ALERTA: +18 Lea bajo su propia responsabilidad. Adictivo como nicotina en encía virgen. No nos hacemos responsables de su estabilidad mental. Consuma con moderación. Joya de ficción. Terapia grupal marginal: TLP-Sociópatas-Psicópatas-Amables. Colaboradores nacionales. Siglo XXI. En honor a Albertito de la Mancha. Miss you bro (L) ...
31/12/21
Un muchacho solitario
25/12/21
Mala Sangre
16/12/21
La receta
Marica, espero que te acuerdes de la receta y me la mandes.
Saludos camarade.
A.G.
12/12/21
El gordo
Dedicado a Valcour, el tercer integrante de Sífilis Mon Amour
Un muchacho gordo y muy obeso camina por la ciudad. La gente lo mira con desprecio y burla porque está gordo. Sus antiguos compañeros de Instituto lo basurean porque está gordo. Y otro gordo (hermano se supone, sólo por gordura social, no por ser hermano de verdad) le dice: estás horrible, no sé qué te pasó, pero estás gorda y das asco; ¿sabes a quién me recuerdas? Al actor porno Torbe.
El gordo con baja autoestima, tristeza, depresión y malestar no responde. Luego el otro gordo, al ver que no le ha hecho daño todavía, continúa: Estás hecho un asco; da muchísimo asco verte. Haz ejercicio, PUERCO, gordo cabrón.
El gordo sigue sin responder. Observa con malestar y algo de lástima la escena, y tan sólo pega un trago a su cartón de vino delante del grupito de amigos de este Neogordo. Luego el cabronazo sigue: qué mal, encima bebiendo vino barato. Eso lo usa mi santa madre para cocinar.
El gordo piensa: ¿Ah, que tú, hijo de puta madre, tienes mamá? No lo parece, ¿qué tienes hijos? No lo parece. ¿Cómo un gordo se burla de otro gordo? ¿Qué clase de chiste es este? Pero el verdadero gordo guarda silencio y no decide entrar al trapo, porque, entre otras cosas, sabe que ese falso gordo hijo de su puta madre le ganaría en una pelea real. El gordito está desentrenado, no hace ejercicio, apenas se mueve de la cama, apenas sale más que a comprar el pan, apenas tiene pene. No se la logra ver. Encima, se dice para sí mismo, "ese gordo cabrón tiene razón, me doy un aire a Torbe".
Una de las muchachas de allí hace lo que puede para defenderlo: cállate ya, desgraciado, no digas más mierdas de mi amigo. El gordo se conmueve, sigue a su rollo. Bebe otro trago de alcohol y no gesticula, no hace ningún comentario. Lo único que alcanza a hacer es soltar una sentencia:
"La verdad es que soy un parásito social, un gordo que sale de vez en cuándo a echarse unos cigarrillos, fumar algún que otro porro y beber alcohol".
El gordo abusador se queda callado, no dice nada, pero mira la situación con extrañeza. Luego el gordo profético continúa: "Soy un gordo nihilista y comprometido con la muerte. No me importaría morir mañana mismo. Estoy triste, pero tampoco me importan tus palabras. Son, como se suele decir, de usar y tirar. Papel sucio en baño mojado. Papel mojado de diarrea".
El neogordo se cabrea, intenta re-controlar la situación, así que le dice algo desorientador: ¿sabes dónde deberías estar tú? En el Jumbo chupando pollas. Tienes cara de puto gay. Pero el gordo se sonríe, luego con cinismo y gordura responde: Algo maricón sí que soy. El gordo reprimido se pone caliente, piensa, en sus delirios que, de algún modo, podrá convertir a este pobre gordito en su gordita pasiva. Siente una atracción fatal y retorcida hacia él. A fin de cuentas, es un gordo con la cara bonita.
En alguna paranoia carcelaria, el típico gordo que es deseado por todos los presos que han descubierto su homosexualidad recientemente. El gordo, después de soltar esas palabras con algo de ironía, decide irse a casa, bastante triste pero sin agachar la cabeza. Nunca agachar la cabeza. Luego recuerda a una profesora de mierda diciéndole que "está gordo, que le den por culo, que no tiene familia, que es una escoria, etcétera".
Pero al gordo le entra la risa, y cuándo un gordo se ríe, jadea de placer. Pobre vieja infeliz de tres al cuarto, piensa el gordo. Camino a casa ve la corrupción de la ciudad. La gente fumando sus porros, la gente ligando de madrugada, la gente falseando la verdad, la gente y la ausencia de Dios en todos los sentidos posibles. Los genitales del gordo están encogidos por el frío y las pastillas, quitándole testosterona, volviéndolo una criatura mitad hombre y mitad santo. Ha olvidado el olor de una vagina. Ha olvidado el olor de sus propias feromonas, su propio olor, el olor delicioso de sus huevos. Pero intenta no decepcionarse, intenta salir adelante. Intenta no morir en el intento de sobrevivir. Llega a su casa y se tumba en la cama. Y yace allí mientras los fantasmas de su gordura y la tristeza le lamen la oreja. Antes de dormir, ocurre lo insospechado, se acurruca con frío y desesperación y habla con Dios.
Por favor, Dios, si estás allí, dame una señal, suplica. Y a la mañana siguiente, el gordo despierta, contra todo pronóstico, más gordo todavía. Pasando de una obesidad mórbida I a una obesidad mórbida II.
Luego vuelve a ocurrir lo miso la noche siguiente, y el gordo sigue suplicando a Dios, acojonado por lo que le está ocurriendo. Ya pesa 150 kilos. Intenta levantarse de la cama, pero no puede. Piensa en las palabras del otro gordo, en su violencia psicológica. En sus maltratos, en sus abusos. En el terror que pudiera sentir una persona buena al verse en la situación en la que uno puede salir mal parado. Digamos que hablamos de miedo a ser asesinado... ¡golpeado hasta sangrar o quedar inconsciente! El gordo vuelve a rezarle a Dios, esta vez con más necesidad:
Por favor Dios, si estás allí dame una última e irreprochable señal.
