2 de junio de 2022

Me voy de viaje

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La culpa nos hace vulnerables, y los recuerdos nos pronuncian a la aniquilación mental... o por lo menos a un terrible dolor psicológico. Aunque sean recuerdos buenos. ¿Hay alguna diferencia? Desde el inicio de mis días hasta el anochecer de los años... encuentro dolor agonía y decepción. Por eso una vez hecho hombre adulto sólo encuentro de lo que participé, me alimenté, y renegué: la misma decepción apresurada, el mismo dolor, y la agonía tardía pero que nunca falla. La misma absurdez descabellada, auténtica, presumida e inevitable: la corrupción del día a día, la tristeza de estar vivo cuándo en realidad todo lo que te rodea está simplemente muerto. Un lamento solitario y lleno de doloroso rencor: si pudiera ser de nuevo otra vez... si tan solo pudiera... tener fuerzas.

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La despedida fue fría, terrible, cínica y cruda: casi como un castigo por estar todavía vivo, casi como una tortura por ser, todavía, su hijo. Entre comentarios livianos, pero crueles; miradas de desapruebo y gestos poco familiares. Casi como una venganza personal muy liviana, pero de igual modo, muy dolorosa. Al ver que no había forma de razonar con todos mis sentimientos, y que la despedida en sí era inminente decidí recordar a mi padre con la mirada más hermosa tierna y dulce que pudiera concebir. A fin de cuentas, esa era la auténtica idea que tenía de él. Por más frío que se hubiera vuelto toda nuestra relación. Intentando salvar algo que fuera profundamente sagrado: el recuerdo de una persona a la que amas. Aunque la melancolía se cerniera sobre nosotros y nos abrigase con su manto negro, y los días hubieran sido mucho mejor hace 10 años. Todavía quedaban resquicios de belleza y amor entre nosotros. Entre los miembros de la familia perdida. ¿Cuándo nos daríamos cuenta del terrible error que habíamos cometido? ¿Cuándo nos perdonaríamos todas las faltas?

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Papá me dio dos billetes y me dijo que, con suerte volvería. En lo más profundo de mi interior ese tipo de bromas sólo hacían que se me acelerara el pulso y se me agarrotaran los músculos de puro pavor e incertidumbre. Y mientras me desvanecía recordé una vez en una tienda de informática algo que llamó su atención, cuándo con sorpresa presenció que a una mujer del este de Europa se le había olvidado las llaves del coche en el mostrador... Su hermoso gesto, su expresión tan vívida y preciosa, de verdadera preocupación. Sus ojos vivos y profundos, su cabellera completamente canosa y excéntrica. Sus labios renegando de mí, su mirada triste. Y entonces, una vez él salió por la puerta a saber Dios a dónde, me senté en el sofá pensando en que me compraría una buena bebida y quizá algo de frutos secos.

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Antes de intentar aliviarme o tranquilizarme, lo que no pude evitar fue sollozar por dentro... por la tristeza que me causaba saber que no confiaba en mí lo suficiente cómo para decirme a dónde iba. En mi cabeza suenan trompetas y aplausos mientras me arrincono en una esquina y empiezo a llorar desatado y miserable. Destrozando toda la mugre que los químicos hacen en mi cerebro, luchando contra la química siniestra. Mientras intento buscar las pastillas para el ko mental. Recuerdo mi duro entrenamiento psicológico: tomar pastillas por vicio terminal. ¿Cómo es posible que se vaya y ni siquiera me dijera a dónde? ¿Qué haré todo este tiempo sin ti, si eres el principal motivo por el que me despierto cada día? ¿Es enfermiza nuestra relación sólo porque no puedo hacer otra cosa que contemplarte y sufrir? ¿Por qué no me hablas cuándo te suplico respuestas...?

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Y entre el llanto y las respiraciones una luz me abraza y me acaricia la espalda mientras le recuerdo de pie, bien parado, con su camisa azul, sus pantalones de tela vaquera y el poco pelo que le queda... Se me dibuja una media sonrisa en la expresión, pero yo me sigo sintiendo triste. Y en realidad, tengo tantas pastillas aquí a mi lado que podría tomármelas todas de golpe y dormir entre retortijones, pero dormir. Me siento tan perdido sin ti, sin tu expresión de reproche y el vaivén de la auténtica nada. No me siento solo, me siento terriblemente solo. La gente pasea durante el día y duerme durante la noche; pero yo duermo durante el día y por la noche me fatigo con la calidad de la luz. Me encuentro tan deprimido y tan decepcionado que no puedo evitar sentirme al borde de la auténtica locura. ¿Cómo voy a soportar el clima sin ti? Un clima caprichoso y terriblemente asfixiante.

