9 de diciembre de 2022

Genealogía

 


 


 

Nada existe.

 Si algo existiera no podría ser conocido.

Si algo existente pudiera ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje.

 

Mi padre nació sordo. Sin embargo, su discapacidad no fue corroborada inmediatamente por los médicos, pues era un niño completamente sano, y desde los primeros días escrutaba todo cuanto le rodeaba con una nitidez prematura. Como era un niño sumamente atento, no fue hasta los tres años que un pediatra pudo corroborar, a base de varias pruebas, que mi padre padecía una sordera crónica e irreversible. ¿Resultó esto un impedimento para el desarrollo normal de su existencia? Lo cierto es que no, en absoluto. Mi padre aprendió a hablar mucho antes de lo normal, pues desde bien temprano manifestó una gran habilidad para leer los labios e identificar las palabras. Por otro lado, estaba dotado de una vista excepcional. Durante su adolescencia mostró un gran interés por la astronomía, pudiendo atisbar las constelaciones de Lince y Equuleus de una mirada. Antes de los dieciocho años conocía mejor la bóveda celeste que su propia mano, y le resultaba más fácil orientarse en el cielo que seguir las indicaciones del metro. Obtuvo el premio nacional de astronomía antes de graduarse por descubrir una nueva luna en Júpiter, a la que llamaron Theia, en honor a la Titánide, y lo más sorprendente de todo fue que la descubrió a simple vista, durante una noche en la que tuvo que tumbarse bocarriba sobre un descampado y aguardar a que se le pasara la borrachera. También obtuvo varios éxitos en el campo de la microbiología, de hecho, el célebre artículo de mi padre, Entorno y vida del tardígrado, fue el primer estudio verdaderamente serio publicado en este país acerca de dicho tema, y lo cierto es que no se valió de ningún microscopio, como tampoco de ninguna lupa, para penetrar en los recónditos secretos de este misterioso animal. No obstante, la verdadera pasión de mi padre, lo que realmente otorgaba sentido a su vida, desde bien pequeño, no fue otra cosa que la música. Por extraño que parezca, siempre mostró una cualidad innata para este tipo de arte, a pesar del abrumador silencio que le rodeaba. Antes que hablar ya entonaba melodías, y oírle silbar era como escuchar el alegre canto de un mirlo en primavera o el tono embriagador de una sirena amarrada a un mástil. Sus instrumentos favoritos eran la batería y el theremín, y durante su adolescencia fundó varias bandas de Punk como vocalista, aunque su estilo era tan personal y refrescante, que su música pasó a considerarse como un nuevo subgénero denominado Meta-punk, Punk metafísico o Punk de alta montaña. Nunca se perdió un sólo concierto, pues, con una mano sobre el bafle, era capaz de detectar las vibraciones que emitían los instrumentos y aunarse al pogo desenfrenado de sus colegas. Después de finalizar su doctorado en astrofísica, se colocó como jefe de plantilla en el ROM. Sus subordinados tan pronto le admiraban como le tomaban por loco, pues decían que era capaz de pasarse noches enteras contando estrellas.

Mi madre fue ciega de nacimiento. Sus ojos estaban revestidos de una fina película de color gris que le daban un aspecto de criatura mitológica. Sin embargo, el sentido de su oído era tan fino, que sólo se podría comparar al de los murciélagos o las lechuzas. Cuando niña sus padres tenían que taponarle los conductos auditivos, porque la intensidad del sonido era tan violenta que solía provocarle hemorragias. La inesperada capacidad imaginativa de mi madre, que comenzó a manifestar desde su infancia más temprana, desembocó durante sus años de madurez intelectual en una extraordinaria facultad artística. Mi madre tenía visiones. Podía visualizar objetos que jamás había visto. En esto residía su eminente poder de configuración mental. Para ella todo sonido poseía una forma específica. Cualquier concepto, incluso el más abstracto, disponía de un trazado concreto. El tintineo metálico de la lluvia sobre las ventanas de su habitación era como una pirámide. El amor tenía la forma de un dodecaedro.  El fuego era un círculo de color verde. Los ladridos de un perro tenían la forma de un paralelepípedo. La mentira tenía la forma de un cono, aunque a veces también de cilindro. Su padre era un rombo y su madre un cuadrado. La alegría era un perfecto equilátero y la envidia una figura oblonga. El mundo que no podía ver se desplegaba ante su imaginación como una realidad alternativa creada por Lego. Incluso cuando soñaba, cada situación conservaba algún rescoldo geométrico. A lo largo de su vida fue solicitada por todo tipo de especialistas, desde prestigiosos investigadores en neuro ciencia hasta parasicólogos de toda índole. Encabezó titulares de periódico y protagonizó portadas en centenares de revistas de inspiración esotérica, en donde la comparaban con la soviética Nina Kulagina, famosa en todo el mundo por sus poderes Telequinéticos. Rechazó en varias ocasiones las insistentes invitaciones a Cuarto Milenio, pues quería dejar de ser el centro al que apuntaban los dardos mediáticos. Estudió filosofía en la UAM siguiendo un novedoso y arriesgado programa de Braille. Su libro predilecto era Ética según el orden geométrico. También escribió una tesis sobre la reminiscencia en Platón por la que recibió muchos elogios. Sin embargo, en sus ratos libres, se dedicaba a pintar… Años más tarde, la exposición que presentó en la fundación MAPFRE, El arte de ver a mi manera, la introdujo entre las altas esferas del arte abstracto. Algunos de sus cuadros fueron expuestos y valorados junto a otras obras de grandes artistas como Piet Mondrian y Kazmir Malévich. No obstante, y no me preguntéis cómo, mi madre siempre se sintió inspirada por autores como Goya o Velázquez.

Cuando mi padre conoció a mi madre, lo que más le atrajo de ella fueron sus extraños y misteriosos ojos de color metálico, así como su torpeza al caminar y las cálidas vibraciones que emanaban de su cuerpo en edad de procrear. Mi madre ya se sentía observada por mi padre sin que éste se hubiera acercado a ella para entablar algún tipo de conversación, pues llevaba escuchando los latidos de su corazón desde mucho tiempo antes de que apareciera. Pero cuando al fin mi padre se presentó ante ella, lo que terminó por conquistarla fue el tono de su voz, pues siempre dijo que le atraían los hombres extranjeros, a los que se imaginaba como un escutoide, y la pronunciación de un sordo de nacimiento puede semejarse en cierta manera a la de un ruso en castellano. Mi padre sintió que juntos sonarían como una perfecta armonía, pues de la misma manera se unen los sonidos individuales para formar una composición completa. Mi madre, en cambio, tuvo la sensación de que estando en presencia de mi padre todo cuanto la rodeaba iba adquiriendo una proporción áurea, en donde todas las piezas encajaban a la perfección.