Y el gordo se despierta al día siguiente con una obesidad grado tres. 300 kilos aproximadamente. El gordo no se lo cree, ni la ropa que llevaba antes de dormir le queda, sólo hay retazos de tela estrangulando sus carnes y su grasa. Pero siguen sonando en su cabeza las palabras de ese gordo avasallador, se dice con ternura y tristeza: "¿Por qué es tan tóxico si él también está gordo? ¿No somos casi la misma persona?"
El gordo intenta levantarse de la cama, pero no puede, intenta respirar, pero no puede hacerlo con facilidad. Decide llamar a una ambulancia con el único dedo medianamente normal que tiene, y mientras pulsa los botones táctiles con el meñique se palpa el estómago con mucha ansiedad y desesperación. Su barriga entonces empieza a rugir, y antes de hablar con la ambulancia para que le auxilien la barriga comienza a hablar:
Tranquilo gordo. No pasa nada por estar gordo. Soy yo, lo mejor de ti. La grasa que te habla te reconforta, la grasa no se hunde nunca, siempre flota.
El gordo queda perplejo, pero decide escuchar a su propia barriga, a fin de cuentas antes del suicidio como solución pretende escuchar a su propia grasa: "con esto gordo quiero decir que no te hundirás, y pese a que pudiera parecer lo contrario sólo será una forma de encontrarle sentido a la vida y a tu condición crónica de gordo terminal. No estarás solo en el proceso, yo te acompañaré". El gordo escucha atentamente y luego pregunta: ¿Y qué hago con ese otro gordo que tanto daño me ha hecho con sus palabras? "No hace falta que hagas mucho, porque no es un auténtico gordo, sólo es un gordo mierdecillas que ni para darle por culo vale, es escoria, es escoria, es escoria; y deberías saberlo bien, porque, entre otras cosas, te estás dejando avasallar por un impresentable. Pero no te preocupes, yo, tu grasoso amigo, tengo una solución a tu problema".
El gordo abre bien los ojos y acaricia su barriga, luego sigue las instrucciones que su diabólica barriga le indica. Lo complicado del asunto era salir de casa, así que esperó a que se hiciera de noche y luego de madrugada para salir por la puerta.
Se arrastró por el pasillo hasta el salón, dejando un hilo de sudor amarillo. Luego con la ayuda de la funda del gran sofá dónde se sentaba a ver la televisión se hizo un taparrabos. Fue a la cocina y cogió un pela papas que guardó en el pliegue de su barriga. Ésta lo engulló como si fuera una boca sin labios. Y guardó allí el filo y la punta de metal. Siguió con las instrucciones de su barriga y salió descalzo a la calle, en busca del gordo hijo de puta.
De mejor humor al no estar solo en esta guerra, con su barriga gigante mórbida y llena de estrías, con la piel como un órgano gigante y extendido como el coño laxo de una actriz porno, camina muy lentamente por la calle secundaria. La barriga le dice: Ahora gordo, quiero que camines muy despacio para ahorrar energía y cuándo veas a ese cabrón con sus amigos no les digas nada, se sorprenderán al verte y allí es cuándo deberás buscar el conflicto, atento a eso. Y luego ofreces droga. Inmediatamente después, cuando se hayan confiado, coges el puñal y te dejas llevar pensando en lo más sagrado que tengas. Para que llores tú, tu madre, o tu padre; mejor que lloren los suyos.
El gordo obedece y camina y camina durante más de una hora, los pasos son muy dolorosos para él y sus articulaciones, pero de igual modo continúa. Llega al lugar dónde fue humillado y con una media sonrisa saluda a todos los presentes.
Atónitos y podridos en la droga miran al gordo con auténtico asco y pavor: si hasta parece más alto. La muchacha que lo defendió empieza a lloriquear histérica y piensa: "¿qué demonios te ha pasado, hermano, si tú antes no estabas así?" El gordaco con olor a sobaco mira a los ojos al gordito morbidito y con chulería y crueldad le dice:
Te has vuelto loco y encima estás peor todavía, no sé cómo coño lo has hecho; pero estás hecho todo un puto gordo. Sin autoestima, encima no llevas camiseta, te has vuelto completamente loco, ¿qué coño haces aquí?
–Hola, ¿qué tal?
–¿No entiendes?
¿Qué coño haces aquí?
Aquí no te queremos.
–Yo he venido a saludar, traigo porros para todos.
–Ah vale, eso se dice primero, ¿polen o hash?
–¡Polen del bueno!
–¿Y dónde lo tienes?
–En la cartuchera...
–Ah, gordaco, sácalo todo y luego me la chupas, ¿vale?
–¡Claro! –el gordo lleva su mano al pliegue entre sus carnes y palpa el afila papas, piensa que ahora es una cuestión de sangre fría, pide papelillo y un filtro, se lo dan, se lleva el papelillo a la oreja que todavía es normal, luego el filtro en la boca y sujeta el mango del pela papas. Después se aproxima al abusador que quería convertirlo en su puta personal y, entre sonrisas cómplices, le pregunta si tiene fuego –a ver la droga– dice el basura éste, con tono autoritario.
Entonces la barriga rugue y una voz infernal, nacida de sus entrañas empieza a gritar. Todos se asustan. Le cambia el gesto al gordito y hambriento de sangre se abalanza sobre el abusador que parece una rata encogida. Caen al suelo, sus amigos intentan pegarle patadas al muchacho, pero la grasa le protege. Su cabeza está clavada en el cuello del abusador y mientras el abusador drogado y tambaleándose por dentro intenta desesperadamente buscar los ojos del gordo para clavarle los pulgares éste empieza a apuñalar su estómago hasta dejarlo hecho un colador.
Se puede ver la grasa amarilla casi como el mordisco de un animal extraño. Las babas caen de la boca del gordo hinchado a fármacos e inspirado por Dios. Su expresión es de deleite puro mientras la adrenalina bombea salvajemente y el apuñalado empieza a sangrar. La barriga grita con su ronca voz: –¡Te lo dije!– Y el gordo sigue apuñalando hasta quedar exhausto.
