Era otra época. Hubiera estado bien recordar con nostalgia los noventa, pero ni siquiera los recuerdo bien. Me tocó sufrir los dos mil y con ello todo lo que supuso cambiar de vida. No me quejo, sé de antemano que en cualquier lugar me hubiera sentido igual de mal. No era nada del otro mundo, sólo que me aburría con lo mismo de siempre. Aprender a disfrutar con las pataletas de la vida es una de las cuestiones más complicadas que existen. Aún era un niño, de hecho, sigo siéndolo. Pero, por desgracia me siento vacío, perdido y hasta agónico. Lo único que me saca de mi ensimismamiento es recordar las caras de todas esas personas que dejé atrás. Me hubiera gustado tener un amigo, y de hecho, lo tuve, pero no mucho tiempo. En casa las cosas no iban mal, papá tenía trabajo estable y mamá sabía cómo moverse en ese ambiente. Mi hermana aún construía su fortaleza interior, y no dejaba entrar a nadie. En ese sentido, lo hizo mejor que yo, supo fortalecer bien las paredes, distribuir las salidas de emergencia y también le dio tiempo para ponerle algo de color. En cambio, mi castillo no tenía ningún ladrillo, pensaba que si alguien se atrevía a entrar para buscar sangre yo podría defenderme, pero nada de eso era cierto. Todo era un terrible error y, la verdad, ahora tampoco me importa mucho.
Tenía algunos amigos, pero los odiaba en secreto. A cada uno de ellos, cada sonrisa, sus ojos, las voces... era terrible, lo despreciaba. Con mucha expresividad. Los profesores eran otro tema, algunos sentían admiración por mí, otros insinuaban que era un muchacho prometedor, con un gran futuro, y por supuesto, con algunos despertaba cierta antipatía. Tendría que agradecerles a ellos por hacer mis días más llevaderos. Nunca fui un héroe, más bien, un niño confundido, un muchachito que quería hacer algo, pero que no sabía muy bien el qué. Luego, todo se volvía monótono, lleno de esperanzas vacías, burlas tontas y ansias de algo. Si por lo menos hubiera amado de verdad, no esos enamoramientos fugaces y absurdos... Ese juego estéril y patético de jugar al ajedrez. No hice muchos amigos, de hecho, a la mayoría le caía mal. Los primeros años me las pasé callado, y cualquier que me hubiera conocido en esa época hubiera pensado que era muy tímido. Pero, en realidad, en ese momento mi filosofía era la de no estropear el silencio. Después hablé un poco más y a mucha gente no le gustaba mi voz o lo que decía, vociferaban que me creía un gran sabio o cosas así. Aunque, en realidad, nunca pretendí llevar la voz cantante, me limitaba a sobrevivir. Tuve algunos momentos de violencia con otros compañeros. Anhelé a algunas chicas y me prostituí por un poco de afecto. Solía llevar una libreta dónde anotaba nombres y rumores sobre la gente. De hecho, de haberlo escrito me hubiera ganado el odio de todo el mundo, y mi existencia en el instituto hubiera sido un infierno. También tuve la idea de abrir una lista negra y escribir allí los nombres de la gente que me caían mal, pero no resultó, al final del curso me di cuenta que todas las personas que conocía estaban allí, incluidos mis padres, y también mi hermana. Sin embargo, si tuve compasión fue con Alice, a ella la taché varias veces de mi lista negra. En realidad, no me soportaba ni a mí mismo, ni a nada. Quería escapar de se abismo, pero no había forma. Recuerdo tantos momentos felices que por un instante caigo en ese eclipse de pensar que volver a esa época podría hacerme feliz, pero lo cierto es que lo aborrecía.
