25 de diciembre de 2021

Mala Sangre

            Salí de casa buscando fuego y lo que me encontré fue sangre, sudor y porros. Lo típico que se encuentra uno cuándo sale a cualquier plaza de cualquier ciudad. No había sido un día normal, había tenido pequeños altibajos emocionales con mi propia mente, batallando entre la locura y la sobriedad…, dilemas que me hacían pensar en muchas cosas diferentes, aunque en realidad carecían de total importancia: pero que, sin duda alguna, me perturbaban horriblemente. Por ejemplo, el asunto de andar sin mechero me suponía una terrible acidez y una urticaria sangrante en los nudillos. Y no era por el exceso de tabaco, ni por el exceso de frío en la piel; sino más bien lo era por el exceso de confianza en el ser humano. Estos males eran desagradables hasta el punto en el que me hacían pensar en tragarme quince o veinte miligramos de diazepam. Y completamente rojo por la ansiedad y casi vomitándome encima logré llegar a casa, dónde intenté controlar las ganas de orinar, pero que no conseguí: bajo ningún concepto conseguí hacerlo… porque terminé meando a tres chorros, agitado, confundido y enamorado..., embadurnando así, el pobre baño secundario de la casa; confeccionando sin querer un mejunje de orina, suciedad callejera y restos de saliva tóxica. Terminé como el suelo; es decir, completamente escupido, meado y con gotas de sangre por todas partes. (Luego tuve que lavar los pantalones a mano y luchar contra el pulmón muerto para no fumarme veinte cigarrillos de golpe).

Para cuándo intenté tomarme las pastillas nocturnas, ya era de madrugada, y la mezcla de valpróico y droga me parecía temerario. No pude hacer nada contra esas pobres pastillas, así que las guardé en la basura de la habitación, no por miedo a ser descubierto, sino por miedo a intoxicarme y morir o ingresar en psiquiatría. Esa misma noche todavía apestaba a coño y a sangre, así que intenté no hacer mucho ruido y aunque R sabía que había tomado una mala decisión no dijo ni una sola palabra. Conocía bien a mi amigo R. Me limité a llegar a la habitación, dejar la chaqueta de cuero, la camisa y la camiseta interior en el sofá de la habitación. La casa alquilada era cómoda y espaciosa, pero las paredes eran muy finas y temía que R, aún despierto se cabreara conmigo por andar coqueteando con perras y porros otra vez. A fin de cuentas R siempre fue una persona responsable e inteligente. El sofá negro de cuero marcado es dónde suelo dormir cuándo sé que me he excedido con algo en concreto; o con alcohol, o con drogas, o con comida, o con coños. (Y no es que todo esto abunde, sino más bien, que sucede en contadas ocasiones; pero que hay que tomar medidas).

La última vez que intenté dormir estando empachado de alguna de estas cuatro cosas… casi muero. Y la última vez que me empaché el vómito me hizo asfixiar hasta el punto en el que la acidez se mezcló con algo de heces: volviéndome una criatura absoluta llena de horrores y de un hedor nauseabundo. No podía respirar y mientras R salía de su inmaculada habitación a ver qué demonios ocurría, yo rojo podrido y acojonado tosía mientras le mendigaba un poco de ayuda; un poco de calma antes de este desagradable suceso final: mi despedida sería a causa de vomitar mierda por la boca o… ¿sería por vomitar hiel de inframundo? Terminé vomitando hiel y heces verdes en el suelo, restos de comida líquida a medio digerir y mis pulmones pudieron hincharse nuevamente entre saliva ácida, oxígeno y tabaco. (Porque después del mal trago digestivo-fecal me encendí un cigarrillo y fumé lentamente para calmarme. Entre otras orcas muertas sotas porque… no sabía cómo quitarme el aliento a mierda que había reptado por mi intestino hasta mi estómago y luego a mi esófago y después a mi boca. Tardé varios días en enjuagar bien la lengua para que no hediera a descomposición orgánica y química). Y una vez salvado yo, R dijo:
–Amigo, rápido levanta los brazos y tose; amigo, estás asfixiándote, intenta toser. Y después inclínate hacia delante y ponte a cuatro patas como un animal e intenta seguir escupiéndolo todo, no respires aunque lo necesites, ¡escúchame bien! sólo tose y vomita. 

