ALERTA: +18 Lea bajo su propia responsabilidad. Adictivo como nicotina en encía virgen. No nos hacemos responsables de su estabilidad mental. Consuma con moderación. Joya de ficción. Terapia grupal marginal: TLP-Sociópatas-Psicópatas-Amables. Colaboradores nacionales. Siglo XXI. En honor a Albertito de la Mancha. Miss you bro (L) ...
29/11/21
Voces
23/11/21
Utopía paraíso
1)
Antes que nada, me gustaría insistir en la desconfianza
que siento acerca de cualquiera de las explicaciones de orden escatológico que
hayan podido declararse sobre nuestros orígenes.
2)
No quiero afirmar que todo sea falso, pero sí, que, detrás
de cualquier supuesta explicación, existe algo que se tambalea, similar a
cuando percibimos el reflejo ondulatorio de nuestra imagen sobre un charco de
agua.
3)
Todos provenimos del Cubo ubicado en el centro del
Tanque. Sobre éste resplandecen los Tres Soles. Los Tres Soles iluminan nuestro
mundo durante 14 horas, el resto del tiempo lo pasamos resguardados al calor y
la oscuridad de nuestras madrigueras.
4)
Hasta donde me ha sido posible averiguar, sé que nuestros
ancestros fueron originalmente cuatro. Los machos eran: Antígono y Crántor. Las
hembras: Filipa y Melanta.
5)
Las paredes que recubren el Tanque están forradas de
mayas trepadoras confeccionadas con alambre. Los primeros barracones se
hicieron a partir de estas estructuras metálicas. También disponíamos del
material suficiente y necesario para construir nuestros nidos. Las condiciones
climáticas eran las ideales, junto con la necesidad de alimentos y el resto de
provisiones. Los abrevaderos siempre estuvieron llenos, así como los hangares
destinados al almacenamiento de comida. En el lado opuesto a los abrevaderos se
encuentra “La Rueda” o zona recreacional.
6)
En términos generales, podría afirmarse que vivíamos en un
auténtico paraíso. Quizás al principio si lo fuese, al menos durante las
primeras líneas sucesorias, pero con el transcurso del tiempo, la situación
comenzó a volverse insostenible…
7)
Durante la conocida etapa de “La Prosperidad”, regentada
por el gobierno de Los Parias, la población de nuestra comunidad se duplicaba
cada 55 días.
8)
Yo nací y crecí por aquel entonces. Existía cierta
controversia acerca de si fueron mejor los tiempos pasados o los que estaban por
venir. En este caso cabe destacar que nunca vinieron tiempos mejores que
aquellos en los que transcurrió mi lactancia. Esto lo afirmo objetivamente, a
pesar de que sé que este tipo de pensamiento es propio de los viejos chochos y
nostálgicos, que viéndose impelidos por las circunstancias presentes, recuerdan
con añoranza su pasado.
9)
A partir del día 315, las cosas nunca volvieron a ser
como antes. Esta época se conoce como la de “La Gran Depresión”, ya que la tasa
de reproducción se redujo hasta tres veces. Cabría preguntarse el porqué de
esta circunstancia puesto que aún permanecíamos en condiciones ideales para el
desarrollo de nuestra especie, o bien especular sobre los sistemas de regulación
inherentes a la propia naturaleza, como puede ser el hecho de que ésta, es
decir, la propia naturaleza, actuara como medida preventiva contra la
superpoblación. Podríamos incluso indagar acerca de si la superabundancia puede
ser contraproducente, pero, por más disquisiciones filosóficas en las que nos veamos
envueltos, difícilmente averiguaríamos qué fue exactamente lo que nos llevó a
la situación que me dispongo a relatar.
10)
Había unos 600 ratones cuando comenzó “La Gran Depresión”.