Me hubiera gustado ser otra persona. Ser de otra manera. La felicidad de salir al cine, comer pizzas, o simplemente dar una vuelta; salir con chicas, tener varias novias, amigos de verdad y anhelos mundanos se me vetó. No tuve esa oportunidad. Aunque siempre se puede hacer justicia. De algún modo u otro. Es posible falsear los hechos y despotricar contra todos ellos, pintarme como lo que quise ser, un anhelo satisfecho. A veces me sorprendo con todo el odio que tengo dentro, aunque hace poco tiempo que ha ido disminuyendo hasta ser una nimiedad bastarda. Si me siento vacío es precisamente por no tener a nadie a quién odiar, ni enemigos, ni rivales, ni si quiera gente patética de la que reírme. Y si fuera sincero me gustaría volver a esa época. Ser otro, hacer justicia, repartir hostias, llenarme de sangre, estar exhausto, follar y follar con las chicas de clase. Tontear con todas, y fingir que los chicos populares de clase eran amigos míos. Coquetear con las drogas, etc. De hecho, pido poco, sólo un poco de piedad, algo de fantasía salvadora. Fingir que puedo volver a vivir todo eso, entre destellos de vida pasada... Algunos cuantos años más, volver a tener quince años, llevarlos hasta los dieciocho. Fingir que el tiempo no está muerto. Convencerme a mí mismo de que aún vivo en el dos mil. ¿A dónde van todos esos anhelos cuando nos entra sueño? Dormir otra vez en mi cama, no en el cuchitril en el que estoy ahora, pero temo que todo sólo sean anhelos sin importancia, y que ni siquiera tengan la fuerza genuina de un adolescente. Que quede reducido a un anhelo muerto. Una tontería que quiero creer, algo pasajero.
Fornicar con tantas chicas que me arda la polla. Tantas traiciones que hasta me sienta traidor de mi propia condición. Luego ir a ese sitio de mala muerte en el sur y bailar escuchando música de mierda. Imaginar un futuro prometedor, un presente entretenido y olvidar un pasado perdido. Decirme a mí mismo que todavía es pronto, que no soy tan viejo. Que aún existen esperanzas, y que pueda volver y volver y volver. El pasado eterno: eso quiero. Un pasado eterno e infinito. Un pasado que me deje morir en el presente. Cambiar mi vida, hacer un pacto con los demonios, darles mi alma después de este sueño. Morir mañana si puedo vivir en el mañana. Tener la frescura del pasado continuo y la experiencia del estanque de hoy. Llevar a las chicas a mi portal y joder con ellas, colarlas en mi cuarto a altas horas de la mañana. Fumar tabaco en las puertas del instituto, mentirles a todos, vengarme de todos, maldecirlos. Matar a alguien y salir corriendo después. Tener amigos malos, grandes y tontos, manipulables, estar en una banda de niñatos enloquecidos, beber alcohol hasta hartarme. No tener sombra, ser un espectro. Poder cambiar de piel. Manipularles a todos con los ojos, meterme en peleas, en el recreo. Que me rompan la nariz, sangrar como un cerdo. Vomitar, ser bulímico, mear piedras, sangrar por la nariz. Fumar tabaco en la azotea... Probar drogas duras, ir a conciertos de música.
Haber sido otro, tener la seguridad del suicidio en una fecha, morir el veintinueve de abril de dos mil quince. Que ese sea el pacto, pero dejadme vivir todo eso otra vez. No quiero más vida si no es esta. No quiero otro mundo, quiero el mismo, pero quiero ser yo. Hacer un cambio temporal, violar el espacio, entrar en bucles, vivir otros cuatro años, sólo cuatro años más. No tomar las decisiones equivocadas y podrirme antes de vivir un año más como un esclavo de mi propia vida.
Si yo tuviera dieciséis otra vez sólo dejaría escrito mi diario. No tendría nada más importante que eso. Es un trato justo: veinte años de sacrificio, por volver a vivir dos años de mi vida. Algo solemne. Morir después. No hace falta vivir más. Ese mismo lugar, y exactamente la misma gente. Ni uno más, ni uno menos. No hace falta más. No quiero nada más. Salvo eso.
Hace la mayor conquista del mundo: mi propia vida. Morir después, ¿para qué más tiempo? ¿Qué puede haber mejor que eso? Sólo quiero ese tipo de eternidad. Ninguna más, ninguna otra. Quiero tener otra vez diecisiete años. ¿Para qué más vida? ¿Para qué más tiempo? ¿Quién quiere tiempo si puede tener esa eternidad?
2 comentarios:
Guau hermano. Sensible y hermoso. Yo te hubiera tenido como amigo por aquella época. Aunque yo con 16 no era más que un bárbaro. Un bruto. Un hombre de las cavernas.
gRaCiAs!
yO tAmBiÉn
xdD!
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