Con las manos rechonchas empieza a jugar con la grasa y la sangre, llevándose, con mucho apetito, la grasa fresca a la boca. Su boca brilla sucia y podrida de tanto odio, alimentándose de otro gordo, como un epiléptico en una fiesta. Empieza a convulsionar, pero no se mueve de su posición. Se mantiene allí hasta que los brazos del gordo maricón empiezan a flaquear. Luego con la frente empieza a destrozarle la nariz y entonces éste llora y en un suplicio de desesperación jadea infeliz y miserable: –¿Por qué?
El gordo del infierno se ríe. La muchacha ya no está, salió corriendo. Los amigos están llamando a la policía. Una sonrisa fingida dibujada en la boca del abusador. "Puto gilipollas" piensa el gordo. La barriga exige su premio, así que sigue rebanando el estómago con el pela papas y engullendo esa grasa, luego se gira sobre sí mismo, rodando y quedando boca arriba, y con cansancio y satisfacción suspira aliviado.
Porque sabe que Dios o su propia grasa le han mandado una señal irreprochable. Y con convicción más que por otra cosa, con felicidad en los ojos y sangre, mugre y paz en la boca respira hondo; y se le purifica el corazón.
10/12/21
Muñeca Roja
Con los ojos hinchados en lágrimas nombrando a Dios entre los labios, después de haber sido violada por varios hombres, aún con el semen caliente de varios enfermos entre sus pliegues traga saliva y camina directa hacia su casa. Se suena los mocos perturbada, con el rostro rojo y acojonada. Distorsionando la realidad, cayendo en picado en una terrible agonía mental decide vengarse de los cuatro jinetes del canibalismo. Jura venganza contra esos cuatro abusadores, no sabe sus nombres, ni tampoco dónde viven, no sabe nada de ellos lo único que tiene claro es que ha sido forzada en una casa okupa, al lado de un antiguo Criadero Criollo de la Ciudad. Está confundida y perdida, pero aunque duda y está gorda por los anticonceptivos que toma, asustada piensa en hacerse un test de embarazo, pero termina descartando la idea porque, si algo nace de ella sería por puro capricho de Dios. La niña de piel oscura y ojos grandes como dos boliches de crack para millonarios… va a casa, no dice nada. Su madre no le pregunta nada y después se da una ducha a consciencia. Sabe que no puede ir a la policía porque los perturbados esos son de cuchillo fácil, tiene muchísimo miedo. Entre dudas decide quitarse la vida. Prepara las pastillas de su madre y se las sabe comidas, pero antes de tragar piensa: ¿de verdad van a ganar esos hijos de puta? Una voz en su interior, casi como la de un ente extraño le susurra algo, una cuestión extraña: mátate. Pica las pastillas y las guarda en un chivato. Luego se perfuma y sale a la calle de nuevo. Va a ver a sus amigos. No les cuenta nada, decide olvidar el asunto, es fuerte, pero ha sido afrentada por unos sucios miserables. Y mientras está sentada en las bancas de piedra pesada de la ciudad ve a uno de esos innombrables pasar. Se queda con sus ojos, con su mirada, con sus gestos, con su forma de caminar. El hijo de puta se sonríe y la saluda muy resuelto. Y ella con una sonrisa sórdida en la boca devuelve el saludo con la cabeza. El puto cabrón la llama con el dedo y ella, alejándose de sus amigos adolescentes, se acerca a él. El mierda seca de piel caca saca un porro. Y ella se relame al verlo. Luego le dice que si se lo pasó bien la otra noche. Ella recuerda los maltratos y la excitación horrible presuntuosa y cachonda que sintió y asiente con la cabeza. El gilipollas le invita a su casa okupa de nuevo, le dice que mañana tiene mercadillo pero que pueden pasar un rato agradable a solas. Ella le dice que sí con la mirada y el cuarentón se la lleva lentamente hacia el picadero. Una vez allí, ella se desviste y recuerda detalles del momento de la violación. Respira hondo y se abre el culo con las manos para que el tipo entre en ella. Mientras es penetrada rápidamente empieza a memorizar los rincones del lugar, descubre que allí duermen los cuatro o más personas. Que son gente indeseable, algo pobre, algo adinerados que quieren vivir la vida de buena forma, con buena autoestima, pero sin valores. Entre embestidas le dice que espere un poco, saca la polla de su culo y se aproxima a su bolso. Coge la bolsita con la droga. Le dice que si quiere un poco y el mamón estúpido le dice que muchas gracias en un idioma extraño. Ella sonríe y le pica una ralla. El pedazo de mierda esnifa y muere. Luego sentada en el colchón sucio mira el cadáver de un hombre. Luego va a los bolsillos de éste y empieza a cantar:
Muchas gracias, señor
Qué alegría tan linda…
Hermosa navaja llevas
El cuchillo de los dioses
La cuchara del crack
Es usted todo un hombre
muerto, sí
pero un hombre de verdad
Los tres violadores que siguen sueltos están muy preocupados por si la han cagado la noche anterior. Ella sospecha que la han grabado, pero sobre eso no puede hacer nada… no se resigna, pero si se cabrea. Pero lo deja pasar, cada mosca cae por su propio aleteo. Y cada acto Dios lo castiga... Ella se viste con la ropa del señor y respira hondo. Mira con extrañeza esa polla medio negra medio extranjera. Luego con mucho tacto y delicadeza corta el pliegue interior del glande y se lleva la droga a la boca la hace un escupitajo y la sopla dentro de la polla hasta que esta cambia de color. Escupe todo el veneno hasta que su boca queda limpia. Luego desnuda, muy cómoda va en busca de agua para lavarse la boca. Y volver a escupir. Hinchada de poder roja y subliminal hace crujir su cuello y se relame. Piensa en matar al resto de imbéciles, quedan tres, pero le da mucha pereza tener que hacer todo eso de nuevo así que decide esperar. Se viste y con la navaja de ese tipo le corta un pezón de recuerdo. Para que se seque al sol y tenerlo guardado en una cajita como si fuera un botón de oro cárnico. Muy feliz y tranquila regresa a dónde sus amigos y les sonríe feliz. Ellos le preguntan si tiene porros y ella dice que sí. Antes de salir de ese lugar se llevó una ficha de polen. Los muchachos fuman alegres en el parque mientras ella tontea con uno de ellos que le mira con mucho deseo y enamoramiento. Los ojos completamente embriagados por su mirada. No puede dejar de pensar en ella y para demostrarle su amor va a la tienda de la esquina y le compra un caramelo de fresa. Ella se pone muy feliz y lo recibe con agradecimiento y dulzura. Los niños fuman sus petas tranquilitos hasta que un guardia civil empieza a reventar la ciudad a toda hostia con su alarma. Al parecer ha habido una sobredosis cerca de un criadero criollo. Y que para colmo, encima, ha habido mutilación. La niña al escuchar eso mezcla el resto de droga con el pezón y ambos se funden como una escultura entre Dios y el hombre.
