dios de follarme a sus criaturas mal nacidas. Le empiezo a comer la boca y el cuello, luego se pone a cuatro y le como el culo, se lo masturbo y veo que tiene una polla enorme. Me asusto un poco pensando que probablemente le de hambre de follar y me reviente todo el intestino. Masajeo su polla con delicadeza. Está muy cachonda, lamo sus huevos y la pongo en posición. Saca un frasco de lubricante y le embadurno el culo como si fuera una cicatriz profunda abierta y seca. Luego me pongo un condón y la penetro.

       Mientras jadea y yo empujo pienso en lo absurdo de la vida, del sexo vacío, que amo a una chica, que amo a otra chica, que mi madre no me habla, que mi hermana me detesta, que mi padre está deprimido, que no me pagan a tiempo en el trabajo, que me gusta ir en bus, que he perdido mis gafas de sol, que su puta madre como arde su culo. Salgo de allí y llevo mi polla a su boca y ella mama. No lo hace mal, pero las mejores mamadas me las hizo una chica hace unos años. Estas mamadas no están a la altura, me deprimo un poco, tampoco me importa mucho.

        Una mamada es una mamada. Cambio de condón y vuelvo a penetrarla. Se muerde los labios y jadea, sigo empujando mientras intento olvidarme del absurdo de la vida, del culo de mi madre y de las tetas de mi hermana. Un olor a mierda húmeda inunda el ambiente. Pienso que es el aroma de los maricas. Me entra una risa dura, me carcajeo un poco mientras llevo mi polla a su boca y le digo que me voy a correr. Me dice que me corra y le digo que dónde y me dice que dónde quiera así que me corro en su cara, en su frente, y canto un en nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén –en nombre de Dios.

       Después, mientras me visto, la contemplo desnuda y bien follada en el asiento cama de su camioneta. Y me doy cuenta, con tristeza, de que en realidad sí es una chica. Una pobre y miserable chica atrapada en el cuerpo de un macho brasileño. Suspiro inexpresivo, me dice que qué hago, le digo que me tengo que ir, se pone un poco triste, querría repetir, pero era suficiente para mí. Follarse suficiente a un pobre ángel maricón. Me subo los pantalones, me pongo la camiseta le digo que adiós, y cierro la puerta. Regreso dónde mi amigo que está jodidísimo en el suelo mientras algunas personas se acercan a ver cómo está, pero él está hecho mierda, mi polla late y se detiene, se duerme y apesta a sexo de maricas. Luego otro puto marica se me acerca, me habla de no sé qué mierda con faltas de autoestima y me pongo de pie, a hablarle al oído, mientras le como la oreja con mi voz y noto que su polla se pone dura, luego cambiando de oreja a oreja rozo mi nariz con la suya, excitándolo aún más, hasta que busca mi boca y cedo, entonces me doy cuenta de que es un demonio. Un puto demonio y un ángel el mismo día. Niego con la cabeza, es que hoy me va a follar todo el universo o qué coño pasa, pienso. Suspiro cansado y amargamente, correrme otra vez.

       Mientras mi amigo está hablando con un extraño empiezo a liarme con semejante engendro repugnante. Mi amigo y el extraño se sonríen y me miran cuando le como la boca al transexual aquel. Los veo de reojo, le digo al maricón de irnos a algún lado a liarnos intensamente. Me dice que sí, subimos por la cuesta y veo la caravana de la puta de antes, me asusto un poco, no vaya a ser que abra la puerta y me reclame. Lo llevo un poco más lejos, cerca de unos arbustos en plena soledad, con la noche escondiéndonos como dos putos maricones degenerados. Me odio tanto a mí mismo por caer tan bajo: pero no tengo dudas de que es un demonio poseyendo a un pobre transexual. Lo noto en su mirada y en que cuándo me corrí dijo que había liberado mucha energía, mucha deliciosa energía, mucha deliciosa energía que él deseaba tener de mí. Una paranoia espiritual; que lo que en realidad está buscando es un novio, que me daría lo mío que me tendría feliz, que tenemos que quedar para follar, que tenga su número, que le llame, que nos veamos otro día, que se vaya a la puta mierda, marica repugnante.

