15 de enero de 2024

CIUDAD RODRIGO

Muchas veces fui a Ciudad Rodrigo. La he visitado reiteradamente en numerosas ocasiones, pero siempre me ha defraudado. No pasa un sólo día sin que me pregunte qué tendrá Ciudad Rodrigo. Una y otra vez fui con el objeto de descubrirlo. Al principio de forma ocasional un par de veces al año, sin embargo, poco a poco, el misterio fue minando mi voluntad de resistencia. La obsesión iba en aumento y era incapaz de frenarla. Todos los fines de semana hacía 200 km en coche hasta Ciudad Rodrigo. Durante el camino escrutaba sus alrededores en busca de aquello que anhelaba y que, sin embargo, alguna fuerza desconocida me ocultaba. El misterio está vetado, solía decirme. ¿Pero qué diablos tendrá esta ciudad? Atravesaba sus murallas con el corazón encogido, recorría sus calles y observaba a sus ciudadanos de un modo que quizás podría tildarse de increpante, pero yo sólo quería compartir junto con todos aquellos que la visitaban la misma sensación, la misma certidumbre de que cuando uno visita Ciudad Rodrigo regresa como anonadado. Entonces comencé a ausentarme del trabajo, poniendo cualquier clase de pretexto hasta que me despidieron. Ya no sólo iba dos o tres veces a la semana, sino que incluso diariamente, y no una, sino varias veces al día. Cuando llegaba a casa, desolado, sin energías, todavía en mis sueños seguía haciéndome la misma pregunta. Una y otra vez, durante todos estos años, volvía a Ciudad Rodrigo con el fin de reafirmar o refutar la terrible convicción de que en realidad, a excepción de las murallas y un par de fachadas, Ciudad Rodrigo no poseía un elevado valor turístico. Al final mi mujer me echó de casa y nos terminamos divorciando, por lo que tomé la decisión de mudarme definitivamente a Ciudad Rodrigo. Ahora vagabundeo por sus calles todos los días y sigo pensando lo mismo. Me he convertido en un negacionista, en un espíritu de resistencia y, a pesar de que me devano los sesos una y otra vez, cada día tengo más claro que visitar esta ciudad no merece la pena.

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