09/12/21
El galgo
Mi padre quiere ver las encinas aquejadas por “La seca”. Dice que,
características de esta enfermedad, lo son, por ejemplo, las manchas blancas
que se manifiestan en sus hojas. “La seca” está diezmando las encinas de
nuestra tierra. Cuando mi padre golpea con su vara de olivo el tronco de una de
estas encinas suena a hueco. Mi padre dice que esto es así porque “La seca”
absorbe desde la raíz hasta la copa todas las acuosidades de la encina. Diseminados
por la explanada vemos alcornoques descorchados ostentando su carne roja, y sus
imponentes ramas, como cornamentas de ciervo, se retuercen en actitud
agonizante. Ante nosotros la vasta
dehesa extremeña, tostada como un campo de trigo y moteada por pequeñas
formaciones rocosas. Recortada en el horizonte se distingue la silueta
montañosa de la sierra. El azote del sol implacable del oeste sobre nuestras
cabezas. Mi padre avanzando en primera posición. Yo tras mi padre, adaptándome
a su paso inquebrantable, imitando el ritmo de su respiración profunda, y en
todo deseando parecerme a él porque yo siempre he querido ser como mi
padre. Observo las huellas de mi padre grabadas en la tierra. Comparo la
horma de sus botas con las mías y experimento un sentimiento de frustración al
comprender lo mucho que me queda para ser como mi padre, para abarcar aquellas
hormas o incluso superarlas. Mi padre unos metros más allá levantando una
espesa polvareda, y yo unos metros más acá transformando mis pasos en zancadas
para alcanzar a mi padre, y mi padre secándose con el antebrazo el sudor de su
frente que le resbala hasta los ojos. Yo unos metros más acá escupiendo ese
polvo, sacándomelo de los ojos y de la nariz, restregándome con los nudillos el
rostro cubierto de ese polvo blancuzco que penetra por todas partes. El sol declina
en el horizonte cada vez más hundido, desangrándose lentamente en el cielo
cárdeno del crepúsculo. Finalmente alcanzamos un charco ponzoñoso sobre el que
pululan nubes de mosquitos, diminutos puntos negros revoloteando sobre las
aguas brillantes e inquietas en cuya superficie se refleja la vibrante imagen
de un galgo ahorcado. En la encina próxima al charco la cuerda roñosa oscila
levemente mecida por la brisa y el cadáver se mueve como un columpio viejo y
olvidado. Los pasos de mi padre hacia el galgo retumban en mis oídos como los
latidos de mi corazón golpean en mis sienes. Cientos de miles de larvas horadan
la carne en descomposición. Mi padre alza la vara de olivo y golpea el chasis
esquelético del galgo emitiendo un ruido similar al del tronco de una encina
aquejada por “La seca”. La calavera del galgo ligeramente inclinada hacia un
lado y sujeta a la cuerda roñosa por las cervicales. Las cuencas vaciadas de
sus ojos y la lengua acartonada del galgo pendiendo grotescamente de la
mandíbula desencajada. Bajo los jirones de piel y pelo del galgo se aprecia el
hormigueo de las larvas devoradoras, y pienso si los buitres leonados que
usualmente planean los cielos de mi tierra en busca de carroña no han sacado
previamente tajada del cadáver. Me desconcierta que unos seres tan diminutos
como las larvas sean capaces de causar tantísima devastación. Quién sabe de
cuantos peldaños se compone la jerárquica pirámide de la carroña. Quién sabe en
verdad si en realidad somos nosotros también unos carroñeros, peor incluso que
los buitres y los gusanos. Mi padre desenvaina su cuchillo de caza y corta la
soga y el galgo se precipita en el charco. Entonces mi padre dice:
Cuando el galgo se
hace viejo se le cuelga de una encina como ésta y así es que lo matan. Eso
hacen. Eso harán siempre. Cuando el galgo es inútil para sus propósitos tienen
que colgarlo como han hecho con este galgo. Un galgo que ya no puede correr
tras las presas como lo hacía antes, cuando era más joven y rápido, ya no tiene
utilidad para un cazador.
Mi padre se vira ante mí y me observa desde lo profundo de sus ojos negros y
ardientes. El sudor resbalando por las arrugas de su frente. Todo su rostro
rígido como el de una estatua. Las mandíbulas firmes y afiladas y echadas hacia
adelante como víctimas de una tensión permanente. Así era mi padre. Mirar a mi
padre era como mirar un pozo cavado tan profundamente en la tierra que ni
asomándote con una luz podrías discernir nada más allá. Yo asentí porque yo
quería ser como mi padre. Porque mi padre era para mí el ejemplo de persona al
que yo aspiraba convertirme. Imaginé entonces el día en que las hormas de mis botas
grabadas en la tierra fueran igual o incluso más grandes que las de mi padre. Cuando
todo esto suceda entonces no habrá diferencia entre quién es hoy mi padre y
quién seré yo entonces, porque en ese momento el tiempo habrá cumplido su
cometido y aunque todo haya cambiado todo volverá a ser lo mismo porque así es
la vida. En ese momento comprendí, y no albergué más dudas acerca de cuál sería
su destino cuando las hormas de mis botas sean igual o incluso más grandes que
las de mi padre.