Toso, vomito, lloro y me sacudo… mientras con un hilo de voz hediondo respondo:

–Gra-cias a-migo, me, has, sal-vado, la vi-da… –suspiro atragantado todavía, pero salvado–.

Salí solo a la ciudad en busca de la oscuridad fría noche ponzoñosa de estigmas y devenires absurdos arbustos, y allí me encontré sólo a gente, en medio de la plaza, entre árboles. A mucha gente: unos amable, y otros buitres carroñeros carnívoros babosos niñatos de mierda que sólo buscaban el protagonismo fácil motivados por una película carcajeante patética y pueril. Y entre las conversaciones, mientras ellos charlaban de sus intimidades hermosas y profundas yo sólo sonreía para mis adentros porque yo sabía que no ansiaba nada de eso. No deseaba nada que fuera efímero, que la realidad no existe, que todo era un atributo social, que era una farsa aturdida. Yo no quería nada de eso, yo solo quería escribir y publicar. No éxito, fama y riquezas –sueños tontos de gente tonta y que no ha pegado ni un palo de ciego en su vida– solucionarse la vida a base de cuentos no es mi estilo. Básicamente porque los cuentos están para leerse o narrarse, no para creérselos. Toda potencia en actitud es negociable, todo negocio en potencia es peligroso… Y sí, el trabajo dignifica al hombre, no me jodas, pero la escritura eleva al individuo. La nada enamora al perdido, y el aburrimiento aturde a los tontos que sólo buscan un infame porrazo. Fumaos vuestra droga con dignidad y no soltéis chinas en los pantalones de aquellas mujeres a las que deseáis.

Homofobia, transfobia, xenofobia… ¡buenos valores, cabrones! Un cóctel de intereses y enamoramientos; negros y blancos, indios y moros; godos y babosos; mujercitas y mujerzota. Y luego un bicho extranjero completamente raro y exótico: un apátrida sudaca peninsular arrogante y desquiciado. Miedo a la oscuridad, no. Silencio en medio de la bruma del asfalto callejero, no… nombramientos innecesarios de una mortalidad mordaz. La gente habla demasiado sobre muchas cosas, pero en realidad, la verdad, para ser sinceros, para no ser falsos: hipócritas cantantes de milongas madrugadas... Y yo no estaba de mal humor, es más, estaba de buenas, sonriente, aclarándome el alma, rejuveneciendo mis ojos, alimentándome de la noche, contemplando la luna hermosa y distante como M y yo, sonriéndonos de puro gozo y dulzura. De amor hacia el prójimo, de amor hacia Dios y hacia mis hermanos. ¡Os amo hermanos! Sonriendo de oreja a oreja, pero entonces, de la más abrupta necesidad humana, mi sangre amarilla se puso mala, y luego púrpura... Y después, una vez convertida en mercurio ya no podía frenar mi alma. Ni tampoco deseaba frenar mi alma. Porque cuándo una alma se descarría, sólo puede desencadenarse en el caos.

De entre la gente de la plaza veo acercándose a una muchacha con bolsas, bolsos, riñonera, y una mirada meramente agonizante. Me enamoro de inmediato de sus ojos, de su piel imperfecta y de sus labios finos y tontos; no me fijo ni en su culo, ni en sus tetas, tampoco es que haga falta decirlo (…) sólo en su alma. Cómo es común en gente de mi categoría, sólo en voces miradas y almas. Porque, no hay que olvidar, en todo momento, que, yo, entre otras cosas, soy un devorador de almas y de energías. No soy un vampiro cualquiera, sino uno muy refinado al que la luz del día le tiene un poco acicalado… Hay conflicto en el grupo –movida que alguna muchacha con ojos afilados y belleza facial extrema ha ocasionado–, somos aproximadamente diez personas. Hay un lío de amores, triángulos amorosos. Cuartetos amorosos, líos, enamoramientos, folleteos, ligoteos, miraditas, silencios ínfimos pero comprometedores. Y luego cavilo la situación, tomo distancia, fumo tabaco, me siento y aguardo. Respiro con delicadeza, luego con salvajismo, hay burla, hay broma, hay risa, pero sobre todo, hay una chica tonta que acaba de conocerme y eso me parece, entre otras cosas, temerario. (–¿Quién eres?– se ríe).