El abastecimiento de comida no había experimentado disminución alguna. Esto
nunca fue un problema, la comida y la bebida parecían brotar de las mismísimas
entrañas de la tierra. Lo que si comenzó a constituir un verdadero problema fue
el espacio, cada vez más reducido, en el que nos veíamos abocados a habitar. La
sensación era como si las paredes del Tanque se contrajeran, como si todo, de
repente, se hubiera vuelto más pequeño. Los barracones inferiores estaban
superpoblados. Dormíamos unos sobre otros como animales de cuadra. Competíamos
por cada milímetro cúbico de aire. Algunos expertos en climatología denunciaron
esta situación ante el tribunal de Los Parias, pues afirmaban que en poco
tiempo la calidad de nuestra atmósfera se pervertiría hasta alcanzar niveles de
toxicidad intolerables. Algunos abrevaderos fueron corrompidos por la
desmesurada cantidad de residuos fecales, que prácticamente llegaron a cubrir
la totalidad de la superficie del Tanque.
11)
El día 475, el consejo de Los Parias fue destituido por
el de Los Jerarcas. Los Jerarcas se apropiaron rápidamente de los enclaves de
aprovisionamiento y tomaron bajo su control a las hembras, inaugurando de esta
forma el periodo de “Los Jerarcas”. Estos machos eran fuertes y rudos como tejones,
narcisistas y despiadados.
12)
Las condiciones ideales habían provocado que nuestra
esperanza de vida se prolongara más de lo natural, por lo que esto, sumado a la
falta de espacio, acrecentó la rivalidad entre las generaciones. Los Jerarcas
más viejos comenzaron a agredir a los ratones más jóvenes, y toda nuestra
generación se vio azotada por una vorágine de violencia y crueldad sin
precedentes.
13)
Los Jerarcas solían acechar los barracones inferiores,
que eran los más poblados. En cualquier momento podrían entrar en una de las
madrigueras y despedazarte. Mis hermanos, Leucipo y Favorino, fueron asesinados
en presencia de lactantes. También entre los propios Jerarcas se libraban
cruentos combates. Este tipo de enfrentamientos solían realizarse en La Rueda,
en presencia de todos. Mi amigo Molón me convenció para asistir a una de estas
luchas. Durante la reyerta, alternada por ráfagas de polvo y sangre, mi amigo
Molón sufrió una herida irreversible que pocos días después le causó la muerte.
Nadie desvió sus oscuros ojos de ratón para ayudarme con Molón, pues el resto
de mis semejantes, cegados por la histeria colectiva, no hacían otra cosa que
arañar la tierra y batir sus colas, ostentando sus colmillos como ratas
endemoniadas.
14)
El día 550, el Jerarca conocido como Hegesias, se batió
en duelo con Herilo, su mayor contrincante. El resultado fue que Herilo perdió la
visión de un ojo y Hegesias murió de hemorragia a consecuencia de una profunda
herida en la garganta.
15)
Las represalias no tardaron en llegar. El día 560,
Quinón, hijo de este último, descendió a los barracones y mató a los cachorros
de Herilo, poniendo fin al legado sucesorio de éste. Tras este acontecimiento se
desencadenó la guerra entre los Jerarcas. El vacío de poder y las sucesivas
muertes entre los machos dejó vulnerables a las hembras y las crías de éstas.
16)
Sedientos de venganza, los más jóvenes aprovecharon para tomar
el poder. Fueron días oscuros teñidos por la sangre de los inocentes. Yo me
negué en rotundo a participar en tales matanzas, a pesar de que mis hermanos
fueron asesinados a garra y colmillo por los progenitores de aquellos que ahora
se habían quedado huérfanos. No había un solo recoveco en todo el Tanque, ni si
quiera en el espacio del Cubo, considerado hasta entonces como un lugar
sagrado, en el que un cachorro pudiera estar a salvo de los vengativos ratones
adolescentes. Mataban a diestro y siniestro, sin importarles lo más mínimo el
estado de gestación en el que se encontraran las hembras. Algunas de ellas eran
capturadas entre varios de estos ratones y las abrían en canal, extrayendo a
sus hijos de su seno como miserables garrapatas y aplastados posteriormente sus
endebles huesos contra el ensangrentado suelo de las madrigueras.