Resistencia y Cloroformo
I
Triste y aturdido un muchacho se despierta una madrugada, con frío y desesperanza y aburrimiento patológico, se dice a sí mismo para darse ánimos, puedo apoyarme en la gente que conozco, pero se da cuenta automáticamente que no puede contar con nadie. Desesperado intenta hablar con su padre, pero sabe que él tiene poder, que es un hombre poderoso y entonces prefiere no estropearle el fin de semana con sus tonterías, lo único que sí hace es esperar a que se haga de día, se hace un café, inspecciona sus mascarillas y juguetea un poco con su mechero zippo.
Piensa en hablar con su mamá, que probablemente haya despertado temprano, pero sabe a ciencia exacta que le contagiará su desánimo ella a él y que eso no será reconfortante. Se lapida a sí mismo con recuerdos de un pasado terriblemente violento impactante y desagradable, traga saliva, y va a la cocina a prepararse un café. Está solo en un sitio extraño, con gente extraña, y no encuentra paz ni redención en nada que pudiera ocasionarle cierta calma. Han pasado mil años desde que conoció el calor de una familia hermosa y grande, unida y dulce. Ahora todo está destrozado, se dice a sí mismo, todo está destruido, todo aniquilado.
Luego se bebe el café mientras lloriquea un poco y de sus sentimientos nace un deseo, y de ese deseo una nube gris que lo acompañará como el vapor de una locomotora. Las redes sociales le tienen hasta los mismísimos. Bosteza con frío, con los dedos fríos, con la nariz fría, con la decepción metida en el cuerpo. Con los restos de una terrible agonía. Este no es mi lugar, ¿cuál será mi lugar? –¡Ninguno! ¡Acostúmbrate!– delirante y exasperado, hace un ejercicio de valentía, de gestión de las emociones, va a la ducha y a pesar del frío, de los mocos, del insecto químico… a pesar de todo se ducha, que ya es mucho en él.
El agua tibia cae sobre él y mientras inspecciona sus manos y cae el agua sobre su cuello y su cabeza empieza a llorar. Todo se hace más pesado y poco llevadero. Escupe en la ducha, mea en la ducha, se caga en Dios en la ducha. Una ligera sonrisa lo eleva, el agua se hace grotesca y caliente. Y achicharra su piel de forma que, entre tibias lágrimas y orina intoxicada gira el mango de la ducha y deja que todo ese líquido falso le queme la piel. Luego vuelve a girar la palanca y llueve invierno en él. Despierta del todo, no bosteza, se precipita dentro de sí mismo, en un ejercicio de terror: está solo y en casa, pero nada le representa. Un último bostezo lo acompaña. Soliloquios de una mente frágil. Saber qué hacer, la convivencia, el insecto químico evaporándose por toda la ciudad. Y empieza a estornudar.
Se hace de día, tiene una conversación con su padre:
–Buenos días, papá.
–Hola.
–¿Dormiste bien?
–Sí.
–Tengo un problema.
–¿Cuál?
–No me queda tabaco, y cuándo no fumo me vuelvo un poco loco. Y voy a terminar pidiendo en la calle y eso no trae nada bueno. Porque siempre que ocurre eso, termino liado en alguna movida. ¿Sabes? No sé qué hacer, y sé que el dinero no es mío, pero… –silencio, no hay respuesta.
–Pero es un dinero, hijo.
–Sí, lo sé.
El padre deja a un lado todo lo que está haciendo y va a su habitación. Coge dinero y regresa. El hijo tiembla por dentro y suspira un poco avergonzado un poco enfadado y un poco asustado por si ha sido el colmo pedirle dinero de nuevo para algo tan sucio.
–Toma hijo, compra agua también.
El muchacho recibe el dinero, agradece y callado va a comprar dos garrafas de agua y tabaco de liar. Por el camino entiende que se está resistiendo a la pérdida de si mismo. No hay mucho que se pueda hacer al respecto. No hay Dios que pudiera salvarle de semejante desesperanza.
Luego habla en su grupo clandestino, con sus dos amigos sobre lo que le ocurre. Ellos le dan una perspectiva diferente. Enhorabuena, muchacho, has llegado hasta la mañana y probablemente puedas llegar a la noche si sigues así. Aunque nada es seguro, porque sinceramente, no tienes ganas de nada, salvo de quedarte allí, expectante.
II
No tiene ganas de nada. Sale a la calle y sabe que allí no debe tener sentimientos. Respira hondo, se viste bien, y en su nobleza corrupción, le cambian los ojos se le acelera el pulso. Todo se distorsiona en su cabeza y de su boca una sonrisa completa, aguanta la respiración. Suena en su cabeza un delirio, sólo debería masturbarse como un animal durante largos minutos y nada le pertenece. Arquea las cejas, se muerde los labios y pone un gesto obsceno, de su alma mucha belleza, sí, pero en su interior la más terrible de las realidades: hace frío y está lleno de odio.
Camina duro por la ciudad, por la avenida principal. Todo pasa factura. Nada es gratis. Le harán pisar un cebo seguramente. Impresionado, pero retorcido; hambriento pero calmado. Con los ojos de un titán enfurecido. Con los labios de una puta, con las mejillas de un payaso. Sonrojado y cínico. No siente más dudas y sigue caminando duro por toda la ciudad, llega desde la Avenida hasta la plaza más antigua de la Ciudad, luego sigue caminando hasta la secundaria y llega al Centro Comercial. Después hacia el parque de los frikis dónde sólo hay niñatos y gente que fuma porros. Hace frío, lleva una chaqueta de cuero que rompe el frío, y el pecho prácticamente descubierto. Camina hacia una de las esquinas dónde hay bancas y se sienta. Escucha música de hace más de cinco años en el reproductor de música y se sonríe ligeramente. Enciende un cigarrillo y fuma lentamente. Contemplando el cielo y las nubes. Así hasta que se va convirtiendo todo en algo menos aterrador y amable. Perturbado y afónico por el frío y el cigarrillo, no habla con nadie, solo consigo mismo se dice, todo esto es un tanto aburrido, ya no hay color, ni belleza en el mundo, la gente va a lo suyo (por suerte) y las negativas del mundo me hacen querer matarme. ¿Debería ceder al octavo pecado capital, el suicidio? –No tengo ganas de nada, pero estoy completito y lleno de energías, elevado y acelerado. ¿Una recaída? No hay mucho qué contar, rutina, vida saludable, cigarros cigarros cigarros. Sin drogas.