Intensidad de conversaciones, indirectas, luego todo se corrompe de súbito y siento terror por lo que dicen, las risas contagiosas y mi pobre alma humana bondadosa y vulnerable se transforma en un alma llena de resentimiento y odio. Me observo a mí mismo, un pobre muchachito de pocos años confiando en la gente que lo apuñala una y otra vez. Me imagino sonriendo porque he visto a una muchacha hermosa, M, qué hermosa eres. Mirada de traición, ojos de traición. Los labios suyos besando los míos mientras me dice que su madre trabaja en el aeropuerto. Me despido alegre, feliz, contento… y luego me cambia por otro muchacho más alto, más guapo, más grande, más porrero, más inútil y más gilipollas. ¿Por qué no me chupas la polla, cabrón? Y quedo destrozado, mientras intento recomponerme, el primer amor de mi vida me ha dado el cambiazo, adicta al semen fresco mañanero de los hijos de las rameras. Y de su boca surge una sangrienta sonrisa llena de su propio ciclo menstrual. De las maravillas del mundo quedo mudo y silencioso un año entero de bachillerato…¿para qué hablar si todo ha sido una sucia y burda mentira explotada por la necesidad de ser correspondida por el grupo, el Instituto entero, el pringado de A, lamiendo el culo de M, para que, al final pueda chuparle el coño y yo me quede como un señor observando cómo un miserable eslovaco de mierda se deleita con el coñito casi virgen de mi exnovia? Sobran palabras, hermano. Tú estás muerto. (Ya te aniquilé, basura).

Y esta muchacha hermosa que acabo de conocer, mientras conversa con liviandad y en un castellano precioso, me muerdo los labios por debajo de la mascarilla. Me sonrío, suspiro y le saco conversación. Una conversación que la pobre perra inútil no entiende. Normal, supongo. Y entonces es cuándo me doy cuenta que estamos los dos completamente alejados de toda esa parafernalia y de toda esa arrogancia estigma por mantener la distancia de seguridad boba y bastante despreciable. En un momento de suavidad, cuándo aquella mujer se ha fumado ya su porro y yo me he hinchado a cinco o seis cigarrillos convulsivamente… le digo –¿Si los dos somos tan diferentes y extraños? Dime una cosa. –¿Qué? –Si nos llevamos tan bien pese a no conocernos de nada, ¿por qué tanta distancia? –¿Qué coño quieres, S, que me siente encima tuyo o qué? –guardo silencio, asiento con la cabeza y sonrío. Luego pienso, ¿te vas a sentar encima mío, de una puta vez o vas a seguir haciendo el ridículo delante de toda esta puta gente, zorra?

Los amigos intentan calmar el asunto, quitarle hierro al espadazo, me insinúan que no debería estar hablando con esa persona; aclaro yo, ese hermoso puto engendro infernal. Esa guarra descomunal, ese monstruo suculento fogoso y fresco: esa imagen viva de la juventud y la salud práctica y poderosa... Pero, decidme, camaradas, ¿cómo puto coño no voy a estar hablando con un puto engendro que me parece tan similar a mí? Es decir, ¿cómo puto coño me voy a resistir a algo tan rico y tan deleitoso, y tan lechoso como esa mujer? ¿Debería tragarme la leche suya del hijo no nacido? ¿Debería beberme la sangre podrida del coño suyo? ¿Debería comerme la costra marrón de las heridas de sus rodillas? ¿Tragarme la corrida suya del orgasmo próximo? O es que… debería… quizá… ¿devorar a cuchillo y tenedor la grasa y luego el músculo y después hacer una sopa con los huesos de su coxis y su cadera? Quiero decir, ¿debería comérmela de verdad, para que así todo su culo babilónico esté dentro de mi estómago y se transforme nuevamente en grasa mía y saboreando la piel quemada y los pelos sutiles de su trasero, me comería también su intestino grueso? ¿Tendría que lavar el reverso de su cadáver? ¿Podría lamer su ano mientras está frío? ¿O debería quizá, penetrar con mis dedos en su boca y arrancarle la lengua a mordiscos para que no hable más?

Porque, sinceramente, estoy enamorado de ti.