Mi hermano mayor heredó de mis padres aquello de lo cual carecía cada uno, es decir, que fue tan sordo como mi padre y tan ciego como mi madre. Una perspectiva tan limitada acerca del mundo sensible bien hubiera podido influir en su desarrollo personal, pero lo cierto es que mi hermano mayor jamás se topó con ningún contratiempo que le impidiera desenvolverse como un niño absolutamente normal, y esto, reitero, hay que interpretarlo en el sentido más literal. Cuando comenzó a gatear por el entarimado de nuestra casa, resultaba ser tan escurridizo que entre la sordera de mi padre y la ceguera de mi madre no había quién le pillara. Nunca se tropezó con nada y podía franquear sin dificultad cualquier clase de obstáculo que se interpusiera en su camino. Su naturaleza era activa y curiosa como la nariz de un perro. Para cuando cumplió los dos años de edad, mi hermano ya reconocía con milimétrica precisión cada rincón de la casa, pues todo cuanto pudiera existir a su alrededor ya había pasado por el filtro de su magistral olfato. Lo olía absolutamente todo: desde la ropa extendida por el suelo hasta la que colmaba el cesto, el interior de los armarios, los enchufes, el polvo acumulado en los rodapiés, el somier de la cama, los barrotes de la cuna, las hendiduras entre las baldosas, la superficie de las ventanas, el cristal de los espejos, las baldas de estantería repletas de libros de mi madre y cuadernos de partitura de mi padre… el sumidero y la mampara de la ducha, la piedra pómez para raspar los callos de los pies, la escobilla del wáter, el papel higiénico, especialmente el usado, las cerdas de los cepillos de dientes, el tambor de la lavadora, las colonias de mi padre y todo tipo de potingues de mi madre… Los marcos de fotografías ubicados en el mueble del recibidor, las paredes acartonadas del pasillo sobre las que colgaban torcidos algunos de los cuadros abstractos de mi madre, las cortinas del salón, la pantalla del televisor, el mando a distancia, los restos de comida esparcidos por la mesa, el recipiente de porcelana en dónde se guardaban las llaves, las carteras o cualquier cosa que pudiera ser olfateada, limando como una aspiradora inteligente cada fibra del confortable charlestón, o puliendo la vieja alfombra persa como un Conga Ultra Home 2290 de último diseño. En la cocina husmeaba en todos los recovecos, abría la nevera y ponía los ojos en blanco aspirando los mil aromas que le llegaban del interior de “aquella caja de pandora”, pues era poco habitual el día que no lo encontraban tendido en el suelo entre convulsiones o medio muerto por la sobrecarga de estímulos. Lo mismo le sucedía con los productos de limpieza, en concreto con la lejía, por lo que mi padre tuvo que guardarlos con candado para evitar que el niño se intoxicara. Como era sordo y ciego, la única forma posible de comunicación con mis padres era a través de un código de aromas que la inteligente de mi madre reunió en una libreta de anotaciones con el título: Diccionario de los olores. Cuando empezó a salir de casa, al principio acompañado, pero después libre e independiente como el aroma de una calle de puestos de comida rápida en un país extranjero, lo que más le gustaba era irse al campo y sentarse encima de una roca, trepar a un árbol o situarse en algún punto elevado del terreno y disfrutar a sus anchas del festín de fragancias que le brindaba la naturaleza. Con el paso del tiempo, su insaciable apetito le impulsaba a buscar nuevas y perturbadoras experiencias olfativas. El perfume de la carne quemada en los crematorios, así como la hediondez propia del alcantarillado, o el inconfundible olor a materia putrefacta pasada la primera semana de un funeral anónimo se convirtieron en pasatiempos cotidianos. En sociedad se sentía como un espía que conociera los secretos más íntimos de las personas que le rodeaban. Aspirando con fuerza podía incluso hurgar entre sus recuerdos más remotos. No necesitaba verlos u oírlos para detectar sus miedos. Podía oler la envidia, los celos de un amante desesperado, el deseo sexual preñado de feromonas, que fluctuaban a su alrededor como recién brotadas de sus crisálidas. Le bastaba con entrar en algún sitio y saber cuántas personas había dentro. Cada individuo tenía su olor, su marca particular, su esencia, su rastro. El olor de cada uno no se puede cambiar ni disimular, por más capas de perfume que lleves encima mi hermano sería capaz de “verte” entre las tinieblas, o “escucharte” más allá del espacio sideral con tan solo dilatar las aletas de su nariz. Durante un tiempo, y gracias al tráfico de influencias de mis padres, comenzó su carrera profesional como agente de aduanas detectando material ilícito dentro de equipajes que, empleando la jerga de los aduaneros, “podrían oler mal”. A través de las cámaras de vigilancia los expertos detectaban comportamientos anómalos entre algunos usuarios, tales como la mirada inquieta o las manos sudadas ya suponían un aliciente de peso como para inducir sospecha. Como para intuir que “esos cabrones apestaban a mierda”. Pero el procedimiento requería mucha concentración y a veces los video vigilantes erraban en sus confabulaciones. Sin embargo, a mi hermano le bastaba con un rápido movimiento de sus fosas nasales para cerciorarse de que “esos cabrones hedían peor que el pescado podrido”.  Ni los perros o los test de droga eran tan eficientes como la nariz de mi hermano. Sin embargo, aburrido de un empleo tan poco enriquecedor como insulso, donde la escala de olores apenas variaba de un individuo a otro, decidió emprender su propio negocio aprovechando la única virtud que, ya fuera por exceso o por defecto, había heredado de mis padres. Mi hermano diseñó una cadena de “restaurantes” de alta gama inspirados en la idea de oler “cocina minimalista”. El procedimiento de la degustación consistía en destapar uno tras otro los infinitos platos de los que se componía el menú, cuyo contenido no albergaba otra cosa que una mezcla homogénea de vapores y gases que, una vez inhalados, te perforaban la pituitaria.  Después el cliente sufría una especie de catarsis al expandir las fronteras de su universo olfativo hasta niveles insospechados. La degustación podía dilatarse bastante en el tiempo y todo ello con la ventaja de salir del restaurante con el estómago completamente vacío, por lo que el cliente terminaba el evento con una sensación de liviandad muy reconfortante. Platos como Hebras de titanio con madera de pino ahumada o Huevos de avestruz sulfurados al diamante fueron catalogados como “la experiencia del año” o “la aventura estética por antonomasia” y todo como resultado del apoyo incondicional del círculo de imbéciles que especulaban con los cuadros abstractos de mi madre.