Basura, escoria y mierda. Putas, maricones y violadores. Gente indeseable y putos enfermos que siempre intentan joderle a uno el putísimo día. Cae la noche y el muchacho está cabreado, lleno de supurante odio verdugo verdruzco. Una luz negra ilumina su rostro y empieza a canturrear por dentro alabanzas malditas, significados extraños, esquizofrenias sublimes y deleitosas. La memoria lentamente empieza a desviarse de su significado original. Termina su cigarrillo y se levanta rápido y camina hacia la plaza de la Ciudad otra vez. Allí se encuentra a un grupo de extranjeros que conoce de vista y de algún que otro pequeño festejo ocasional. Son más de 10, como en una excursión de colegio. Se ríe. Y luego se acerca hinchado de poder y saluda con el puño a cada uno de ellos. Incluido al hijo de puta que intentó vacilarlo hace un año. Lo recuerda bien pero es agua pasada. No se va a manchar las manos tampoco. Luego los hipócritas se largan sin despedirse de él. Quedando sólo dos personas. El líder de ellos y un amigo suyo. Sentados de forma chulesca y con arrogancia. El muchacho tranquilo y saboreándolo saca un cigarrillo y se fuma uno con ellos. Lentamente, esperando su oportunidad, a su rollo, pero sin prisa. Luego:
–El líder se gira a él, lo mira a los ojos –qué paso tío –claramente es una falsedad, una burla, luego a todas las frases que dice el muchacho las repite patéticamente, casi rozando lo infantil, casi embadurnando el aire con su peste miserable y salvaje.
–Bien, hermano, ¿y tú qué? Te veo guay, bien vestido, te cortaste el pelo, está crema.
–Gracias, bro, tú también te cortaste el pelo. ¿Quién te lo hizo?
–Esta vez le pedí a mi viejo que me echara un cable.
–Ah.
–¿Y a ti?
–Un colega, viejo.
–Qué bueno –el muchacho ve las intenciones del tipo y decide largarse, se pone de pie y se despide. Y en el trayecto reconoce en otras bancas a dos muchachas también. Las conoce y despacio se acerca a ellas. Las saluda y les invita tabaco. Ellas conversan con él agradablemente. Luego viene un señor a cantar tonterías, a hacerse el guay. Ha contar su vida. El muchacho se mantiene inmóvil y con la mirada fija. Pasa del tipo, no lo conoce y no lo quiere conocer. Al final de su cántico y de sus paranoias mentales, sus putas pajas mentales, de sus mierdas mentales y de su peste mental no deja de mirar a las chicas con deseo y ligoteo. El muchacho observa y no le da ni una sola oportunidad al viejo porque sabe que si lo hace se sentará con ellos y probablemente terminaran hablando los cuatro. Y no le apetece. Tiene cloroformo en el bolsillo interior de su chaqueta. ¿Y si lo enveneno? –piensa.
III
Y entre sonrisas tontas y momentos de felicidad, saca su frasco de cloroformo y fingiendo que se trata de una bebida energética se lo lleva a la boca. Traga el líquido y acompañado de sus dos amigas se queda profundamente dormido.
06/12/21
Desgastes y Tormentos IV
14
Desconfía no creas en nada, no te revoluciones no vivas, sufre, agoniza, lloriquea, convéncete.
Fueron frases que nadie dijo, sólo un apestoso nervio entre el cerebro y la nada.
El día a día no nos representa: porque no hay día a día, ni sol ni sombra, ni luz ni Diablos Divinos.
Muerte desangrándose por la ruptura de la realidad, meras cuchillas en el abdomen de un ente.
No existen ni falsos, ni dementes, ni mentirosos, ni nada de nada: sólo hipócritas bien vestidos.
Nada ha cambiado porque nada te ha motivado, salvo una clériga, un sacerdote o un buen pajote.
Los humanos no devoran, sólo lamen y relamen las orejas de los incautos y de la sombra nace
una luz rancia que todo lo puede, el ritmo del corazón lo consume todo hasta volverse inerte.
15
Tengo poco que decir, salvo
que no tengo nada dentro
soy un coco vicioso vacío
como una luz, como una mujer
maltratada que cachonda pide
auxilio y redención.
No tengo que pedir ayuda
hago un gesto y a mi vera
aparecen cinco seis camarades
No siento gran cosa, esto no es
un poema de autoayuda, sólo es
un poema de autoburla. Gesticulo.
Y después me dan muy rico por el culo.
16
La gente, las prostitutas, los maricones, lo buenos días mal intencionados te trastocan, te deliran, te petrifican, te retuercen y te hacen volverte otro...
Carraspea
03/12/21
David contra Goliat
Las cuatro semanas que faltaban hasta la próxima clase de natación se me pasaron lentísimas. A pesar de que sabía nadar tenía unos deseos horribles de ver aquella polla. Lo que no soportaba era la idea de que esa polla pudiera ser más grande que yo, o mejor dicho, que yo acabase siendo más pequeño que esa polla. Porque la verdad de este asunto es que había un riesgo, limitado pero un riesgo, de acabar siendo un enano de metro cincuenta; y si aquella polla, en rigor, seguía creciendo y desarrollándose como es lógico que una polla de doce años crezca y se desarrolle, entonces podía legítimamente suceder que esa polla acabase midiendo, por ejemplo, un metro cincuenta y dos, mientras que yo me quedase en el metro cincuenta y uno. El retrasado no era siquiera muy alto: calculo que a los veinte años apenas alcanzaría el metro ochenta o quien sabe si un metro ochenta justo. ¿Es justo que un subnormal de metro ochenta tenga una polla más grande que un chaval ciertamente no privilegiado pero tampoco tonto, a pesar de su altura paupérrima? Pues mucho menos justo es que ese subnormal tenga una polla más grande que ese chaval en su total integridad: que mientras ese chaval mida uno cincuenta y uno la polla del retrasado mida uno cincuenta y dos.
