14 de enero de 2024

Mi alma en guerra

 La brecha de mi alma era grotescamente enorme, palpitante y sangrienta; nacida de la más dolorosa traición y del egoísmo absoluto, intentaba evitar verter más sangre de la pudiera albergar. Con el rostro desencajado intentaba respirar a bocajarro, pero era complicado porque el dolor era muy intenso. El tiempo era completamente innecesario porque habían pasado casi diez años desde aquella herida. Y sin embargo todavía sentía fresco el abismo en mi pecho, por el que, con tortura y dedicación, se fue drenando poco a poco mi alma. Ya no quedaba ni sangre ni alma dentro de mí, tenía que conformarme con ser un zombie, una cáscara vacía, carne y depresión. Mis días no habían ido bien, para nada. Y aunque estaba completamente aislado, petrificado y herido; intentaba, por todos los medios, encontrar un poco de fe. Porque si no era cierto que Dios me había abandonado, era completamente cierto que yo sí había abandonado a Dios. Y él había aceptado que esto ocurriera. No había nada a mi alrededor, sólo ruinas, calamidades, gente silenciosamente gris, y falsedades. Y era allí cuándo me preguntaba ¿por qué no acabas con todo esto ya, y simplemente mueres? Ya estaba muerto en vida, ya estaba lo suficientemente humillando ante la vida cómo para poder hacer algo. Y mientras yacía moribundo en la habitación, los espíritus, demonios, entes, y criaturas que se alimentaban de mi baja vibración me observaban mientras las canas y la mugre me iba consumiendo. Mi dolor es sublime y nace de una convicción tan dura que no se puede digerir. He dejado de ser un humano sólido, a ser simplemente un resto, escoria; orina y sudor. Me mataba por completo la perspectiva de una vida tan ingrata. El dolor y la angustia era tan grande que lo único que podía hacer era contemplar la vida con ojos recelosos llenos de la más deleitosa de las drogas humanas: el odio. Pero incluso mi odio era febril, no tenía espíritu suficiente cómo para odiar con intensidad.

No hay comentarios: