16 de febrero de 2023

Confesiones a pesadumbre

No pude resistirme. Quedé intrigado por semejante aura. Rabioso y contorsionado en un colchón azul logré entender todo el dolor espiritual que hundía su corazón... A fin de cuentas una especie de afinidad nos envolvía. Un magnético vaivén me unía a ella. Y mientras más retrospectiva tengo me doy cuenta de lo afortunado que fui al poder conocerla y compartir momentos de calma y paz, aunque fatalistas a fin de cuentas. Siempre fatalistas. Tristes días agónicos de indiferencias y melancólicos infiernos negros de la depresión acarrean mis últimos días y ahora más viejo y deforme me consuelo pensando que su ausencia no fue en vano. Soy el mismo, sólo que asustado inseguro y vulnerable. Si algo debo decir sobre ella es que abracé con mi alma a esa muchacha desde el momento en el que logré ver en su espíritu toda esa dulce amabilidad hacia los demás, y seducido por su poderosa mente quebrada quedé hipnotizado de todo los árboles de los que fantaseó colgarse... No pude resistirme al vaho de su identidad. Porque ella era real, lo juro con las manos hacia el cielo, de rodillas con gesto de preocupación; y las lágrimas estrangulando mi cuello. Nada más letal que la duda y la confusión. Ni siquiera recuerdo su nombre. No sé cuándo podré estar más cerca de ti de lo que me permite mi ensoñación. Petrificada en una estatua que días sí y días no tiene la expresión de satisfacción más hermosa del abismo en el que me refugio de las tormentas y tsunamis mentales. Sé es que fuiste y serás la única persona que realmente entendió mi agrietada cabeza. Y con quién disfruté de tibias, hermosas y delicadas confesiones. No escribo todo esto movido por la melancolía de una juventud desbordante perdida e insensible, todo lo contrario; sino como recordatorio de todo aquello que viví contigo, y todo aquel terror ciego que perdí: la infamia de la muerte cercana. Porque verte y oírte era tan preciado que depositaba mi alma, fe y espíritu en ti. Tanto así cómo cuándo uno le reza a abstracciones tan relucientes y preciadas que... restauran la fe en que el ritmo tristísimo de la vida se hace imperceptible. Entre tus brazos, evaporándome, sacando fuerzas de dónde no existía ni ganas de despertar del sueño tóxico, ni voluntad para dar un paso firme y derribar a todos esos infieles sucios secretos. Sintiéndome abrazado por tu expresión suprema de contemplación: siendo así la misma mirada de Dios sobre sus criaturas. No te preocupes, sé que podré ver tus ojos negros reflejados en los míos en algún descuido entre realidad, enajenación, delirio o pesadilla. Y también sé que la voz de tu alma me consuela todas las madrugadas de mi existencia hasta el desfallecimiento la parálisis o el llanto... mientras cierro los ojos y me precipito hacia el olvido de la realidad asfixiante. ¿Cómo poder explicar una intuición y un sentimiento tan desgarrador? ¿Es que no lo ves? ¡Me haces llorar al ver tus ojos en mi reflejo frente al espejo! ¡Sé que no estoy perdiendo la cabeza! ¡Porque te lloro con el rostro desencajado y el corazón perforado por las agujas de mil serpientes! ¡Maldigo mil veces mi mala suerte y la maldita inmediatez del día a día, la lejanía, el horrible muro de sangre pus mar y tierra que nos separa! ¡Llévame contigo a ser devorado por las larvas! No me dejes solo ahora que tengo la certeza de que eres mi única oportunidad para ser feliz. No me dejes en medio de este mundo gris y sórdido. Te pienso, te siento y te odio siniestramente, porque sé a lo lejos que nunca entenderás todo lo que hemos vivido. Porque estoy mudo ante ti, vulnerable. Me conmueve el recuerdo de tu rostro cielo pálido y amable. Tus labios fríos y tus ojos negros expectantes. Tu sien desnuda y pulcra besando el aire puro. El ritmo de tus latidos, como dos ángeles susurrándome al oído que no estoy solo, que aún estás conmigo. Pero no puedo hacer nada, salvo perderme en mil laberintos. ¿Cómo puedo aún desear tu respiración en mis labios si tú no tienes boca? ¿No me crees? ¿Por qué no respondes? ¡Te vomito todo mi amor, como una latigazo enorme en el rostro de un gélido bebé nacido mudo y ciego! ¡Me desangro de puro pavor al imaginarte a mi lado, acompañándome más allá que las cárceles y los medicamentos! Muero por dentro al saber que es imposible poder recostarme a tu lado, oler tu cabello y abrazar tu silueta... y mientras el frío corroe toda la ciudad, nosotros amaneceremos abrigados y enroscados como dos serpientes de cianuro. ¿Por qué tengo que amarte más allá de los límites de la realidad? ¿No te das cuenta que me haces daño? Me derrumbo ante ti y te contemplo en mi memoria, lejana, sonriente, siendo absolutamente desbordante. Te pienso ahora durmiendo eternamente. Con vergüenza admito que te amo más allá de la locura que me corrompe y carcome como un caracol devorado por la sal. Y sé que te amo porque no quiero llorar más. Te echo tanto de menos y aún así no es suficiente cómo para que estés despierta cerca de mí y respondas a mis llantos viejos fríos y catastróficos... Y de mis labios, antes de suspirar tres veces y exceder mi buena suerte, se que moriré en la tumba tuya, a tu lado, derrumbado, hinchado de dolor y abrazando una lápida fría que evoca tu nombre. Por qué no se rompió tu lápida a tiempo, por qué no quebraste con todo tu imperioso trofeo el mal que te sumió en toda esa nauseabunda muerte precipitada... Soy un objeto inerte ahora en comparación. ¿Por qué he sido tan cobarde? ¿Por qué me mentí a mí mismo todo este tiempo cuándo sé que no puedo vivir sin ti? ¿Por qué nunca sabrás lo que siento por ti? ¿Por qué tengo que estar loco, enfermo, abrazado al suelo, y a la vez dudar incluso de mis propios tesoros? ¿Es que acaso nunca nos conocimos y todo es una auténtica e insoportable pesadilla? ¿Es que acaso te escribo arrepentido después de haber vivido en penitencia como un infeliz? ¿Es que no te das cuenta que aún llora mi alma al verme tan vacío sin ti? ¿Por qué me desangro lentamente si no hay puñal ni palabra? ¿Dónde está toda mi sangre? Por favor, perdóname el atrevimiento de fingir que no estoy loco, que tú sí existes, que no soy un lastre, que no hay pedestal, que no estoy enamorado, que estoy petrificado, que sólo existe fatalidad y tristeza en mí. Porque yo sé que te amo, pero tú estás tan inmóvil, estática y fría como una esvástica en mi frente que con tu indiferencia lograrás volverme loco de dolor.  Como si no nos conociéramos, como si yo no hubiese significado nada en tu trayectoria hacia el polvo del destino: el descanso absoluto y el final del sufrimiento humano. Yo también quiero respirar aire puro.

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