       Arriba descubro que el puto asqueroso se había sacado la polla por debajo de la falda dejando a un lado su braga de guarra. Veo su polla blanca depilada y cachonda, así que poso mi mano en su hombro y lo pongo de rodillas y le ordeno que mame. Y el marica mama, mama, y mama. Cojo su cabeza como si fuera el cadáver de un pollo muerto y empujo con crueldad mi polla en su boca, atragantándolo y provocándole varias arcadas. Ni siquiera saber asfixiarse bien.Y mientras me la chupa pienso en Daphne, en sus ojos, en sus labios, sus mejillas, en su barbilla, en su frente, en su piel; en su cabello, en su figura delgada y alargada, en su adicción a las drogas, en la ropa que no es suya, en sus zapatos, en sus tetas famélicas, en su coño mojado, y en su culo en pompa para que me lo coma yo. Me pongo muy triste, follándome mierdas en vez de follarme diosas. ¿Es esto una especie de prueba divina para ver si soy lo suficientemente hombre como para follarme a dos maricones que juran en nombre de Dios que son mujeres? ¿De verdad son mujeres? ¿Debería cortarles la polla con una navaja y cumplir el deseo de Dios?

       Se pone de pie, se baja las bragas y se abre el culo para mí. Me pongo en posición y empiezo a comerle el culo. Luego pienso que su culo huele a culo y me da asco. Sólo me comería un culo que huele a culo si fuera de una chica, no de un puto degenerado. Paro y empieza a masturbarme mientras miro las estrellas y pienso que debería hacer lo mismo. Entonces cojo su polla y empiezo a masturbarla mientras él hace lo mismo. Chilla y jadea que le encanta esto. Que estoy buenísimo, que soy guapo, que soy increíble, que busca un novio, que podría ser su novio, que me daría todo, absolutamente todo lo que quisiera; luego le pregunto si me comería el culo, y me responde rotundamente que sí; entonces me doy cuenta de que ese pobre diablo no es una chica, sino un puto maricón confundido. Y mirándole a los ojos le digo que si le gustaría follarme el culo y me dice hipnotizado relamiéndose y babeándose que sí.

       Me carcajeo por dentro, le digo que tengo que irme que un amigo está muy mal cuesta abajo, que tengo que ir a verlo; pero el marica no me deja irme y aumenta la intensidad de la paja hasta que logra que me corra. Me corro en su mano como si un bebé estornudara en la mano de su madre. Después exprime mi polla con la mano para sacar la última gota y me suelta esa paja mental de que he liberado mucha energía, que quería toda esa energía, que llevaba mucho tiempo esperándome, que deseaba mi energía, que le debía esa energía, que esa energía era suya. Lleva su mano con mi corrida a sus labios, saca la lengua y la lame como un perro lamiendo un meado en la calle. Arqueo las cejas. Tengo que irme. Cierro mi bragueta y lo dejo solo. Camino colina abajo para ver a mi amigo. Me dice que está muy mal, que tenemos que irnos. Que había perdido sus cosas, que la gente se había bebido su sangría de 8 litros, que le robaron el tabaco, el dinero, sus cervezas; y casi llorando, que se habían bebido su tequila.

        Una sensación de asco y decepción me acompaña toda la madrugada. Luego levanto a mi amigo del suelo y le digo que nos vayamos a casa. Caminamos cuesta arriba hasta llegar a un poblado, cogemos el bus que va a San Telmo. En el bus me voy quedando dormido, y una señora desde detrás me da golpes en la cabeza para que no me hostíe contra el asiento de al lado. Me causa gracia, muchas gracias señora y me vuelvo a quedar dormido, hasta que la señora vuelve a despertarme de la misma forma. Unas cinco veces seguidas, hasta que deciden dejarme ser yo mismo y me despierto con mi cabeza golpeada contra el palo de metal de los buses. Me hace gracia y me duele a partes iguales. Llegamos a la estación, mi amigo se lleva las gafas de sol puestas porque la luz le arde y los colores del tripi le estallan la cabeza. Me sonrío y carcajeo un poco, soy un chico que se ríe mucho.

        Después llego a casa, me quito los pantalones y aún apestando a sexo homosexual me echo a dormir una hora, le digo a mi padre que entro en dos horas que si me puede llevar. Me despierto, me ducho y mi padre me lleva al trabajo. Y después de 10 horas de trabajo siguen las quejas y lamentos de mi amigo que por qué lo dejé solo, que estaba en urgencias con un lavado de estómago, que se lo contó a su padre, que estaba muy cansado. Luego fui a casa a dormir unas 6 horas y me preparé para ir a trabajar, mientras mi amigo dormía dos días seguidos. Me dijo que dejaría de tomar drogas que todo le daba miedo. Luego le di la razón de los tontos y me sudó la polla su decisión, porque sabía que al final, volvería a meterse mierdas extrañas en el cuerpo.
Y ahora yo.
Estoy muy cansando
y todavía me siento sucio.

        Pero qué se le puede hacer, soy un fiel servidor de Dios, y si Dios me pide que me folle a sus engendros, no tengo otra opción que obedecerle. A fin de cuentas, el Dios al que rezo, es un Dios extraño, casi demoníaco, completamente sublime. Que Ytchz descanse en paz.