Puta mía, te deseo. Puta mía, perréame a mí, no a esa gente a la que se le pone dura la polla sólo con verte menear ese culito prieto y chiquitito. Puta, yo, otro puto..., meneas las caderas y perreas al aire solitariamente. Y me relamo contento y algo aturdido. Pero entre perros intensos y twerks, en gemidos de culo sexuales y repetitivos como un yo-yo hipnótico y calentador de almas frías en una noche gélida… como si le estuviera dando un puto ictus al puto culo suyo perraflauta... me pongo a rezar, para no caer en la tentación de asesinarla.

–Bonita chaqueta, muchacha. –Gracias. A veces hay que aparentar. –No me jodas, hombre… no hace falta aparentar, dulzura. (De verdad que no).

Veo su mirada con cierta nostalgia, recuerdo lo que era sentir envidia y rencor hacia otra persona. Me río por dentro. Típico en mí. Después me la imagino desnuda follándose a varios negros. Seguro que se divierte mucho con tantas pollas. No lo digo con malicia, si yo fuera una chica como ella probablemente también tendría esa fantasía; pero Dios Padre decidió crearme como una criatura híbrida de polla transexual y de polla griega: es decir, con una polla de sangre pequeña a la vista, pero letal en su acto. No es que mi polla sea muy grande, ni muy pequeña, sino que es una polla única. ¿Tiene importancia todo esto? Me supongo que no, pero en su mirada se dibujaban pollas negras, y en las mías sus conchas rojas como pulpos gigantes. Ser devorado por una concha hambrienta y jugosa, que te lleve de la cabeza a su concha y te obligue a mamar todo ese fluido marginal y lechoso. Tragar la misma orina que meé de madrugada, sería tragar los mismos restos de de orina que esa muchacha lleva dentro. No lo sé, la nostalgia tiene sus altibajos. Y el rencor mucha malicia. Pero aún así, sucia, te amo.

Pobrecita la niña, tiene ganas de fumarse el porrito tranquilita. Pobrecita la niña, tiene ganas de que el jefe del grupo le preste atención. Pobrecita la niña, me dice que le caigo bien, per no sabes lo que acabas de hacer, sucia pendeja. Pobrecita la niña, no se da cuenta que soy una hijo de puta. Una pantera gorda, que devora mucho y no está esquelética. Sino gorda, como mi polla. Así de gordo estoy, zorra. La noche transcurre con normalidad mientras que los muchachos charlan, hacen bromas y se divierten auténticamente. O eso deseo creer, que no hay compromiso, ni necesidad, ni alimento cínico ni odio, ni estafas. Yo escucho música silenciosamente, mientras deliciosamente devoro el alma de esa muchacha. Me muerdo los labios, –me encantas. –tú también, S. Se irá pronto de viaje, una pena. ¡Buen viaje, putita! Y no tengo en mente nada relevante, sólo pensamientos intoxicados y enamoramientos intensos pero breves. Miradas de cansancio clavadas en mi nuca como los anillos de treinta moros cabreados en una pelea callejera; romanticismo aburrido, y falsos héroes, titanes hipócritas, sonrisitas falsas, aprovechados y muertos de hambre. Esto último me hace reír muchísimo. Porque yo, la verdad, estoy gordo, cabrones.

Clavo una mirada en sus pupilas y ella lo sabe, desconfía –bien hecho–, luego le digo, amablemente que tiene unas conchas en el cuello y se pone arrebatada y arrogante. Juegos de ego, masculinidad femenina. Me carcajeo por dentro, ¿tienes algo que demostrar en este grupo? –A ti no te conozco. –Yo a ti tampoco. –¿Quién eres?– Buena pregunta, ¿quién soy? Yo soy Saúl. Y Saúl no es un tipo que conozcas a menudo. Entre otras cosas soy, como bien se suele decir, una pesadilla. Ah, ya sé, que hay un guardia civil imbécil y arrogante que se ha dedicado a desprestigiar mi nombre, a decir mierdas sobre mí, tontamente, muy bien, caballero, ¿qué coño harás cuándo tenga la tarjeta máxima en mis manos? Cabrón de mierda, cómo coño que acosador, pedazo de basura. Me suda la polla tus dos perros, me suda la polla todo lo que vayas a cavilar, llévame preso, pedazo de mierda, te haré bang bang con los dedos y me desvaneceré. Cuidado, pedazo fecal, arrogante pacotilla, sargento de tres al cuarto, botas de enfermedad terror y paranoia, y delirio mental, te voy a follar la mente con mis ojos, no los vas a soportar, porque de mi boca nace un demonio, y tengo una lengua maldita; y en mis orejas lloran las de un buda tranquilo, pero lleno de furia. Putón, ¡sí señor!

