12 de diciembre de 2021

El gordo

    Dedicado a Valcour, el tercer integrante de Sífilis Mon Amour


Un muchacho gordo y muy obeso camina por la ciudad. La gente lo mira con desprecio y burla porque está gordo. Sus antiguos compañeros de Instituto lo basurean porque está gordo. Y otro gordo (hermano se supone, sólo por gordura social, no por ser hermano de verdad) le dice: estás horrible, no sé qué te pasó, pero estás gorda y das asco; ¿sabes a quién me recuerdas? Al actor porno Torbe.

El gordo con baja autoestima, tristeza, depresión y malestar no responde. Luego el otro gordo, al ver que no le ha hecho daño todavía, continúa: Estás hecho un asco; da muchísimo asco verte. Haz ejercicio, PUERCO, gordo cabrón.

El gordo sigue sin responder. Observa con malestar y algo de lástima la escena, y tan sólo pega un trago a su cartón de vino delante del grupito de amigos de este Neogordo. Luego el cabronazo sigue: qué mal, encima bebiendo vino barato. Eso lo usa mi santa madre para cocinar.

El gordo piensa: ¿Ah, que tú, hijo de puta madre, tienes mamá? No lo parece, ¿qué tienes hijos? No lo parece. ¿Cómo un gordo se burla de otro gordo? ¿Qué clase de chiste es este? Pero el verdadero gordo guarda silencio y no decide entrar al trapo, porque, entre otras cosas, sabe que ese falso gordo hijo de su puta madre le ganaría en una pelea real. El gordito está desentrenado, no hace ejercicio, apenas se mueve de la cama, apenas sale más que a comprar el pan, apenas tiene pene. No se la logra ver. Encima, se dice para sí mismo, "ese gordo cabrón tiene razón, me doy un aire a Torbe".

Una de las muchachas de allí hace lo que puede para defenderlo: cállate ya, desgraciado, no digas más mierdas de mi amigo. El gordo se conmueve, sigue a su rollo. Bebe otro trago de alcohol y no gesticula, no hace ningún comentario. Lo único que alcanza a hacer es soltar una sentencia:

"La verdad es que soy un parásito social, un gordo que sale de vez en cuándo a echarse unos cigarrillos, fumar algún que otro porro y beber alcohol".

El gordo abusador se queda callado, no dice nada, pero mira la situación con extrañeza. Luego el gordo profético continúa: "Soy un gordo nihilista y comprometido con la muerte. No me importaría morir mañana mismo. Estoy triste, pero tampoco me importan tus palabras. Son, como se suele decir, de usar y tirar. Papel sucio en baño mojado. Papel mojado de diarrea".

El neogordo se cabrea, intenta re-controlar la situación, así que le dice algo desorientador: ¿sabes dónde deberías estar tú? En el Jumbo chupando pollas. Tienes cara de puto gay. Pero el gordo se sonríe, luego con cinismo y gordura responde: Algo maricón sí que soy. El gordo reprimido se pone caliente, piensa, en sus delirios que, de algún modo, podrá convertir a este pobre gordito en su gordita pasiva. Siente una atracción fatal y retorcida hacia él. A fin de cuentas, es un gordo con la cara bonita.

En alguna paranoia carcelaria, el típico gordo que es deseado por todos los presos que han descubierto su homosexualidad recientemente. El gordo, después de soltar esas palabras con algo de ironía, decide irse a casa, bastante triste pero sin agachar la cabeza. Nunca agachar la cabeza. Luego recuerda a una profesora de mierda diciéndole que "está gordo, que le den por culo, que no tiene familia, que es una escoria, etcétera".

Pero al gordo le entra la risa, y cuándo un gordo se ríe, jadea de placer. Pobre vieja infeliz de tres al cuarto, piensa el gordo. Camino a casa ve la corrupción de la ciudad. La gente fumando sus porros, la gente ligando de madrugada, la gente falseando la verdad, la gente y la ausencia de Dios en todos los sentidos posibles. Los genitales del gordo están encogidos por el frío y las pastillas, quitándole testosterona, volviéndolo una criatura mitad hombre y mitad santo. Ha olvidado el olor de una vagina. Ha olvidado el olor de sus propias feromonas, su propio olor, el olor delicioso de sus huevos. Pero intenta no decepcionarse, intenta salir adelante. Intenta no morir en el intento de sobrevivir. Llega a su casa y se tumba en la cama. Y yace allí mientras los fantasmas de su gordura y la tristeza le lamen la oreja. Antes de dormir, ocurre lo insospechado, se acurruca con frío y desesperación y habla con Dios.