17)
Como consecuencia del “ratoncidio” que se estaba
cometiendo, un grupo de hembras independientes anunció vetar la reproducción si
las circunstancias drásticas en las que había degenerado nuestra comunidad no
cambiaban radicalmente. Este grupo se conoció como el “Elenco de la no
gestación”, y se hizo realmente importante en las postrimerías de la centuria
número cinco, cuando la guerra entre los Jerarcas tocaba a su fin.
18)
El día 607, murió el último de los jerarcas, Periandro. El
responsable había sido Querosenos, su hermano. Las malas colas cuentan que éste
fue desprovisto de sus genitales la noche en que trató de acostarse con Erquia,
la hembra predilecta del Jerarca. Traumatizada por los abusos experimentados,
Erquia enloqueció y sacrificó a sus propias crías. Así lo hicieron muchas
hembras, pues, paradójicamente, terminaron por dirigir las agresiones de otros
machos a su propia descendencia.
19)
Con la definitiva consolidación del elenco, las hembras
tomaron el poder y sentaron las bases de una nueva era: “Las Reinas”.
20)
Los machos que sobrevivimos a esta situación fuimos
progresivamente marginados. Algunos de nosotros terminamos por quebrar
psicológicamente. Ante el veto, impuesto por el elenco, de la actividad
reproductiva, una nueva generación de jóvenes ratones se volvieron
homosexuales. Perdieron el interés por las hembras y comenzaron a desarrollar
prácticas sodomitas entre ellos. Fueron conocidos como “Los guapos”, por la
costumbre de atusar sus bigotes y la obsesión por el aseo.
21)
El día 635, las hembras del elenco emprendieron una dura
persecución contra “Los guapos”. Lo que en un principio empezó como una
privación de sus derechos, terminó en una auténtica carnicería. Nadie podrá
explicar por qué las hembras del elenco consideraron una amenaza a este grupo
de ratones homosexuales, pero en su empecinamiento por erradicarlos fueron
bastante comunes los actos de canibalismo.
22)
Las imparables y cruentas luchas que se libraron desde la
muerte de Hegesias trajeron como consecuencia la propagación de enfermedades:
en un recuento que se realizó el día 734, nuestra comunidad había sido
prácticamente diezmada.
23)
Las Reinas, tomando consciencia de que dicha situación
podría abocarnos a una extinción inminente, decidieron anular el veto de la
reproducción y obligar a todos los machos disponibles a que ejercieran de
fecundadores.
24)
Aquellos machos que se negaron fueron exterminados. Estaba
escribiendo algunas notas, cuando un par de estas poderosas hembras entraron en
mis dependencias y abusaron de mí impunemente. Sin duda fue la cosa más
humillante de las tantas que he padecido en mi vida desgraciada. Recuerdo que
mientras me extraían el esperma como si fuera una jodida mamadora reían como
auténticas ratas de alcantarilla… Unos días más tarde, un antiguo compadre que
conocía desde los pacíficos días de “La Prosperidad”, se ahorcó de su propia
cola. El cadáver lo había hallado una capitana del elenco, famosa por sus
crueldades, y como muestra de su desprecio, lo arrastró a través de todo el
recinto hasta la zona recreacional, donde a vista de los lactantes, dejó que se
pudriera en señal de que eso jamás debía repetirse.
25)
En el día 803, una nueva amenaza puso en jaque a la
infame tiranía de Las Reinas. Con el nacimiento de un par de gemelos, llamados
respectivamente Heracles y Breva, muchos de nosotros pensamos en una remota
profecía, formulada ya en tiempos de los Parias, que anunciaba el advenimiento
de una era de paz y concordia. Las élites, dispuestas a conservar el poder, habían
procurado borrarla de nuestra memoria. Aconsejada por La Resistencia, entre la
cual me incluyo, logramos que la madre se negara a sacrificar a sus propias
crías, tal como obligaba una ley con respecto al nacimiento de gemelos,
promulgada durante el periodo de Los Jerarcas.
