13 de enero de 2023

Una araña en el colchón

Eran las nueve de la mañana cuándo desperté de un inquieto y terrible sueño. Después, con los ojos en blanco y el sudor todavía fresco intenté levantarme, pero el cuerpo me pesaba demasiado. Y visto lo visto, lo que en secreto me aguardaba el día, decidí intentar dormir hasta quedar completamente seco en el colchón. Formando así una figura trascendental y valiosa, no este miserable adulto inútil y deprimido que no tiene fuerzas ni siquiera para culpar a los demás de su propia mediocridad. Mientras que para unos iba a ser un buen día a mí me aguardaba la repugnante realidad. Me abordaba desde el imprevisto y me hacía querer enloquecer, por si eso fuera todavía aún posible. Y aunque en mi ignorancia hubiera deseado ser un insecto a merced de cualquier devastadora de sueños... yo no podía hacer otra cosa que enterrar la cara en el colchón sucio y la almohada carcomida por el sudor y las lágrimas. Lo que me había preparado el día no eran más que silenciosas horas de desgracia y tristeza. De cansancio y repetidas naúseas. De un rostro pudriéndose en su propio lamento. Y al borde de todo, entre hermosos recuerdos y trágicos momentos de tensión, ira, odio, y traición... estaba mi padre en su ropa de casa, disfrutando del día, y comiendo naranjas. Dime entonces, ¿cómo voy a luchar contra él si está en el momento más disfrutable de su día y yo me estoy carcomiendo de tanto sufrimiento? Por eso, y porque tenía mil motivos más me fui a dormir durante todo el día. No como revancha, huelga, o venganza... sino como quién ha perdido cualquier ápice de gracia y se ve envuelto en el sentimiento más terrible de todos: el suicidio meciéndose sobre tu oído, la nada sonriéndote desde el precipicio, el aburrimiento floreciendo hierba descompuesta, el día siendo cada vez más pesado; y con el rostro desencajado, casi al borde de la lágrima te descubres a ti mismo estando terriblemente solo y terriblemente harto de este flujo y ritmo de vida que no hace más que alimentar los demonios más terribles que nunca creíste conocer. Sólo has sido abono para las larvas, alimento para las mugres, y legañas en los ojos de mil monjes durmiendo durante todo el día, como larvas, como insectos llorando mientras el cielo se hace oscuro y los suicidas saltan al precipicio. Y entre toda esa gloria y esa pena, ese asco y esa mueca estoy yo, el Rey de los sentimientos, la incapacidad, el desgaste, la tristeza, el miedo y la soledad: La desgracia que comprueba que en realidad Dios sí existe. Soy un descuido. agua hirviendo sobre las manos de un bebé, un clavo penetrando en la pupila de un caballo, una flor infectada, una herida, una lágrima... un cadáver haciéndose una paja (o al menos fingiendo que no está muerto por dentro).