El nacimiento de mi hermana fue el primer caso diagnosticado en España de anosmia congénita, además de padecer ceguera y sordera crónicas. Fue un caso especialmente anómalo, y dada la expuesta herencia familiar, el gobierno dotó a mis padres de una generosa ayuda económica. El carácter de mi hermana era extremadamente tranquilo y sosegado, y a veces pasaba incluso desapercibida ante la aguda vista de mi padre. En una ocasión, la confundió con uno de los cuadros abstractos del pasillo. Su respiración resultaba tan pausada, que mi madre debía afinar el oído para cerciorarse de que aún permanecía con vida. Cuando nació, a pesar de constituir un nuevo olor para la colección de mi hermano, este era de una naturaleza tan neutra e inocua que pronto perdió todo interés para él. Mi hermana creció con algunos problemas de salud, pero por lo demás, y a pesar de su exagerado mutismo, bastaba con percatarse de su existencia para quedarse completamente prendido de su belleza. Una belleza no sólo física, sino que de su mismo interior emanaba una luz tan pura y edificante, que, al contemplarla, uno tenía la sensación de estar ante la presencia de una criatura sumamente divina. Los vecinos del barrio solían visitar a mi familia con frecuencia para conocerla, y se postraban sucios o desamparados a sus pies en compañía de sus hijos o animales enfermos con la intención de que les tocara. Pronto corrió la voz de que obraba auténticos milagros. Uno de los vecinos más miserables del barrio ganó la lotería el mismo día en que fue tocado por el santo dedo de mi hermana. Comía muy poco y pedía lo necesario para su exigua manutención. Sin embargo, en lo único que no escatimaba era en tomar sus famosos “baños de luz”, como si los rayos de sol constituyeran su principal fuente de alimento. En cambio, temía a la oscuridad y era extremadamente susceptible a los cambios bruscos de temperatura. Por eso en invierno, mis padres tenían que estar especialmente atentos, pues una leve bajada de temperatura podría ocasionarle un grave resfriado. Sus manos eran blancas y suaves como el algodón, le bastaba con pasar superficialmente la mano por un rostro para adivinar la edad, el sexo e incluso el género, y pronto se dio cuenta de que también podía averiguar si una persona estaba verdaderamente enferma o, por el contrario, padecía el síndrome de Münchhausen. Su sentido del tacto era de una naturaleza tan hipersensible, que, tan sólo con rozar la yema de sus dedos por cualquier parte del cuerpo, podía detectar una enfermedad a tiempo. Esto captó inmediatamente la atención de los médicos, por lo que fue integrada en un equipo de investigación contra el cáncer de páncreas, y con la ayuda de mi hermana lograron salvar muchas vidas y, si no vidas enteras, si al menos trozos de vida, rescatando órganos de la metástasis pancreática para poder refrigerarlos y donarlos a nuevos pacientes con el páncreas jodido. Trabajó primero en el Hospital Puerta de Hierro, luego en el Gregorio Marañón y, finalmente, en la Paz, en donde, por razones que me dispongo a relatar, tuvieron que trasladarla e ingresarla en el hospital psiquiátrico de Mondragón.  El estrés ocasionado por el trabajo como detectora de cáncer de páncreas, sumado al continuo contacto con la vida y la muerte, más las rotaciones horarias y la consecuente falta de luz natural acabaron por trastornar por completo a mi hermana. Comenzó a ser un hecho bastante habitual que cuando moría un paciente, y mi hermana se encontraba todavía en la habitación del muerto, la temperatura empezara a bajar inexplicablemente. También era común que, estando mi hermana sola en alguna dependencia del hospital, algunos objetos se desplazaran sin causa aparente o fueran arrojados con violencia. Luego estaba el tema de las vibraciones en su cerebro. Vibraciones que parecían venir de ultratumba acosaban a mi hermana durante la noche provocándole largos episodios de insomnio. Durante el tiempo que permaneció trabajando en el hospital perdió mucho peso, y su tez se fue tornando cada vez más pálida y macilenta. Como si los muertos por cáncer de páncreas hubieran regresado de la última frontera para disputarse su cordura. ¿Estaba mi hermana sufriendo una experiencia poltergeist? Con toda la presión que llevaba acumulada, su capacidad de detectar el cáncer comenzó a ir en detrimento, y su fama y reconocimiento expiraron como el último aliento de un paciente metastásico. Poco tiempo después, la diagnosticaron de esquizofrenia paranoide y, finalmente, chupada hasta la medula y blanca como la cera, fue ingresada en Mondragón. Con el paso del tiempo su salud se fue restaurando, la piel recobró el tono y rigidez habituales, y la belleza volvió a insuflar serenidad en su rostro. Las voces se extinguieron y los espíritus de cáncer pancreático dejaron de incordiarla para siempre. Además, allí entabló amistad con el poeta Leopoldo María Panero, que le recitaba, o más bien le balbuceaba poemas ininteligibles. Mi hermana, que era incapaz de verlo, oírlo, e incluso olerlo, se conformaba con palpar las cicatrices de una vida marcada por la autodestrucción, y acabó enamorándose de Leopoldo, aunque lo hizo desde la clandestinidad, en silencio y sin ruido.

Yo fui el último vástago de mi familia. Siguiendo la lógica de la argumentación, cabrá suponer que nací sin ninguno de los ventajosos atributos con los que contaron mis predecesores, pues nací completamente ciego, sordo, sin olfato y sin sentido del tacto. Dadas estas privaciones, comprenderéis lo extraordinariamente difícil que resulta para mí la presente exposición: pues no sólo soy una anomalía biológica, sino que, además, constituyo un auténtico problema filosófico. Como vivo al margen de las sensaciones, resulta que el mundo me es tan ajeno como lo pueda ser yo con respecto al mundo. Quizás, mientras me señalen, podrán decir: “es él”, o: “es esto”, pero eso sería como confundir la sombra que proyecta una figura con la figura misma. Es como si despertara en un ataúd y, sepultado a varios metros bajo tierra, me condenaran a escuchar lo que dicen de mí sin poder oír nada. Mi vida es como el punto de intersección de dos paralelas que se prolongasen hasta el infinito. Si en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, entonces; en el país de los ebanistas, yo sería el amputado. Pongámonos en el lugar de mi madre, y que ésta tuviera ante sí un círculo y un cuadrado, pues yo sería la cuadratura del círculo. Mi situación es parecida a la de un mentiroso que nunca pudiera dejar de mentir, pero que, al mentir ¿estaría diciendo la verdad? O como el caso de los escépticos, que al poner en tela de juicio toda doctrina, terminarían por negar la suya propia. Si Dios, en su versión omnipotente, diseñara un muro indestructible y, al mismo tiempo, arrojara contra el muro un misil con la capacidad de traspasarlo, entonces acontecería una paradoja cósmica, es decir, mi caso. Si en un show en directo, en el punto de mira de miles de espectadores, se dispusiera una cocina completamente equipada y provista de todo tipo de ingredientes, yo sería el chef al que le temblarían las manos. La cosa es que nací con tres meses de antelación, y lo cierto es que no sé a qué vino tanta prisa, si, total, para lo que podía hacer en este mundo, mejor haber permanecido en el útero, o, mejor aún, ni siquiera haber salido de los cojones de mi padre. Se supone que, para la fecundación de un óvulo, el espermatozoide debe recorrer un largo camino repleto de peligros. Algo así como un éxodo, pero a la inversa, y que muy pocos logran su objetivo. Si, como dicen, la naturaleza no obra en vano y yo era precisamente ese espermatozoide destinado a perpetuar y mejorar las condiciones de mi especie, entonces o bien no es cierto que la naturaleza no obre en vano, o bien es que la naturaleza resulta impredecible, pues sólo cabría imaginar en qué términos de privación se encontraría el resultado de mi progenie. Me pasé varios meses en la incubadora, sumido en ese tipo de inexistencia que realmente no se diferenció mucho de lo que sería el resto de mi vida, rodeado de cables y de pantallas intermitentes que seguían mis constantes vitales asegurándose de que estuviera jodidamente sano. Quiero que sepáis que tampoco era del todo inerte, pues respondía a los estímulos como bien pudiera hacerlo un hongo. En ese mundo de sombras y silencio a veces penetraba una luz enfermiza como la del quirófano, y en vano pensé que podría ser Dios, o al menos, su cara, o quizás un poco de esperanza, cuando en el fondo no era otra cosa que la prueba manifiesta de ser un muerto enterrado en vida. Por lo visto, mi cerebro era sumamente grande, pues pesaba más que el de Einstein y Hawking juntos. Intrigados por la excepcionalidad de mi caso, un grupo de investigadores conectaron a mi cráneo un novedoso aparato que aseguraban poder medir mi inteligencia. Al primer impulso de mi cerebro, el aparato quedó completamente chamuscado. Después la empresa quebró y el jefe del equipo de investigadores se sumió en una profunda depresión. Pero todo esto sucedió antes de que se pudieran recuperar los datos recogidos durante el experimento. William James Sidis, con un coeficiente intelectual de entre doscientos cincuenta y trescientos puntos, y que hasta la fecha era el hombre más inteligente del que se tenía noticia, pasó definitivamente a la historia tras corroborar que mi CI era superior a los nueve mil puntos. Cuando apenas contaba con un año de edad, la actividad de mi cerebro era tan superior a la que pudiera soportar mi cuerpo, que era como pretender que funcionase un ENIAC del cuarenta y seis con un procesador tipo AMD Ryzen 93950x, o como que un elefante se desplazara con el corazón de una mosca, o como levantar los ochocientos veintiocho metros del Burj Khalifa sobre cimientos de escayola. Para superar dicha dificultad, mis padres contactaron con Human Machine & Technology Power Systems, una agencia especializada en la implantación de dispositivos electrónicos en el cuerpo humano. Pronto iba a formar parte de aquella estirpe de desequilibrados mentales que promueven la progresiva transformación de nuestra especie en cíborgs. Casos como el de Neil Harbisson, que fue el primer ser humano que se implantó una antena en la cabeza, presuntamente para identificar los colores mediante frecuencias de sonido, pero que, en realidad, no aspiraba sino a ocultar su condición de asexual disfrazándola de un comportamiento especialmente excéntrico. Aunque también está el célebre caso de Manel de Aguas, supuesto joven artista de Barcelona, que se implantó unas aletas en la cabeza para detectar el campo magnético de la tierra. Sin embargo, lo único que consiguió fue que le prohibieran el acceso a la basílica de la Sagrada Familia, y que incluso los perros le ladrasen más que antes. Todo ello recogido en un artículo del Testigo, titulado: Transespecie: la nueva tendencia de la Generación de Cristal. No obstante, quisiera dejar claro que no tengo nada que ver con esa panda de mamones, pues mi situación provenía de una necesidad vital y no de una absoluta desintegración personal. Además, no se trataba, en mi caso, de implantar un accesorio tecnológico en mi cuerpo, sino de coger mi cerebro, de arrancar mi conciencia, o ¡qué coño, de trasplantar mi hermosa alma a una jodida máquina!  En términos generales, si se me permite filosofar, podríamos estar hablando incluso de la creación de un nuevo organismo, del producto final de la obra de Prometeo, de la primera máquina dotada de verdadera inteligencia. Considerarlo como queráis, pero tras la peligrosa y revolucionaria operación, que duró más de tres semanas, habían logrado introducir un cerebro de más de doce kilos en un “ENIAC” cuántico. En este sentido, puede afirmarse, sin lugar a dudas, que fui el primero de mi generación. El nuevo “hardware” me brindaba la oportunidad de multiplicar de forma colosal mis facultades, pudiendo asimilar y gestionar información a una velocidad nunca vista, como si mi mente se hubiera transformado en un micelio gigantesco capaz de interaccionar con realidades infinitas. La naturaleza caleidoscópica del cosmos y sus mundos posibles. El universo holográfico desplegándose ante mí como las páginas de un libro: el origen y la futura extinción. Me había convertido en el último sueño de Dios, en un nuevo concepto de eternidad, y mientras las naciones del mundo se disputaban el dominio de la Tierra, mientras todo parecía conducir a los prolegómenos de una catástrofe nuclear, a mí me mandaron a Theia acompañado de una colonia de tardígrados. Misión Panspermia, así la llamaron, y cuando el último brote de hierba creció sobre la tierra, yo presenciaba los albores de una nueva civilización.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