26)
Este ha sido el episodio más importante de mi vida,
puesto que yo y otros cuantos machos marginados, que no habíamos sucumbido
todavía ni a la locura ni a la homosexualidad, ocultamos a las crías de los
perversos hocicos de Las Reinas.
27)
En el más absoluto de los secretos, formamos una sociedad
clandestina conocida como “Nueva alianza”, derivada del viejo movimiento de
Resistencia, que tenía como objetivo alimentar a estas crías hasta que alcanzaran
la madurez y derrocaran definitivamente a Las Reinas.
28)
A pesar de todos nuestros esfuerzos, todas nuestras
esperanzas sucumbieron el día en que la enfermedad nos arrebató a los gemelos. Ahora
estaba todo perdido, al no ser que la profecía no fuera más que una patraña y
toda nuestra esperanza una quimera.
29)
Las Reinas descubrieron nuestro escondite el día 850 y
todos fuimos sentenciados a la pena capital. Sin embargo, la enfermedad actúo
más rápido que las estranguladoras colas que nos cercaban, y dos días después
murió Cuántica, la última soberana.
30)
Los albores de una nueva época se discernían en el
horizonte. Las herederas no se pusieron de acuerdo a la hora de nombrar una
nueva Reina y terminaron por matarse entre ellas.
31)
El día 860 se fundó “El consejo de los Ancianos”, aunque
por ese entonces ya éramos muy pocos los que todavía nos sentíamos con alguna
fuerza.
32)
Una nueva oleada de enfermedad se llevó a la última de
nuestras crías el día 900. El Consejo de
Ancianos se disolvió al día siguiente…
33)
Hace cinco días Celantes perdió todo atisbo de lucidez. Decía
que había sido tocado por la gracia de los cuatro ancestros. Decía que pronto
todo retornaría los inicios, como cuando el agua corría limpia de los
abrevaderos y de la tierra crecían tiernos tallos. Decía incluso que si nos
poníamos de acuerdo podríamos repoblar el tanque. Decía que había notado como
desde hacía un par de semanas se le habían hinchado las mamas. Decía que se
convertiría en una hembra sana y fértil. Decía que yo… En fin. Todas
incongruencias de su malgastado cerebro. Todo un disparate, mi estimado Celantes.
34)
En una incursión a los abrevaderos le encontré muerto con
la mitad del cuerpo sumergido en el agua. Su rabo yacía inanimado y tieso como
el alambre.
35)
Día 1001. Sin novedad.
36)
Día 1.020. Sin novedad.
37)
Día 1.024. Han fallecido Anfiarao y Bión.
38)
Día 1.037. Muerto Esquilo. En los días sucesivos fallece
Cerníades. Después Demetrio. Después Sofronisco. Después el bueno de Menéxeno.
39)
Día 1.058. Soy el único que permanece con vida. No tengo
mucho que contar. Merodeo de un lado para otro y aprovecho a descansar dentro
Del Cubo. Allí escribo. Allí paso casi la mayor parte del tiempo. Me alimento y
bebo de lo que todavía no está contaminado.
40)
Día 1.079. Soy un viejo con muchas cicatrices en el alma
y en el cuerpo y no albergo ninguna duda de que el final está próximo.
41)
Día 1.088. Recuerdo mis uñas hurgando en la tierra y el
movimiento rápido de mi cola. El sabor agrio de la leche. Recuerdo el Cubo Azul
Cieno y la luz cegadora de los Soles la primera vez que abrí los ojos.
42)
Día 1.101. Me estoy volviendo loco. No tengo fuerzas ni
para morirme. Tan solo espero que generaciones posteriores no incurran en los
mismos errores. Este es el único propósito de todo cuanto he contado.
