15 de febrero de 2023

Leche caliente y una confesión

Odio la leche caliente de las mañanas. La cama cómoda y la respiración palpitante. La sangre que galopa por mis venas y mi sien. Entre espalda y pecho llevo un nudo, y en el cuello se desliza una soga. Estoy enamorado de la tumba máxima y entre las polillas de la noche una luz que ilumina, pero no me confundo, no es un hogar. De la esquizofrenia, avergonzado y humillado, mi nueva bandera, y de los doctores psicópatas más y más lastre austero. Entre el vaho de la mañana, el frío de la noche, el miedo durante el día y las pesadillas de madrugada: no encuentro aire fresco que pueda evaporar todo el metal pesado de mi sangre... y entre tristes muecas me digo a mí mismo: "Descuida, todo podría ir, por desgracia, mucho peor", y entonces todo empieza a volverse gris, hasta que dudo de los colores del día. Y para mí la sangre como la noche tienen el mismo color. Y para mí Dios, los padres y los hermanos tienen el mismo valor: el de la decepción crítica y la morbosa dejadez humana. No estoy muerto. No estoy enfermo. No estoy solo... y sin embargo. Mi alma se relame cada vez que ve una figura femenina, y de entre el deseo y la nada, el sonambulismo y la desgracia. ¿Por qué me siento tan muerto, tan enfermo y tan solo? Tendré un acto de gentileza y me confesaré, no por mí, sino porque no puedo con la culpa, ojalá tus oídos viejos y tu mirada cansada pudiera posarse sobre mí y de algún modo, pudieras, aunque fuera brevemente, volver a sentir algo diferente al asco y la decepción, al ver mis ojos sobre los tuyos.

Hundido y triste, miserable e infeliz te digo que lamento desde el nervio más agudo de mi cuerpo, hasta la carne más noble, la que usan los carniceros para la gente rica, que tengas algo de consideración con los laberintos, inercias, y mediocridades que me otorga mi sangre espesa y la herencia recibida de un hogar roto. Porque, papá, yo aún te quiero. No sé por qué nos hemos vuelto tan extraños, me arde el pecho, los ojos se me derraman como velas viejas. Mírame bien, soy de tu sangre, y sin embargo, estoy tan lejos de tu alma. Como un copo de nieve que se derrite te suplico algo de paz. Tengo errores, caprichos, ira y odio en el alma. No soy un ser humano sano. Nunca tendré el calor de una familia nueva. Ni el amor de una mujer. Nunca tendré el bálsamo sublime, casi nausea... de la emoción. Jamás conoceré a mis hijos y sin embargo, dime por qué no puedes comprenderme un poco. No te pido demasiado. Sólo enséñame como tú, a poder nadar en todo este maldito océano de mierda. Porque tengo el agua al cuello y día a día me voy hundiendo más. Y si pudiera, de verdad pudiera papá, me iría mañana. Sólo quiero despedirme bien de ti. Comprender que no tengo nada más que hacer en esta puta vida ingrata y cruel. Y olvidarme del dolor de la cuerda en el cuello, de la mugre en el suelo, y desaparecer. Sucumbir a mi deseo más profundo que no es otro que dejar de sufrir. No me siento bien. Hoy parece que va a llover y... ¿acaso importa? ¿Acaso algo de lo que te pueda confesar, duramente, importa? ¿Acaso vas a llegar a leer esto y llorarás como yo lo hago mientras me elevo hacia el cielo y de él vomito una gran cantidad de bilis? De mí sólo recuerda la inocencia y la suavidad de mis pasos, no este terrible humano al que la vida ha perturbado, ensuciado, y traumatizado. No, papá, no estoy bien. Pero, descuida, todavía te quiero. Yo no siento asco cada vez que te miro a los ojos.

De los árboles nacen hojas mudas y frutos muertos. De los vientres más amados del mundo nacen bebés muertos. El agua se convierte en hiel y la sangre en pus. Del cielo caen rostros desencajados que lloran mi nombre y cuándo el agua hierve en la olla es para sumergir una mueca de desgracia y mugre. Horas bajas y decrepitud. Estoy tan harto de todo este vaivén de tristezas. El mundo y su gente no me representa. Para mí todo es ausencia, silencio y vacío. Cambiaría mi alma por haber nacido muerto, y así ahorrar el tiempo de desgaste hasta enloquecer por completo y no poder reaccionar ante una bofetada. Del odio y la desconfianza... Si Dios no me ha matado ya es porque tiene un plan especial para mí, traer alegría al mundo o, en su defecto, verme envejecer cada vez más nihilista deforme miserable y amargo. Los frutos prohibidos del paraíso, la sopa caliente en verano, la carne congelada y cruda que me llevo a la boca tiene grabado a fuego el nombre de la bestia. Y entre los espasmos del enfermo terminal, y el apetito de la vejez hambrienta famélica y horrorizada surge una mueca tan grotesca que no puedo mirarlo de frente. Los dientes cayendo uno a uno, los ojos hinchados de tanto llanto maltrecho y de los buenos recuerdos de infancia sólo queda una sucia silueta que tiene cuernos que se excita con el hedor de mi dolor. Si por mí fuera, si de mi boca brotaran las palabras más sinceras del mundo, entre orgasmos de dolor y una terrible agitación mental, la enajenación de los parásitos. Qué en mi lápida se lea: "Os odio a todos".

El tiempo corre y la sangre me corroe las venas como si fuera ácido, ¿hasta cuándo estaré refugiado en el círculo vicioso interminable y agónico de la infelicidad? Estoy condenado bien lo sé, no queda nada a lo que aferrarse, ni a uno mismo. No existe clavo incandescente del que poder sujetarse. Todos los días se nublan en mi vista, la extrema tristeza me hace vomitar de desesperación. El tiempo no lo cura todo, si acaso lo quema, lo mata, lo asfixia, o en peores términos, lo corrompe absolutamente todo. No hay nada que hacer al respecto. Sólo nos queda esperar la hora señalada por el desgaste, o el capricho innecesario de Dios.


 


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