4 de noviembre de 2022

Mi hermana

 

 

Soñé que mi hermana pequeña había muerto. Yo había criado a mi hermana durante sus primeros años de infancia y mis últimos años de adolescencia. Ella había muerto. Mis padres, para suplantar su pérdida, y a pesar de su edad avanzada, concibieron una nueva hermana. Esta hermana era idéntica a la anterior, y de la misma forma, yo cuidaba de ella y paseaba por las mismas calles mal asfaltadas de aquella urbanización abandonada a la voluntad de la naturaleza. Sus ojos verdes y cristalinos me observaban con el mismo entusiasmo que mi hermana difunta me hubiera observado entonces. Pero yo no me sentía con fuerzas para ser el mismo, yo era otro, es decir, había cambiado sustancialmente a lo largo de los años y mis convicciones eran radicalmente diferentes. Yo quisiera detenerme y mi hermana había muerto. Ahora no tenía paciencia, ni fuerza, ni ganas para repetirme. De alguna forma yo también había muerto por cuanto ella llegó a ser de mí antes de que muriera. No era el mismo, era un espectro como el recuerdo que evocaba de ella y que mis padres habían artificialmente suplantado. Entonces lloré desconsoladamente, lloré por rabia, por impotencia, por esa muerte que en parte no era sino la mía propia, lloré por todos los muertos que había añorado, por mi abuela, que tanto quise, lloré por la próxima muerte de todos los que quiero, lloré por mi propia muerte y desperté llorando y cuando desperté nadie había muerto. Mi hermana seguía viva, a pesar de que yo no pude dejar de llorar incluso conociendo toda la verdad.

7 de octubre de 2022

5 de octubre de 2022

Con cariño: "rotten roots"

I

Los habitantes del pueblo; es decir, gente nimia y mis familiares y amigos estaban en una reunión. Creo recordar que en una comisaría, de una manera un tanto extraña. Compartiendo galletas rancias, pero terriblemente deliciosas, con olor a corteza de árbol dónde enterraron al perro de mi abuela aquel confuso día. Algunas de ellas estaban partidas y no era muy ético al parecer, pero entre quejas y risas todos comimos y disfrutamos de lo más lindo...

II

Drena iba a un pueblo nuevo dónde debía enseñarle a sus familiares y a amigos a nadar y a conducir; o al menos hacer el intento y poner las ganas, pese a que ellos llevaban a sus espaldas una especie de dejadez, desidia y pereza que demostraba que en sus cuerpos llevaban un cadáver en vez de a una persona. Y aunque en realidad cada uno de ellos quería más que otra cosa satisfacer cada uno de sus deseos sexuales. Finalmente Drena terminaba haciéndose amiga de casi toda esa gente. La gente del pueblo era ambigua, aburrida y normal.

III

Un comisario me dijo con ironía y algo de sarcasmo "ni al peor criminal le perdonaría algo así" --refiriéndose a mí-- a lo que yo le respondí:"¡sabía que diría eso!, yo tampoco perdonaría ciertas cosas, supongo..." 

A mi pesar, todo comenzó a ponerse un poco turbio cuando el comisario comenzó a comportarse como un guarro perro sexualmente hablando. Y yo entre incómodos intentos de no llamar la atención trataba de huir; pero él llegó hasta a mí y mordió mi falda para retenerme. De repente giré la vista hacia otro comisario, que escribía en su ordenador, y le escuché decir a media voz algo así como "con cariño: rotten trees".

IV

Entonces me di cuenta de que el comisario que mordía mi falda ahora era un lindo perrito recostado en mi regazo y llegué a una reflexión un tanto filosófica y es... cuán diferente ha de ser de uno mismo aquello a lo que admires para poder ser admirado... aquel perrito parecía tan tierno pero aquel anterior comisario; parecía tan cerdo...

V

Desearía amarlos a todos. Pero sus cuerpos arqueados, sus magulladuras descoloridas, la esencia que emanaban, a pesar de diferir en cierto modo en cada habitante, era desconcertante. Las clases de natación no fueron útiles. Las galletas corrompidas siendo repartidas entre una maraña de manos, la comisaría con esos colores fríos y esa gente con cara de sospecha, las calles desérticas yendo de un lado para otro con ansiedad, los familiares con la cara de otro (criaturas antropomórficas: que bajo ninguna duda no eran seres humanos, sino más bien seres extraños que comían galletas rancias). 

VI

Cuándo el miserable del comisario Andrés era un perro fue cuándo me enterneció la calidad de su alma. Sin embargo, cuándo Andrés no era un perro sólo podía sentir que él era igual a mí, y por eso el espejo hacía que le odiara. Quise amarlos a todos, pero la verdad es que lo que me causaba rechazo y repulsión era sólo una forma o una esencia, nada personal.


Reflexión para el lector sobre la fábula:

"Ese perro era como Vorj: una perra en la cama".

2 de octubre de 2022

"Exodum"

-Un demonio recorriendo mi piel muerta mientras el Ytchz se retuerce al lado oído mío. Un ángel con alas rojas que... con sus dientes de no muerto me sonríe y me dice: "soy viejo, muchacho". Del súbito orbe, de la torre infernal más alta, de la nada más ciega, de la decepción más grotesca, del odio más puro: "te voy a matar", me susurra el Ytchz.