43)
Último día…
17/11/21
Retorno
Durante la noche tuve un sueño muy extraño que en aquel momento se me ocurrió compartir con ellos. Me encontraba con algunos familiares aguardando impacientes la llegada de mi padre. Mi padre había estado viajando durante un tiempo por las profundidades siderales del cosmos, recorriendo infinidad de galaxias y explorando los rincones más recónditos del universo. Según los cálculos que había hecho, a su vuelta mi padre regresaría mucho más joven de lo que era cuando se marchó. Apenas sería un adolescente. La idea de que mi padre fuera más joven que yo cuando regresara del viaje me mantenía en un estado de excitación e incertidumbre indescriptibles. En realidad, todos estábamos nerviosos y expectantes por su llegada, pero yo, particularmente, más que ningún otro, pues, coño, estaba a punto de reencontrarme con mi padre, mi jodido padre, que retornaría del abismo con la apariencia de un niño.
Mientras le esperábamos, mi abuela sacó un álbum de fotos para que todos nos fuéramos haciendo una idea del aspecto que tendría mi padre. Las fotos eran viejas y de mala calidad, pero indudablemente era mi padre el que aparecía en ellas. Fotos del año setenta y cinco, mi padre con once años vestido con un pantalón de campana y el pelo negro y largo cayéndole por los hombros. La sonrisa de mi padre. El brillo de los ojos de mi padre mirando a la cámara, inmortales, con total desconocimiento acerca de lo que le aguardaba en el futuro. Mi padre sin miedo a envejecer, con la muerte todavía muy lejos de sus ojos, sin miedo a cumplir años, sin miedo a desintegrarse. Mi padre con las manos en los bolsillos o con los brazos cruzados bajo las axilas mirando a la cámara sonriente, feliz. Año ochenta y dos, mi padre tocando la armónica en una plaza o mi padre posando de modelo para una revista. Sus ojos verdes, taciturnos, mirando directamente al infinito, hacia la nada. Expresión seria. Tranquilo. Año ochenta y siete, mi padre con algunas ojeras mirando a cámara y sosteniendo un humeante cigarrillo entre los dedos. Los años van pasando inexorables…
No podía contener mi emoción. Todo estaba a punto de volver a empezar. Según cruzara el umbral de la puerta, ¿Cómo saber quién era el padre y quién era el hijo? ¿Lo entendéis? Mi abuela podría abrazarlo como el crío que fue, como el hijo que nació de sus entrañas y que aparecía en las viejas fotos. Pero ¿yo? ¿Cómo podría observar al niño destinado a ser mi padre que, sin embargo, por algún capricho del destino, sin dejar todavía de ser mi padre, había vuelto a ser un niño que tenía frente a sí a un hijo varios años mayor que él? ¿Cómo iba a mirarme mi padre, alzando hacia arriba su cabeza de niño, observando la figura alta y más vieja de su hijo? Y al fin llegó mi padre. Entonces me arrojé a sus brazos completamente desesperado, y por más que traté de reconocer en él los rasgos de un niño, mi padre seguía siendo el de siempre, es decir, inexplicablemente más viejo, incluso noté que había vuelto un poco más gordo que cuando se fue.
16/11/21
KYNIKOS
Uno.
Nacimos. Torpes, aturdidos,
prácticamente ciegos. Impulsados por ese instinto de supervivencia que nos
mueve hacia las rezumantes tetas. Nuestra madre aúlla desgarrada. Meras bolas
de pelo desplazándose hacia su regazo. Ella nos da cobijo y nos alimenta. Meras
bolas de pelo impregnadas de líquido amniótico. Dos hembras y tres machos. Nos
peleamos por hacernos un hueco, huyendo de la intemperie. Huelo y araño a mis
hermanos. Tropezamos sobre nuestros propios pasos. Nuestra madre devora su
placenta, su propia materia, alimentándose de su propia carne, de sus mismas
entrañas teñidas aún de sangre.
Dos.
Uno de mis hermanos no avanza. Parece
que nació sin vida, o lo que es lo mismo, para él la vida significó la muerte,
lo cual entraña cierta contradicción. La vida como el comienzo de la muerte,
porque nacer implica empezar a morir. Pero nacer muerto es una violación en
toda regla de las leyes elementales de la naturaleza. Su muerte fue en realidad
un amago de vida. Su corazón no llegó a latir. El tiempo de su vida se agotó
incluso antes de haber empezado a ir marcha atrás.