Por favor, Dios, si estás allí, dame una señal, suplica. Y a la mañana siguiente, el gordo despierta, contra todo pronóstico, más gordo todavía. Pasando de una obesidad mórbida I a una obesidad mórbida II.

Luego vuelve a ocurrir lo miso la noche siguiente, y el gordo sigue suplicando a Dios, acojonado por lo que le está ocurriendo. Ya pesa 150 kilos. Intenta levantarse de la cama, pero no puede. Piensa en las palabras del otro gordo, en su violencia psicológica. En sus maltratos, en sus abusos. En el terror que pudiera sentir una persona buena al verse en la situación en la que uno puede salir mal parado. Digamos que hablamos de miedo a ser asesinado... ¡golpeado hasta sangrar o quedar inconsciente! El gordo vuelve a rezarle a Dios, esta vez con más necesidad:

Por favor Dios, si estás allí dame una última e irreprochable señal.

Y el gordo se despierta al día siguiente con una obesidad grado tres. 300 kilos aproximadamente. El gordo no se lo cree, ni la ropa que llevaba antes de dormir le queda, sólo hay retazos de tela estrangulando sus carnes y su grasa. Pero siguen sonando en su cabeza las palabras de ese gordo avasallador, se dice con ternura y tristeza: "¿Por qué es tan tóxico si él también está gordo? ¿No somos casi la misma persona?"

El gordo intenta levantarse de la cama, pero no puede, intenta respirar, pero no puede hacerlo con facilidad. Decide llamar a una ambulancia con el único dedo medianamente normal que tiene, y mientras pulsa los botones táctiles con el meñique se palpa el estómago con mucha ansiedad y desesperación. Su barriga entonces empieza a rugir, y antes de hablar con la ambulancia para que le auxilien la barriga comienza a hablar:

Tranquilo gordo. No pasa nada por estar gordo. Soy yo, lo mejor de ti. La grasa que te habla te reconforta, la grasa no se hunde nunca, siempre flota.

El gordo queda perplejo, pero decide escuchar a su propia barriga, a fin de cuentas antes del suicidio como solución pretende escuchar a su propia grasa: "con esto gordo quiero decir que no te hundirás, y pese a que pudiera parecer lo contrario sólo será una forma de encontrarle sentido a la vida y a tu condición crónica de gordo terminal. No estarás solo en el proceso, yo te acompañaré". El gordo escucha atentamente y luego pregunta: ¿Y qué hago con ese otro gordo que tanto daño me ha hecho con sus palabras? "No hace falta que hagas mucho, porque no es un auténtico gordo, sólo es un gordo mierdecillas que ni para darle por culo vale, es escoria, es escoria, es escoria; y deberías saberlo bien, porque, entre otras cosas, te estás dejando avasallar por un impresentable. Pero no te preocupes, yo, tu grasoso amigo, tengo una solución a tu problema".

El gordo abre bien los ojos y acaricia su barriga, luego sigue las instrucciones que su diabólica barriga le indica. Lo complicado del asunto era salir de casa, así que esperó a que se hiciera de noche y luego de madrugada para salir por la puerta.

Se arrastró por el pasillo hasta el salón, dejando un hilo de sudor amarillo. Luego con la ayuda de la funda del gran sofá dónde se sentaba a ver la televisión se hizo un taparrabos. Fue a la cocina y cogió un pela papas que guardó en el pliegue de su barriga. Ésta lo engulló como si fuera una boca sin labios. Y guardó allí el filo y la punta de metal. Siguió con las instrucciones de su barriga y salió descalzo a la calle, en busca del gordo hijo de puta.

De mejor humor al no estar solo en esta guerra, con su barriga gigante mórbida y llena de estrías, con la piel como un órgano gigante y extendido como el coño laxo de una actriz porno, camina muy lentamente por la calle secundaria. La barriga le dice: Ahora gordo, quiero que camines muy despacio para ahorrar energía y cuándo veas a ese cabrón con sus amigos no les digas nada, se sorprenderán al verte y allí es cuándo deberás buscar el conflicto, atento a eso. Y luego ofreces droga. Inmediatamente después, cuando se hayan confiado, coges el puñal y te dejas llevar pensando en lo más sagrado que tengas. Para que llores tú, tu madre, o tu padre; mejor que lloren los suyos.