    Y de su boca nacen mariposas muertas y de su vientre larvas abortadas y de sus pechos caen gotas de orina roja. Del vicio, la aceleración, de las pastillas, del abismo, del tiempo, de la inclemencia del tiempo, del cansancio, del aborto primero. ¿Por qué a mí?-


30 de septiembre de 2022

thank you

 day 1


sifilis

deschords

desamour

fatality in a dumb

squares

are in the middle of someone

each time I hope to see them

I can not found one

phone that

squares

call them by the name of surprises

of short them

by the shape of

careless

squares

ours



syphilis

disagreements

heartbreak

fatigue in a fool

squares

you are in the middle of someone

each time I hope to see them

i can't find one

phone that

Grid

call them by the name of surprises

short them

by the way of

careless

Grid

our


day 2


our dreams

are returned by remainses of alcohol

deplus, cousins of threatens

yards of delicious profanes

beautiful butterfly basically graden

collyrium sounds like a cheers

terrifying freaks 

cholerious dean

frying cheeks in a disc of it

fearing dear in

suspirings

crying

terrifying again

suspicious cholera

means you are in a bad karma 

but not in an alternative enclosure

because you are always done



day 3


drained serpent waterblue

Where are you at the least.

Decide any form of the greatest

that is not the drown, it's the one that you have already received

wanted for not dying for me

say it's not for they

beauty and these kindy

crystal sticky preasure standy.

Wandering stars come from "isn't it normal"

for every second asking is lethal that they run

let lights be done

in your dron

what shakes you the worst


day 4


didn't hear that handsome smile 

that presumptuous breathing between petting

descriptions are sound and full of light when I love you and I want to love you 

if it is not in your feather, in the long line of suspicions that await our souls 

I want to love you but right now, between conditions and bad taste of recitative 

I want to love you just now that I don't know you and I want to take your pulse and 

that heart is beautiful, fucking beautiful.

Bring it to me despite the ruins of customs and the desires of similarities and rottenness. Bring me like a sky, change me a star and don't let it shine alone, it stings





day 5


it isn't here 

it is between your eyes

your are here in my inside

looking in my mind

you sweet nobody is watching

you sweat you are so tired

I mean you must recieve me

but not in that way

not in that possible chain

it is raining

cheerless

it is asolated

not because of

just it is

and I think about it

this is my pleasure

sorry and thank you


day 6


broken as rooten

as dramatic

feeling duty

revolution in other space sorry

I meant to be but that wasn't enough

for the real corpse that was just a role

for the real hurt marry is a trunk

for the spirit was a promiscuous


day 7


That romantic

low-spirited

sway the flow of woman

tourniquet, responsible

deadsoul assume not cool

at a time dear is fool

the cooler soul is awful

and the spirit dress is a chest

with a purple corpse damaged

28 de septiembre de 2022

Welcome Home Sanatarium

1- No ones on no day, no day on no Nought

2- Some day on some rain, no day on no Nought

3- Crazy mad and twat, what do you say, King Rat

4- In love of that girl, on fire on that "guy" maybe later bitchez

5- My friends are not toxic, there are NO ONE?

6- My dad singing on the rain, my mom on the pain

7- My soul on ur asshole, mi soul on ur dramatic sex role

make me cum, little cunt

***

8- Di que siempre estarás allí, aún cuándo desapareces de Sicilia, maldito Sífilis Mon Amour, bendito Siiderius el camaleón... no te echo de menos, no sé nada de ti, no quiero verte. Deseo tocar tu espalda alada. Si sabes que por ti pierdo la cabeza...

9- Valcour que te refugias entre las piernas del cielo y tragas lefa femenina como un titán enamorado: como el coño rata tóxico negro de mi madre rancia y triste, con su fibra sucia te digo... ¿Por qué no me amas como yo te amo a ti? Si sabes que soy medio maricón...

10- El que no nace

      no mata,

      por eso,

      va por ti,

      Rey Rata.

4 de septiembre de 2022

Ultra venganza, ultra violencia y ultra amor = Extrema Venganza

(I)

VENENO LENTO o ULTRA VENGANZA es un relato sobre un fatboy bad ass que con la ayuda de sus demonios personales y la mirada de soslayo de Dios encuentra lo más valioso de su vida: el amor de una muchacha que le haría perder la cabeza por completo y lo convertiría en una suerte de baba mojada. Un pecado que lo acompañaría toda la vida y le haría retorcerse de dolor por las madrugadas cuándo el recuerdo de esa persona asome por el agujero que dejaron sus ojos en su propia frente. Aunque claramente no es nada personal, siempre seré un personal Jesus.

(II)

Sinopsis:

[xxx]

Darko --- Odio: Vorj, Valcour, Larva. ?

[Ultra-amor]

(Cour) <--- Zoon

Zarza --- Amor

[Ultra-odio] Amor suicidio

[xxx]

Firmado a pulso sangre y a tinta imposible: Antivorj, no excuse no mercy

Deseo de navidad: Joderle la comida a (?), que cague su propio vómito y trague sus propias heces.


* V * O * R * J *

ULTRAVENGANZA

Meine mutter is a selfish motherfucker, vamos, que es un poco perra egoísta... ¿Qué le voy a hacer yo?
"Yo lo siento mucho, te quiero un montón; pero... parece que sólo eres feliz cuándo bebes vino, mamá".

Tenía 17 años cuándo mi Sensei de 71 me violó la mente: Poco después, tras 5 años de abusos hice un pacto con un demonio socarrón llamado El Ytchz. Más tarde tras otros cinco años más de desgracias, vómitos diarreas suicidios mentales y podredumbre muerte en colchón sucio conocí la bondad y el amor de una criatura, mitad demonio, mitad ángel... llamado Exodum. Pero lo que es realmente importante es cuándo conocí a Zarza. Vorj y Zarza compartieron momentos increíbles y momentos muy desagradables también.


(III)

Teorías del buen gusto:

Blindarse

Equiparse

Armarse

(***)

¿Quién es Vorj y quién es Antivorj? Breve explicación de cada individuo, desde su primera juventud hasta su segunda juventud o edad adulta. ¿Siguen existiendo problemas en la vida cotidiana que Vorj o Antivorj no puedan solucionar con un mazo de bastos?

¿Vorj?

Perturbado (18) -> Psicópata salvaje

Excuse me; please, mercy; married me

¿Antivorj?

Imperturbable (28) -> Psicópata integrado

No excuse, No mercy; baby

Lista de suministros para la creación del relato:

Rivotril 1 mg

Tabaco a cd

Dk= infame

Ntt= Reinita

Teoría profana del éxito susurrada por el demonio El Ytchz:

2 Poder 2

1 Dinero 3

3 Salud 6

5 Venganza 1

6 Redención 5

4 Adrenalina 4

Bitchez selling her assholes for fun
Solrax.

Cuándo el amor de tu vida es en realidad una personal slut o personal jesus todo se trastoca hasta el punto en el que ves cómo todo se corrompe a tu alrededor, porque todas las personas están corrompidas desde el interior hasta el final de sus días: nadie se salva, todos se mueren del asco, nadie puede hacer nada al respecto para mejorar el rumbo del destino rojo.