Durante aquellas semanas, cada vez que me encontraba a solas con el retrasado, procuraba fijarme bien en su paquete y aunque parecía guardar una mercancía más grande de lo normal me era difícil calcular la magnitud exacta de esa mercancía y, por lo tanto, el grado de su monstruosidad. Observando aquel paquete de idiota ni siquiera parecía seguro el que fuera especialmente grande: podía suceder que mi miedo, no tanto al enfrentamiento con una polla grande como a la injuriosa comparación entre mi pronto enanismo y una polla enorme, estuviera exagerando mis percepciones y obligándome a ver un leviatán donde sólo había un miembro promedio y poco más que decente. Y a pesar de que me procuraba cualquier excusa para fijarme en el paquete del subnormal, no lograba salir de mi incertidumbre y, con el paso de los días, mi pánico fue adquiriendo connotaciones suicidas muy siniestras: soñaba con suicidarme sepultado en una gran polla de cabra o de dinosaurio. Los gorilas, recordé, tienen una polla muy pequeña en comparación con la polla de los hombres. Uno puede conducirse a engaño, a través del poderío físico de los gorilas, y convencerse de que deben tener una polla titánica cuando, en realidad, cualquier niño de teta ya tiene una polla tan grande como la de un gorila. Si lo piensas, al gorila debe parecerle también muy injusto que el hombre, criatura inerme y afeitada, tenga una polla más grande que la suya. Pero también imagino que supone una inseguridad exclusiva de las criaturas inermes y frágiles el tamaño de su polla: por qué iba precisamente a sentirse inseguro ante los hombres un gorila que puede con total sencillez aplastar un cráneo humano sin esfuerzo solo encerrándolo bajo sus sobacos negros. Que un gorila pueda coger tu cabeza, ponerla en su sobaco, y hacer estallar tu cráneo debería, más bien, indicar que es incapaz de sentirse inseguro ante nada descomunal o gigantesco que los hombres posean, ya que él en esencia posee algo más valioso: su fuerza.
Llegó más tarde que temprano el día sagrado en que por fin volveríamos a la piscina. Aquella noche apenas había dormido, el cuerpo me temblaba y no podía dejar de sudar y de pensar: de pensar en que, como castigo, a todos los enanos deberían follarlos pollas enormes de subnormales. Sentía que con el paso de las horas mi propia polla encogía, acomplejada y tímida ante la perspectiva de la polla demencial de un tonto del culo. Es que era realmente tonto: no piensen que lo digo motivado por la envidia o el resentimiento. Todos en el colegio sabíamos que era realmente incapaz: sacaba malas notas, apenas sabía hablar, los mocos le colgaban de las fosas nasales sólidos y verdosos, era torpe de movimientos, su cabeza tenía forma de plátano y su frente parecía como abrillantada por la estupidez de un modo tan inusual como lo era su propia inferioridad. Es verdad que yo también sacaba malas notas, pero no porque fuera tonto sino porque era vago y porque últimamente le había dedicado mucho tiempo de preocupaciones al asunto de mi crecimiento: para qué necesita un enano de mierda aprender raíces cuadradas: lo que un enano tiene que hacer es subirse a un árbol y desaparecer: ser violado analmente por los árboles y desgarrado interiormente para que aprenda lo que vale un peine: así es la vida, aprendes o te follan. Pero no quería desaparecer: me aterrorizaba la perspectiva de ser devorado por una pantera en el bosque como aquellos monos diminutos que los grandes felinos depredan. Chillando, sollozando, con la autoconsciencia atrofiada multiplicando mi horror y mi sufrimiento mientras un gran gato negro me clava los dientes y las uñas, me asfixia, destripa y devora. Por lo menos, pensaba, las pollas no tienen uñas y dientes, porque si las pollas, incluso las más pequeñas, tuviesen uñas y dientes, la convivencia con el prójimo sería imposible. ¿O acaso la consciencia es la compensación necesaria por la ausencia de uñas y dientes en nuestras pollas? ¿No tienen algunos animales pinchos en las pollas?
En el viaje de autobús hasta la piscina había estado realizando ciertos cálculos sobre el modo adecuado de ver en primera fila la polla del retrasado: una vista demasiado lejana, entre cuerpos infantiles obstaculizando mi comprensión de la tragedia, habría hecho inútil cualquier mirada. Necesitaba estar a su lado: poder compararme a mí mismo con esa polla y ponernos frente a frente si era necesario. Sin embargo, intuía que no era el único que necesitaba verle la polla al idiota: los días previos el clima había estado muy tenso, con chistecillos por aquí y por allá sobre desproporciones y frutas almibaradas gigantes. Debía ser astuto, rápido y preciso si quería tener éxito en mi empresa. Derrotar a la competencia de niñatos morbosos, pues yo no era el típico niñato morboso que sólo quiere deleitarse observando de cerca un monstruo: yo ante todo necesitaba comprender y, sobre todo, sobrevivir: mi preocupación era asunto de vida o muerte. Necesitaba que hubiera justicia en este mundo. Así es: a mí no me motivaba el morbo sino el puro anhelo de justicia.
Hice el cálculo siguiente: descarté aspirar a verle la polla mientras nos cambiábamos para ir a la piscina. Decidí que la competencia ansiosa e impaciente sería demasiado fuerte, que ningún niño resistiría su ansiedad y que todos correrían a verle la polla en cuanto el subnormal se bajase los pantalones. De manera que comprendí que la mejor opción consistía en verle la polla cuando todos estuvieran saciados por la primera contemplación de su polla y cansados además por la natación y con sus mismas pollas flácidas y exangües. Yo ahorraría esfuerzos, apenas haría los ejercicios, me quedaría cerca del subnormal y cuando hubiera que salir del agua e ir hacia los vestuarios me sentaría a su lado en los bancos. Allí comprendería, allí juzgaría si Dios existe o no existe. ¿Por qué iba Dios a poner, en el mismo vestuario, juntos a un enano y a un idiota con una gran polla? ¿Qué necesidad de vejación padecería Dios de ser posible la escena patética de un enano patético, ridículo y miserable junto a una gran polla de idiota, de niño que se come los mocos, que babea y es incapaz de comprender que dos por dos son cuatro, que Marte tiene dos lunas, que Cervantes escribió “El Quijote” o que los gorilas, por muy imponentes que nos parezcan, tienen el miembro muy pequeño? Yo comprendía todas esas cosas sin mayor dificultad a pesar de que, sistemáticamente, suspendiera todos los exámenes o que tuviera un cráneo tan pequeño como el de un gorrión. ¿Acaso la humillación es el precio a pagar por un espíritu cultivado? ¿Quién necesita más a quién, David a Goliath o Goliath a David? ¡Santificado sea tu Reino, Padre, que estás en los Cielos!