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Me incorporo del sofá y me digo que es tiempo de ir a la tienda a comprar alguna bebida. Vacilo en si mezclar pastillas con alcohol. Me muerdo la lengua por dentro, no me siento bien. Estoy demacrado y terriblemente desorientado. Me pone triste admitir que tengo un problema grotesco y cruel con la realidad. Es que por más que la vea de golpe no la logro asimilar. ¿Tan ridícula es la vida en comparación con estar muerto en vida? ¿Tan dura es la vida en comparación a la alternativa de ser un moribundo? Nada me recordará cuándo esté alimentando a las larvas, desde mi estómago podrido hasta las extremidades verdes y reventadas por la grasa y la carne putrefacta...

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En la calle me encuentro con un gato callejero que se me acerca ronroneando. Pero le ignoro por pudor y camino hasta la tienda, a dos cuadras de casa. Una vez dentro voy a la sección de vinos y escojo el más barato. Luego paso frente a la sección de comida para animales y compro un paté para gatos con trozos de carne y de calidad, compro la comida para gatos más digna que encuentro... Regreso a casa y me encuentro al mismo gato solitario, sucio, y desprotegido de antes. Me recuerda, sinceramente, a mí mismo, ¿cómo iba a renegar de él si se parece tanto a mí? Abro la lata y con el olor le indico el camino hacia casa. Los dos entramos en el portal, subimos las escaleras, y le dejo quedarse en casa hasta que me sienta mejor o él encuentre cómo absurdo vivir allí.

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Pongo la comida del gato en el suelo y empiezo a beber del vino. Mientras me duele la cabeza, me da vueltas el estómago y siento ardor. Pienso en que lo único que me hace compañía es un animal que ni siquiera me recordará cuándo me haya ido. Las ventanas se llenarán de polvo, el gas de la cocina se evaporará y entre lamentos desorientados me fatigaré. De la propia incertidumbre de la vida, las malas relaciones familiares y la soledad sólo nace más soledad. El cansancio mental no es excusa cuándo todo lo demás está vivo y reboza aparente salud.

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Encuentro la casa un tanto vacía, pero llena de provisiones. Tengo algunas monedas para comprar más vino y si me encuentro muy mal, alguna caja de cigarros. Pero en esta soledad desnuda sólo encuentro que la fruta madura se pudrirá y que las bolsas de basura se infestarán de hormigas y cucarachas. Como si bebiera agua del váter sucio, como si me alimentara de las sobras de un perro hambriento me encuentro en predisposición a relatar mis días, de la forma más honesta posible, con la piel de gallina y la voz terriblemente sucia por el trauma de no haber encontrado forma de salvarme a mí mismo antes de perder la cabeza otra vez.

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Y la verdad es que humillado dentro de todo lo que pudiera significar mi hombría y mi valentía... de rodillas frente a mi propio vómito en el que me encuentro a mí mismo entre las formas del mismo vómito... No hay forma de digerir todo este malestar infame y profundo. De la inexistencia de una indolencia madura y de las manzanas verdes llenas de moho y putrefacción encuentro tanta belleza en la gente que todavía se encuentra presente cuándo todo va mal. Tengo atragantado en el pecho un lamento ridículo y perplejo que me hace vomitar todo mi ego y amor propio... hasta reducirme a una porción de basura en una silla vieja, desde la que tecleo como un obseso.

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Y de la naturaleza muerta de tres o cuatro pastilleros llenos hay sólo un gesto. El de llevarse las manos al cuello y fingir asfixia. Me gustaría que todo fuera como antes y que no me sintiera tan mal. El tiempo no perdona ni cura nada. El mundo no entiende ni pertenece a nada... La gente no se detiene ni perdona a nadie, porque no existe nada. Entre los escombros de mi propia inercia vital, entre lamentos tristes y nauseabundas encuentro a Dios observándome mientras sollozo por dentro, encima de un colchón frío y desnudo. Corrompido y sucio, aturdido y hambriento de genuino amor, me encuentro a mí mismo sufriendo y padeciendo una larguísima fiebre mental en la que sólo encuentro malestar y terrible agonía psicológica. De los abismos de la catástrofe y de la tristeza del día a día sólo hay terribles asfixias y reproches.

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Pero algo me salva de todo este bochorno. De esta vergüenza maldita y feroz. Quizá una falsa esperanza de un moribundo estado mejor. No puedo alzar los brazos de alegría y gritar salvaje que todo va mejor, porque no es cierto, pero al menos encuentro regocijo en estar bajo un techo y no padeciendo bajo la lluvia y el frío. Con la boca llena de cheetos y los bigotes empapados en vino me digo a mí mismo que son las cinco de la tarde y es hora de irse a dormir.

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