Vocabulario kamikaze: 

SLUT, WHORE, BITCH, PUSSY, CUNT, SCUMBAG, TWISTED PERV

1. cc dmg

2. stealth

3. Malmsteen

Ode to hypnotise
By Soad

Entrar en la mente de alguien tiene
c o n s e c u e n c i a s

PODER

-Mafia-
tabaco
droga
alcohol
sexo

<venganza redención>

FUMAR MATA

Dignidad
Autoestima
Silencio
Muerte
Seriedad
Poder
Revancha
Venganza
Letalidad
Humo:
Chulería

Down hand
Las madres son sagradas

Oportunidad
sorpresa
ambush
distraer bait

Mi madre es un poco imbécil, pobrecita, =(

Juego con las cartas que me han tocado y es risky, pero gordito me como los rizis

(***)

Cazadores de asesinos:

Vorj --> Asesino

Larva --> La muerte

Zoon --> Arquero

Valcour --> Realidad o Future

? --> Ninfómano magia negra

Ninfas:

Zarza --> Hiperrealidad

Dk--> Hipersexualidad, casi Nymphomaniac

P e r s p e c t i v a   I s o m é t r i c a

<<Sífilis Mon Amour>>

V W L Z (T)

piano piano

Extrema Venganza

Revenge

Duel - Duelo

ÁNGELES Y DEMONIOS, NACIMIENTO DE VISEK

Visek (Tipo de deidad: ángel): Zoon

Nekrus (Tipo de deidad: demonio) Valcour

Ytchz (Tipo de deidad: demonio): Vorj

Exodum (Tipo de deidad: híbrido ángel demonio) Vorj

Hiroxima (Tipo de deidad: híbrido ángel demonio) Larva

VLZW

Dedicado a mi paisano Faraón Love Shady

Clanes enemigos y aliados

T R A U M A

A F T E R M A T H S

N O T S O R R Y

T E A P A R T Y

***

What

Who

Where (?) te estoy buscando

How

Why


Personalidades de Sífilis Mon Amour segunda década...

Antivorj

Valcour

Notcour

Notcorj

Cour

Vorj

CVUJ

JUVC

Trick or Trade

Truco o trato

trick and deal

N I C O T I N A

Soundtrack

Amy Whinehouse

Radiohead

Mr Robot

Chat encriptado
***

Psicópatas - Piedad - Crueldad

Valcour -> Berseker

Vorj -> Mirada Asesinato

Larva -> Inevitable o Muerte

Zoon ->Magia Blanca o angelical

Zarza -> Hiperrealidad / Dk-> Ninfómana

? -> Ninfómano clown black magic

N O T vorj

N O T cour


7 de julio de 2022

El club

  

La muerte es un sueño en el cual queda olvidada la individualidad: todo lo demás despierta de nuevo, o más bien sigue despierto.

Schopenhauer

Todo cambió desde el momento en que observé cómo se retorcía el cordón umbilical de mi hermana. Me encontraba en una sala desinfectada con olor a amoniaco irradiada por una luz antinatural que te cegaba los ojos. La misma luz que deben contemplar los muertos en su ascenso al cielo o los moribundos que regresan del mismo y al despertar experimentan la pureza implacable del foco de un quirófano. Estábamos a finales de julio del noventa y cinco y en aquel hospital aún no sabían lo que era el aire acondicionado.  Mi madre acunaba entre sus blancos, enormes y robustos brazos a una niña recién nacida que padecía estrabismo a causa de la ingente cantidad de anestesia que le habían inyectado durante el parto. Dieciocho horas después de las primeras contracciones, mi madre había parido a esa niña de pelo negro y encrespado que mamaba apaciblemente recostada en su seno. Gotas de sudor se deslizaban como tímidos riachuelos por el rostro de mi madre hasta alcanzar la barbilla, dónde se detenían antes de saltar al vacío y estallarse contra la constreñida frente de mi hermana. Con la tez descolorida y arrugada, los ojos negros y el pelo de punta, mi hermana parecía haber sufrido mucho durante el viaje a través de las entrañas de mi madre. Con el paso de los días su piel fue cogiendo color y sus ojos comenzaron a mirar más fijamente, y se tornaron de un color azul intenso al mismo tiempo que su pelo se volvió rubio y abundante. Sin embargo, la imagen de su cordón umbilical dando coletazos involuntarios como los espasmos de una serpiente a la que le han aplastado la cabeza es algo que jamás podré borrar de mi memoria.

Desde entonces hasta que cumplí los trece años mis padres me enviaban todos los veranos a casa de mis tíos, que vivían en una retirada y tranquila zona residencial compuesta de edificios blancos y hermosos jardines ubicada a las afueras de Majadahonda. A pesar de ser inspectora de hacienda, mi tía era una mujer generosa y encantadora, solía llevarme al cine los fines de semana y después a comer hamburguesas. Mi tío era un neurótico que tenía pánico a viajar en avión, razón por la cual se había dedicado al diseño y la construcción de barcos. De niño me enseñó a montar en bicicleta y a jugar al tenis, y cuando me hice mayor me instruyó en el arte de beber wiski.  Mis primos eran mucho mayores que yo, y por razones que nunca he sabido, no se dirigían la palabra. A ambos les debo mucho de lo que soy ahora. Gracias a mi prima, por ejemplo, profeso un amor incondicional por la natación ya que todas las mañanas nos íbamos a nadar a la piscina comunitaria. Aprendí a tirarme de cabeza y a mover con sincronización los brazos y los pies. Después nos tirábamos en la toalla y me hablaba de sus relaciones sexuales mientras yo contemplaba anonadado el movimiento oscilante de sus tetas, que se antojaban más gordas bajo la tela mojada del bañador, a través del cual se insinuaban unos pezones prietos y rosados. Ella fumaba boca arriba exhalando el humo del cigarrillo que ascendía lentamente hasta confundirse con las propias nubes, y en muchas ocasiones le pedía que me echara el humo a la cara pues el aroma del tabaco siempre me había resultado delicioso. Mi primo dormía hasta pasada la hora de comer, después me dejaba entrar en su habitación repleta de posters de los Judas Priest y el muñeco diabólico. Los estantes estaban forrados de libros sobre batallas de la segunda guerra mundial y también tenía una pequeña colección de soldados en miniatura de la Wehrmacht. Toda la obsesión que conservo actualmente sobre cualquier aspecto bélico de la historia la engendré durante aquellas inolvidables tardes que pasaba encerrado en la habitación de mi primo. También tenía una tarántula enorme y peluda que dormitaba en un pequeño terrario de cristal, así como escorpiones, lagartos y una serpiente de coral. A veces recorríamos todas las tiendas de animales del centro en busca de grillos y ratones que después echábamos a sus reptiles. En una ocasión se le escapó la serpiente. Durante varios días no supimos nada del venenoso reptil, al cual imaginábamos muerto o extraviado de forma remota en alguna estrecha y oxidada cañería del edificio. Sin embargo, una mañana nos despertaron los aullidos desgarradores de la presidenta de la comunidad, pues una culebra de llamativos colores había asomado su cabeza por el retrete y le había mordido en una de sus nalgas. Por fortuna los colmillos del ofidio no alcanzaron a traspasar ni un milímetro las curtidas nalgas de la presidenta, pues gracias a las productivas horas que había permanecido sentada frente al televisor siguiendo el inagotable argumento de las telenovelas de verano, su culo se había vuelto más duro y resistente que el propio cuero.

Los años fueron pasando y los estragos del tiempo afinando nuestros defectos. Una vez se jubilaron, a mi tía le salieron más arrugas y las piernas se le cubrieron de varices. El médico le aconsejó que dejara de fumar y saliera a pasear al monte. Sin embargo, cuando dejó de fumar le cambió por completo el carácter y ni si quiera ir al cine o asistir a restaurantes de comida basura resultaban lo suficientemente estimulantes como para sacarle una sonrisa. Tan desesperados estábamos todos que le suplicamos que volviera a fumar con la esperanza de que recuperara su envidiable armonía, y cuando empezaron a notarse los primeros síntomas de mejora sufrió un infarto que la dejó postrada en una silla de ruedas. Mi tío dejó de jugar al tenis el mismo día en que se propuso dar rienda suelta al ininterrumpido crecimiento de su barriga y se dedicó casi por completo al ejercicio de beber wiski. Por otro lado, su neurosis hipocondriaca se extendió más allá de los aviones y dejó de comer hongos y otros alimentos que, como él decía, pudieran contener gérmenes y microbios perjudiciales.

⸺Existe un hongo ⸺me dijo una tarde en el club mientras tomábamos un wiski⸺, que es capaz de inocularse en tu cerebro y controlar todo tu sistema nervioso.