La muchacha va a ver el gran árbol eléctrico de navidad que han puesto en la avenida principal, y cuándo comprendo ese gesto, lloro por dentro, porque es de lo más sublime y precioso que he visto en mucho tiempo. Pero, claramente, una mujer desconocida no va a tener el privilegio de verme llorar. Porque no es que los hombres no lloren, sino que los hombres lloran cuándo saben que va a morir alguien. ¿Mene, cariño, eres tú? ¿Eres tú reencarnada en esta mujer tan hermosa que está molida a espinas y podrida por dentro? ¿Qué te ha hecho este puto mundo de mierda para que te conviertas en algo así? No te echo de menos cariño, pero, ¿sabes qué? Ojalá no me hubieras cambiado como una carta de póker. Ojalá hubieras jugado mejor tu baraja. Pero ahora qué coño de responsabilidades me vas a pedir, si yo sigo siendo el mismo y tu sigues siendo aquella muchacha de 16 años. Sigue cantando como una posesa, y mientras beso tu frente, te lleno de las manos, sonrío con enamoramiento y te hago el amor a palabras... antes de eyacular, mi amor, escupiré en tu cara, y mearé en la tumba de tus gatos muertos. Porque yo, contigo, no tengo sentimientos.

Sollozo, con los ojos ardiendo y la nariz sangrando. La muchacha me ha pegado un puñetazo. Me muerdo el labio, frágil y hermoso, creyendo en un futuro mejor, y lo que recibo es soslayo y desprecio. Pero nunca desangrarse en público. Sólo un poquito. Nunca llorar en público, como mucho dos lágrimas ardiendo mientras estrujas los dientes contra el puto pavimento, cabrón. Hazme llorar otra vez y verás cómo con el último dedo de mi mano te maldeciré toda la vida, porque el último impulso de mi espíritu, sangrante y destruido será pronunciar tu puto nombre, hijo de las mil putas. Yo no te voy a matar, te va a matar el tiempo. Y cuándo estés bien muerto y yo esté allá, al otro lado, papa, ya verás cómo me mofo de ti toda la eternidad. Allí dónde no hay cuerpos y sólo almas, allí dónde no hay seres, sólo armas. ¿Qué harás cuándo veas los ojos de Dios llorando por la lástima que te tiene? Habla a través de mí. Y con el rostro serio te diré: –Me gustas mucho, pero creo que no entenderías mi cabeza... –Me gustas mucho, quién tuviera el placer de disfrutar de tu compañía y gozar de tu tiempo... –Me gustas mucho, pero la verdad es que te has vuelto un poco puta y un poco estúpida... –Me gustas mucho, pero no importa absolutamente nada, porque en realidad también he entendido que no somos nada... –Me gustas mucho, pero eres una pobre torpe, inútil, soslayo de entrepierna... –Me gustas mucho, pero ya no tanto.

Por eso mismo, mi amor, perréales duro a los negros, a los blancos, y a todos ellos. Pero a mí déjame quieto, aléjate de mí, porque mi sangre amarilla no será soportable para ti. Aunque luche todos los días contra ti. Aunque te ame solamente a ti. Sé a ciencia exacta que nuca entenderás una mente retorcida altitud crítica como la mía. Por eso, cariño mío, perrea duro contra el muro. Porque aunque no lo creas, y aunque no lo sepas, y aunque no lo entiendas… yo he sido ese muro toda la puta vida. Mientras que en él se posaban pájaros, enamorados, viejos, asesinos, violadores y también, a lo lejos una sombra perfecta y absolutamente sublime… –papa– y mientras esperaba a la hora de la muerte, yo contemplaba cómo todo se arruinaba por culpa de los fantasmas y los desesperados asesinos de niños –profesores infames de mierda–. Y mírame ahora, hecho un muro más, despersonalizado y odiándote a muerte. Y en medio de todo este dolor y toda esta viva agonía, lo único sólido que se mantuvo a la altura de una mente peligrosa, delicada, y letal, fue solamente un Padre. Y por eso recito este cántico, Alibaba: 

“Perréale nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu perreo, venga a nosotros tu perreo sagrado, así como hágase tu perreo a tu voluntad, así en la tierra como entre las perras...”















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