Ocurrió, no obstante y para frustración de toda la clase, que el idiota vino con el bañador puesto desde casa. Pálidos, flacos y repentinamente envejecidos, los niños, uno tras otro, desfilamos de los vestuarios a la piscina cariacontecidos y apopléjicos. Supuse que su madre, que observaría esa polla crecer abominablemente día tras día, previendo la atención y las burlas que suscitaría ese idiota con ese gran miembro, le puso el bañador por debajo de los pantalones para disimular el miembro y evitarle a su hijo el esperpento. Todavía quedaba, sin embargo, la posibilidad de que se quitase el bañador, empapado del agua de la piscina, cuando terminásemos los ejercicios y hubiéramos de volver al bus de regreso al colegio para continuar las clases. Pero entonces la competencia por alcanzar las primeras filas sería durísima. Había que estar, o bien preparado, o bien ser precavido y asumir la peor de las posibilidades, que siendo un enano como era, parecía también la más obvia: que me quedaría de nuevo sin verle la polla al subnormal a no ser que hiciera algo.
La oportunidad estalló como un rayo prometedor cuando la profesora nos pidió que nos pusiéramos en grupos de dos para un ejercicio acuático: conseguí al imbécil como compañero, pues al contrario que los demás, no temí la degradación y el ataque a la reputación personal que suponía acercarse a ese engendro. El ejercicio consistía en tomar la cabeza del compañero, con éste de espaldas hacia nosotros, para que pudiera flotar sin peligro de hundirse mientras chapoteaba con las piernas contra el agua. Repugnado y hasta ofendido en mi dignidad personal cogí la sucia cabeza de plátano del imbécil y dejé que hiciera él primero, con su típica sonrisa bobalicona y los mocos redondos dentro de la nariz, los ejercicios acuáticos. Confesaré el plan en seguida, pues era muy simple: en cuanto me tuviera él a mí de espaldas, aprovecharía para bajarle el bañador bajo el agua y así, definitivamente, hundirme o no en la gravedad de una humillación comparativa inmerecida aunque inapelable.
Dicen que cuando estamos a punto de morir toda nuestra vida nos pasa por delante. En aquellos momentos ocurrió exactamente lo mismo: recuerdos de mis compañeros comparando la polla del subnormal con los troncos caídos de los árboles más grandes, nudosos y negros; recuerdos del médico con cara de pena diciéndome que había crecido tan sólo dos centímetros el último año; recuerdos de mi madre llorando porque eso no tenía ningún sentido, ya que no podía ser que un niño, normal hasta los doce años, de pronto dejase de crecer; recuerdos de mi padre decepcionado, diciendo que no había salido a ningún hombre de su familia; recuerdos de latas en cajones demasiado altos para mí; recuerdos de bordillos donde me subía para fingir que tenía una estatura idéntica a la de cualquier niño de mi colegio; recuerdos, en definitiva, dolorosos y pueriles, de pollas apoteósicas y cuerpos de bebés con caras de hombres melancólicos y resignados. En síntesis: la polla del subnormal era aún peor de lo que había imaginado. Yo había imaginado una polla enorme sin más y me había encontrado una polla morena, de venas hinchadas, gorda y cubierta de un espeso bosque negro de cabellos rizados con dos enormes bolas tostadas colgantes cubiertas también de pelos. Allí bajo el agua la polla ni siquiera flotaba: parecía hacer contrapeso hacia el fondo como un ancla que fuera más grande que el propio barco, arrojando una gigantesca sombra amenazante bajo los pies, mientras que la mía asomaba a la superficie como un pececillo que muerde el pan que le tiran los turistas. La imaginación desvaneció mi conciencia perdida en aquel esplendor de espesura: volví a pensar en el mono subido a un árbol en la jungla en medio de la noche oscura, acosado por grandes felinos de ojos rojos y sanguinarios, estómagos hambrientos y enormes dientes blancos y afilados. Frente a aquella polla era una criatura tan vulnerable como un cachorro de pingüino bajo la lengua de una orca asesina que confundiera al pingüino con una mirtazapina flash en lugar de tenerlo como una presa digna.
Todos los niños aplaudieron mi hazaña, chillaron, aplaudieron, graznaron, dieron golpes con las palmas sobre el agua. Poco a poco me fui dejando llevar por la corriente en el agua que engendraba la histeria de sus celebraciones, navegando hacia el silencio y la pesadumbre. Cuando el profesor tocó el silbato fui el primero en volver al vestuario. Al mirarme en un espejo vi que tenía arañazos en la cara. Ni siquiera me había dado cuenta de que el subnormal me había destrozado el rostro con sus uñas. O tal vez con las uñas de su polla. Era indiferente, había perdido el conocimiento mucho antes. Observé que los pantalones parecían quedarme grandes. También la camiseta. Las zapatillas parecían una talla más grande que la mía. Sospeché que alguien, para burlarse aún más de mí, me había dado el cambiazo y había puesto ropa ajena en mi taquilla ¿Quién? No podía ser otro sino Dios. No entendía que tuviera que ser precisamente yo el objeto de aquella enorme humillación. ¿Qué mal puede hacer un niño, que merezca el sufrimiento y la tortura por los restos de sus días? Pensé de nuevo en los gorilas: si yo era la polla de un gorila, el subnormal era el gorila entero. Pensé también en los dinosaurios y en posibles criaturas astronómicas de grandes cuerpos y diminutas pollas. Un calamar gigante dejando insatisfechos los soles que embaraza...