Yo asentí y alcé mi wiski con intención de brindar por su voluntad de vivir, pero mi tío retiró instintivamente su copa y me advirtió de la posibilidad de que intercambiáramos microbios, por lo que era mejor ser precavidos. Yo no podía entender por qué tenía ese pánico tan injustificado con respecto a los microbios, si luego se pasaba doce horas al día rodeado de viejos que se hablaban muy de cerca esputándose unos a otros como imbéciles.

Mi prima emprendió una gran diversidad de estudios en los que no llegó a prosperar en ninguno. Después de haber vivido un tiempo en Portugal, conoció a un chileno casado y con hijos y con el que se fugó a Brasil en busca de un porvenir diferente al que le aguardaba como amante y futura diana de los dardos venenosos de sus hijastros instruidos por una madre resentida y celosa. Sin embargo, la vida con el chileno resultó ser un auténtico desastre. El chileno era un borracho que se gastaba todo el dinero que le enviaba la inspectora de hacienda en mezcal y prostitutas. Tiempo después regresó a Madrid y se preparó las pruebas especiales del cuerpo de inteligencia, y una vez hubo superado las pruebas físicas la desestimaron por detectar durante un test psicológico cierta propensión a la psicosis y la paranoia. Frustrada en lo sentimental y en lo profesional, optó por terminar económicas y al poco tiempo consiguió un trabajo mal remunerado y a media jornada que por lo menos le permitía permanecer espaciosas temporadas fuera de casa.  Mi primo jamás consiguió terminar la carrera de arquitectura y fue aquejado de una ceguera prematura que terminó por invalidarlo. A consecuencia de la ceguera progresiva que sufría se tornó cada vez más solitario y huidizo. A penas salía de su habitación, y cuando lo hacía era sólo para comer o ir al baño. Cuando venía la familia a visitarlo rehuía de nosotros como si trajéramos la peste. Los recuerdos que conservaba de nuestra amistad durante mi niñez fueron desvaneciéndose poco a poco hasta resultar inexistentes. Todos sus animales murieron, y tanto sus libros como la colección de soldados en miniatura de la Wehrmacht fueron devorados en la hoguera que prendió mi tío bajo el pretexto de que el polvo acumulado en los libros y las figurillas era la causa de toda la desgracia que se había cernido sobre su familia.

A veces, cuando visitaba a mis tíos, que cada vez eran más ancianos, percibía esa nostalgia enfermiza que experimenta uno al recordar su infancia. El orden aparentemente inalterable de las cosas, los mismos elementos decorativos sobre la repisa como aquella familia de elefantes de madera que obtuvo mi tío durante una subasta en Argelia, los cuadros colgando ligeramente torcidos de las paredes con gotelé del salón, libros que jamás se han leído ocupando el mismo espacio de los estantes, las viejas fotografías de mis tíos recién casados, tan jóvenes y risueños que parecían inmortales.

Hacía años que no veraneaba en casa de mis tíos, pero no hacía mucho había regresado de una larga estancia en el extranjero y me había instalado en Madrid. Todos los domingos solía visitarlos y nos íbamos a comer al club, donde independientemente del menú del día, siempre pedíamos la tarta de queso galardonada recientemente con un prestigioso premio nacional. Después de la comida me sentaba con mis tíos en la terraza del club orientaba frente a la piscina. Me resultaba placentero tomar unas copas después de la copiosa comida en el club mientras fumaba y charlaba con mis tíos. A lo lejos se extendía el pinar que rodeaba la urbanización cuyo reflejo podía discernirse nítidamente en las tranquilas aguas de la piscina perturbadas únicamente por el paso eventual del cercanías. Mi tía observaba ensimismada la superficie lisa de la piscina desde su silla de ruedas y me pregunté si acaso sus articulaciones podrían reaccionar ante el hecho de arrojarla al agua o si por el contrario se resignaría a morir ahogada. Mi tío bebía wiski mientras que yo me decidí por el coñac. Conforme fue transcurriendo la velada la botella se fue vaciando al mismo tiempo que la luz de la tarde declinaba sobre un horizonte cada vez más oscuro. Contemplaba el líquido ambarino de mi copa y progresivamente noté los efectos del alcohol en mi sangre, primero como ráfagas repentinas de calor que me sacudían las extremidades y me golpeaban en la sien, después por una más que plausible inutilidad en mis movimientos. A veces derramaba parte del líquido o se me desprendía el cigarrillo de los dedos provocándome pequeñas quemaduras. La lengua se me enredaba con frecuencia entre los labios profiriendo palabras ininteligibles. En un momento dado, mi tío se fue a la barra a por otro wiski y regresó cogido por el brazo de otro borracho.

⸺Mira ⸺me dijo mi tío⸺. Te presentó a un amigo.

⸺Hola ⸺dije alzando la copa derramando parte del contenido sobre las insensibles piernas de mi tía.

⸺Hola ⸺respondió el viejo con voz carrasposa.

Al estrecharle la mano noté sus dedos huesudos y pringosos. Entonces me miró sutilmente por encima de las gafas de sol y sus inmensos ojos pardos se posaron sobre mí tristes y acuosos como los de un sapo deslumbrado. El viejo a un conservaba parte del cabello, aunque totalmente blanco. Tenía una complexión atlética, provisto de anchas espaldas y porte erguido. Llevaba un polo de Lacoste de color rosa y unas bermudas blancas que contrastaban con el bronceado de sus piernas. En la muñeca derecha portaba un ostentoso reloj de plata.  

⸺Este es mi querido amigo, el soltero de oro ⸺insistió mi tío.

El viejo tomó asiento frente a mí privándome de las hermosas vistas del atardecer. Yo me encendí un cigarrillo con la mala suerte de que se me resbaló de entre los dedos y cayó en mi pantalón haciéndome un agujero.  

⸺¡Mierda! ⸺exclamé⸺. Era el último…

El viejo me sonrío mostrando una dentadura bien cuidada, aunque podría también tratarse de una ortopédica. Me extendió un Marlboro.

⸺Gracias. ⸺balbuceé.

Mi tía permaneció inmutable ante el recién llegado, ni si quiera se viró mínimamente para ver de quién se trataba. Seguramente no le interesaba. Posiblemente habría perdido el interés por el mundo y todo cuanto en él acontecía puesto que en la situación en la que se encontraba era comprensible que la vida le pareciera una auténtica mierda. Tan sólo observaba el agua como quien se estuviera adentrando en una profunda y sosegada meditación. 

⸺¿Por qué el soltero de oro? ⸺pregunté intrigado.

⸺¿De veras te interesa conocer mi historia?

⸺No sé si especialmente ⸺repuse tranquilo. Después le di una buena chupada al cigarrillo y observé el humo danzar entre mis dedos hasta que se desvaneció en el aire⸺. Pero está claro que si te has sentado delante de mí y eres amigo de mi viejo tío, que en lugar de decir tu nombre te ha presentado como “el soltero de oro”, es natural que toda situación anterior se vea encubierta por tu llegada. Además, tampoco recuerdo de que estaba hablando antes con mis tíos, posiblemente de nada. De cualquier forma, como te estaba diciendo, la raíz de mi interés hacia tu persona no radica en algo especial, simplemente se trata de mera curiosidad.

Durante unos segundos nadie dijo nada. En cualquier caso, mi tío pareció alterarse ya que no tardó en levantarse a por otro wiski.

⸺Está bien ⸺repuso el soltero de oro.