El gordo obedece y camina y camina durante más de una hora, los pasos son muy dolorosos para él y sus articulaciones, pero de igual modo continúa. Llega al lugar dónde fue humillado y con una media sonrisa saluda a todos los presentes.

Atónitos y podridos en la droga miran al gordo con auténtico asco y pavor: si hasta parece más alto. La muchacha que lo defendió empieza a lloriquear histérica y piensa: "¿qué demonios te ha pasado, hermano, si tú antes no estabas así?" El gordaco con olor a sobaco mira a los ojos al gordito morbidito y con chulería y crueldad le dice:

Te has vuelto loco y encima estás peor todavía, no sé cómo coño lo has hecho; pero estás hecho todo un puto gordo. Sin autoestima, encima no llevas camiseta, te has vuelto completamente loco, ¿qué coño haces aquí?

–Hola, ¿qué tal?

–¿No entiendes?

¿Qué coño haces aquí?

Aquí no te queremos.

–Yo he venido a saludar, traigo porros para todos.

–Ah vale, eso se dice primero, ¿polen o hash?

–¡Polen del bueno!

–¿Y dónde lo tienes?

–En la cartuchera...

–Ah, gordaco, sácalo todo y luego me la chupas, ¿vale?

–¡Claro! –el gordo lleva su mano al pliegue entre sus carnes y palpa el afila papas, piensa que ahora es una cuestión de sangre fría, pide papelillo y un filtro, se lo dan, se lleva el papelillo a la oreja que todavía es normal, luego el filtro en la boca y sujeta el mango del pela papas. Después se aproxima al abusador que quería convertirlo en su puta personal y, entre sonrisas cómplices, le pregunta si tiene fuego –a ver la droga– dice el basura éste, con tono autoritario.

Entonces la barriga rugue y una voz infernal, nacida de sus entrañas empieza a gritar. Todos se asustan. Le cambia el gesto al gordito y hambriento de sangre se abalanza sobre el abusador que parece una rata encogida. Caen al suelo, sus amigos intentan pegarle patadas al muchacho, pero la grasa le protege. Su cabeza está clavada en el cuello del abusador y mientras el abusador drogado y tambaleándose por dentro intenta desesperadamente buscar los ojos del gordo para clavarle los pulgares éste empieza a apuñalar su estómago hasta dejarlo hecho un colador.

Se puede ver la grasa amarilla casi como el mordisco de un animal extraño. Las babas caen de la boca del gordo hinchado a fármacos e inspirado por Dios. Su expresión es de deleite puro mientras la adrenalina bombea salvajemente y el apuñalado empieza a sangrar. La barriga grita con su ronca voz: –¡Te lo dije!– Y el gordo sigue apuñalando hasta quedar exhausto.

Con las manos rechonchas empieza a jugar con la grasa y la sangre, llevándose, con mucho apetito, la grasa fresca a la boca. Su boca brilla sucia y podrida de tanto odio, alimentándose de otro gordo, como un epiléptico en una fiesta. Empieza a convulsionar, pero no se mueve de su posición. Se mantiene allí hasta que los brazos del gordo maricón empiezan a flaquear. Luego con la frente empieza a destrozarle la nariz y entonces éste llora y en un suplicio de desesperación jadea infeliz y miserable: –¿Por qué?

El gordo del infierno se ríe. La muchacha ya no está, salió corriendo. Los amigos están llamando a la policía. Una sonrisa fingida dibujada en la boca del abusador. "Puto gilipollas" piensa el gordo. La barriga exige su premio, así que sigue rebanando el estómago con el pela papas y engullendo esa grasa, luego se gira sobre sí mismo, rodando y quedando boca arriba, y con cansancio y satisfacción suspira aliviado.

Porque sabe que Dios o su propia grasa le han mandado una señal irreprochable. Y con convicción más que por otra cosa, con felicidad en los ojos y sangre, mugre y paz en la boca respira hondo; y se le purifica el corazón.

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