17 de noviembre de 2021

Retorno


 

Durante la noche tuve un sueño muy extraño que en aquel momento se me ocurrió compartir con ellos. Me encontraba con algunos familiares aguardando impacientes la llegada de mi padre. Mi padre había estado viajando durante un tiempo por las profundidades siderales del cosmos, recorriendo infinidad de galaxias y explorando los rincones más recónditos del universo. Según los cálculos que había hecho, a su vuelta mi padre regresaría mucho más joven de lo que era cuando se marchó. Apenas sería un adolescente. La idea de que mi padre fuera más joven que yo cuando regresara del viaje me mantenía en un estado de excitación e incertidumbre indescriptibles. En realidad, todos estábamos nerviosos y expectantes por su llegada, pero yo, particularmente, más que ningún otro, pues, coño, estaba a punto de reencontrarme con mi padre, mi jodido padre, que retornaría del abismo con la apariencia de un niño. 

Mientras le esperábamos, mi abuela sacó un álbum de fotos para que todos nos fuéramos haciendo una idea del aspecto que tendría mi padre. Las fotos eran viejas y de mala calidad, pero indudablemente era mi padre el que aparecía en ellas. Fotos del año setenta y cinco, mi padre con once años vestido con un pantalón de campana y el pelo negro y largo cayéndole por los hombros. La sonrisa de mi padre. El brillo de los ojos de mi padre mirando a la cámara, inmortales, con total desconocimiento acerca de lo que le aguardaba en el futuro. Mi padre sin miedo a envejecer, con la muerte todavía muy lejos de sus ojos, sin miedo a cumplir años, sin miedo a desintegrarse. Mi padre con las manos en los bolsillos o con los brazos cruzados bajo las axilas mirando a la cámara sonriente, feliz. Año ochenta y dos, mi padre tocando la armónica en una plaza o mi padre posando de modelo para una revista. Sus ojos verdes, taciturnos, mirando directamente al infinito, hacia la nada. Expresión seria. Tranquilo. Año ochenta y siete, mi padre con algunas ojeras mirando a cámara y sosteniendo un humeante cigarrillo entre los dedos. Los años van pasando inexorables…

No podía contener mi emoción. Todo estaba a punto de volver a empezar. Según cruzara el umbral de la puerta, ¿Cómo saber quién era el padre y quién era el hijo? ¿Lo entendéis? Mi abuela podría abrazarlo como el crío que fue, como el hijo que nació de sus entrañas y que aparecía en las viejas fotos. Pero ¿yo? ¿Cómo podría observar al niño destinado a ser mi padre que, sin embargo, por algún capricho del destino, sin dejar todavía de ser mi padre, había vuelto a ser un niño que tenía frente a sí a un hijo varios años mayor que él? ¿Cómo iba a mirarme mi padre, alzando hacia arriba su cabeza de niño, observando la figura alta y más vieja de su hijo? Y al fin llegó mi padre. Entonces me arrojé a sus brazos completamente desesperado, y por más que traté de reconocer en él los rasgos de un niño, mi padre seguía siendo el de siempre, es decir, inexplicablemente más viejo, incluso noté que había vuelto un poco más gordo que cuando se fue.

1 comentario:

Antivorj dijo...

He llorado.
Y eso es mucho decir.
Una joya de relato.
10/10