⸺Ah sí. Ya me acuerdo de que estaba hablando con mi tío. Resulta que él tiene setena y dos años ⸺mirando a mi tía⸺. ¿No es cierto? Sí. Tiene setenta y dos años recién cumplidos. La cuestión es que yo voy a hacer veintisiete el mes que viene, es decir, que nuestras edades se verán invertidas igual que cuando cumplí dieciséis años y mi tío sesenta y uno. Ambas situaciones constituyen aspectos muy significativos de nuestra existencia, pues hemos encontrado puntos de conexión entre nosotros que demuestran que la edad es solo una perspectiva según el orden de los números. Esto nos merece una buena celebración. Es más, ⸺continué apurando el cigarrillo⸺. Es un hecho verídico el que lo estábamos celebrando…

Tuve la sensación de que el viejo me escrutaba fijamente, pero a diferencia de antes, las gafas de sol le cubrían por completo sus enormes ojos de sapo, y por tanto era imposible averiguar si de alguna forma trataba de desafiarme.  Bebió de su gin-tonic pausadamente.

⸺Tengo más dinero que todos los miembros de esta urbanización. Si quisiera podría comprar el Club y todo el coñac ese que te estás bebiendo. Podría comprar la misma piscina e incluso hacer más feliz a tu tía con una silla motorizada. Podría hacer feliz a cualquiera y satisfacer todos los caprichos de una buena mujer, pero es una decisión inquebrantable que no quiero casarme ni compartir nada de mi patrimonio. Los que son inmensamente ricos como yo están destinados a vivir solos y ser enterrados con todo su dinero. No tengo hijos ni familiares. Soy el último de mi estirpe y aunque no lo fuera jamás dejaría escrito ningún testamento. Tampoco quiero donarlo a ningún tipo de fundación benéfica. Quién sabe si acaso no habría de necesitar ser rico en la próxima vida. Dicen que en la antigua cultura mesopotámica no existía el cielo, tan solo el infierno. Pero había la posibilidad de vagar eternamente en una especie de reino intermedio entre la vida y la muerte. Sin embargo, sólo aquellos que gozasen de una inmensa fortuna podrían permitírselo realmente. Los difuntos de las familias pobres pasaban como mucho un par de semanas errando sin rumbo por la aldea asustando a los niños, pero cuando las provisiones de aquellos eran consumidas finalmente, el muerto no tenía más remedio que arder en el infierno.

El soltero de oro hizo un amago de peinarse. Esperó pacientemente mi respuesta, pero a esas alturas me sentía tan ebrio que sólo me entraron ganas de soltarle la dentadura de un puñetazo. Contemplé mis manos magulladas y repletas de ampollas a causa de la ceniza que había desparramado. Luego miré a mi tía, pero no vi más que una estatua rígida e inexpresiva, un montón de materia inútil que sólo aguardaba a que una voluntad inmensamente poderosa o divina la arrojase a lo más profundo de la piscina. Reí en silencio como el ciego de mi primo. Me viré hacia mi tío y no alcancé a ver más que una sombra borrosa acodada en la barra del bar. Nuevamente concentré mis ojos en el soltero de oro, sin duda alguna me estaba retando, y a pesar del estado de impotencia en el que me hallaba sumido, lo cierto es que en mi fuero interno ardía una furia incontenible. Quise añadir algo, pero tan solo emití un gemido de borracho. Limpiándome el sudor que me bañaba la frente y con un gran esfuerzo por hacerme entender, finalmente logré decir:

⸺Aunque la misma circunstancia podría volver a darse cuando yo cumpla treinta y ocho años y mi tío tenga ochenta y tres.

⸺Deberías mostrar más respeto por alguien más viejo y rico que tú ⸺dándole un contundente sorbo a su copa⸺. Este es el gran problema de la juventud, que no muestra respeto por estar demasiado acelerada. Los jóvenes consideráis que el mundo es sólo vuestro. Cunado uno se hace viejo te das cuenta de que lo único que debes hacer es conservarte lo mejor que puedas. La senectud es el mayor de los males, una enfermedad terrible y eterna. En unos diez años pensarás lo joven que eres ahora. Pero en veinte años te darás cuenta de lo joven que eras entonces. Todo es cíclico. Las generaciones están intrínsecamente conectadas. Esto es tan cierto como que mañana seguiré siendo inmensamente rico. Cuando nací ya era rico, aunque no lo supiera, como tampoco habría de saber que mi padre abandonaría a mi madre después del parto. Luego mi madre se volvió paranoica y tuvieron que internarla. Sin embargo, ya era tan rico entonces como ahora. En una ocasión un niño se río por lo vieja y demacrada que estaba la calavera de Atahualpa. ¿Sabes qué le respondió ésta? “Que su risa era inútil, pues yo he sido lo que tú eres del mismo modo que tú serás lo que yo soy”. Después le tocó reír a Atahualpa.

Entonces me vi a mí mismo en la sala de hospital con mi madre y mi hermana recién nacida. ¿Dónde estaba mi padre? En todo este recuerdo hay algo que no encaja. Veo a un niño con lágrimas en los ojos aterrorizado por el movimiento de un cordón umbilical. Lleva puesto un abrigo de invierno de color amarillo, sin embargo, estábamos a finales de julio del noventa y cinco y en la tierra en que nació mi hermana hacía más de cuarenta grados a la sombra.

⸺Pero todo volverá a repetirse cuando yo haga los cuarenta y nueve y mi tío tenga noventa y cuatro. Aunque en este caso sería un milagro que viviera…

Fue entonces cando me percaté de que mi tío había regresado a la mesa. Le observé detenidamente y le vi más agotado y hundido que nunca. Tenía la mirada perdida en el fondo de su copa y el semblante pálido.

            ⸺Cuando mi madre murió heredé toda su fortuna. La guerra había estallado y tuve que exiliarme en México. A pesar de todo el dinero que tenía siempre fui una persona solitaria. Hubo muchas mujeres mayores que quisieron casarse conmigo o hacerse pasar por mi madre, pero ya por aquel entonces tenía la firme convicción de que no me casaría, de que siempre sería un “soltero de oro”.  

Las copas vacías comenzaron a vibrar sobre la mesa y el cercanías atravesó la llanura emitiendo un gran estruendo. Cerré los ojos por unos instantes y pensé que algo no iba bien. Los focos de la piscina estaban encendidos, pero más allá la oscuridad era sobrecogedora. El soltero de oro me observaba impasible, se había colocado las gafas de sol sobre la cabeza y me miraba fijamente.

⸺¿Dónde se han ido mis tíos? ⸺farfullé preso del pánico.

Los ojos del soltero de oro se habían reducido hasta desaparecer de sus cuencas, que, al mismo tiempo, se habían vuelto más huecas y profundas. Toda la carne de su cara iba perdiendo densidad y un aspecto cadavérico comenzó a dibujarse en su rostro hasta transformarse en una auténtica calavera.

            ⸺¡Atahualpa! ⸺exclamé aterrorizado.

En ese instante el viejo se me echó encima y los dos rodamos por el entarimado de la terraza. La dentadura ortopédica del soltero de oro se había enganchado a mi nariz y el sabor cobrizo de mi propia sangre alcanzó mis labios. Traté de deshacerme del viejo propinándole un buen empujón, pero él se mantenía firme sentado sobre mi pecho obcecado en destrozarme la cara con sus uñas. Escuché gritar al desalmado viejo millonario blasfemando como un demonio contra mis tíos. Un golpe en la cabeza me privó del sentido durante unos segundos. Las lágrimas inundaban mis ojos y me impedían distinguir las siluetas de las personas que se congregaban en torno a mí formando un círculo de curiosos expectantes…

⸺Acabo de ver a la muerte con mis propios ojos y su mirada estaba vacía…

 Me hallaba sobre un lecho de cristales rotos. La mesa y las sillas volcadas por el suelo. No recordaba demasiado bien todo lo que había ocurrido. El reflejo de las luces de una ambulancia recién estacionada tras la verja del recinto me liberó del estupor. Entonces decidí incorporarme y lentamente me acerqué dando tumbos al borde de la piscina. Cuando asomé la cabeza hacia el interior descubrí el cuerpo inerte de mi tía flotando en sus aguas oscuras.