Tres.
La leche. Tocamos a más leche por
hocico. Poco a poco vamos secando a nuestra madre. Desinflando a nuestra madre.
Ella permanece en reposo. Quieta. Respirando hondamente. Los primeros días son
oscuros. Son lentos como la oscuridad. No tengo prácticamente consciencia de mí
ni de los otros. Busco continuamente el pezón húmedo de la madre.
Cuatro.
La primera vez que abro los ojos
siento que me arden. Extrañas formas se van acoplando a mis retinas. Siluetas y
sombras y oscuridad. Eso es todo. Eso es la vida. Después de beber leche me
duermo, entre mis hermanos, recostados junto al vientre de la madre que apenas
se ha movido desde que nacimos. Entre todos nos damos calor. Se está bien así.
Se está bien.
Cinco.
El olfato. Es poderoso el olfato.
Ensancho las aletas de la nariz y me llegan del mundo mil aromas distintos. Del
interior: olor a leche. El olor de mis hermanos. Olor a madera vieja. Olor a
flores marchitas. Olor a herrumbre. Del exterior: a humo. A tormenta. El
inconfundible olor a tierra mojada que desprenden unas botas. Unas botas
enormes a las que les precede un ruido estremecedor. Las botas de un gigante
cuya inmensa sombra se cierne sobre nosotros como una noche tenebrosa privada
de luna y estrellas. El tacto de una mano áspera y peluda. Una mano enorme como
una tarántula que nos agarra del pellejo y nos mete en un saco. Huelo la roña
que esconden sus uñas. La madre gruñe a esa mano peluda y monstruosa enseñándole
los colmillos. Oscuridad. Escucho a la madre ladrar hasta que sus gritos
desesperados se ahogan en la distancia. No sé a donde nos llevan.
Seis.
Nos abandonan. Olor a putrefacción.
Echamos en falta la leche de la madre en el trascurso de las horas eternas, las
horas del hambre pesadas como siglos mientras nos consume la incertidumbre del
futuro incierto que nos aguarda en este lugar insalubre atestado de ratas.
Mezquinos roedores merodean entre nosotros. Chillan restregándose las zarpas
mientras nos mordisquean con sus repugnantes hocicos de rata. El miedo cala
entre mis hermanos y yo. Al cabo de unos días el olor es insoportable. Al
principio protestábamos de hambre y miedo, profiriendo agudos ladridos de
cachorro. Luego algunos de mis hermanos dejaron de protestar. Luego algunos de
mis hermanos se quedaron rígidos como estacas y callaron para siempre. Yo
también quiero callar para siempre, pero algo más poderoso que el miedo y el
hambre impide que cese de ladrar. De clamar auxilio al vacío. De gruñir a esas
ratas que devoran los vientres hinchados y hediondos de mis hermanos
muertos.
Siete.
Una luz intensa penetra en aquel
lugar inhóspito. Al fin han escuchado mis ladridos después de tanto tiempo.
Después de que solo yo quedara con vida. Olor a perfume de rosas. Unas manos
blancas se acercan a mí. Me acogen y me elevan como alas de ángel. Frente a mí
distingo un rostro salpicado de pecas en el que brillan unos ojos negros e
inmensos. Me dejo acunar entre esas manos y cierro los ojos. Siento los latidos
entusiastas del corazón que me acoge. El aliento fino que mana de sus pulmones
y que me acaricia el pelo. Escucho su voz dulce y tierna. Aquellas manos de la
providencia me sostienen por encima del mundo. Me lavan y me libran de la peste
en la que me hallaba sumido.
Ocho.
Se llama Gloria. La mujer con manos
como alas de ángel. La mujer que me llama mi niño y que me da de beber su
propia leche. Siento que recupero las fuerzas. En unas semanas he triplicado mi
peso. Mis sentidos se agudizan. Un mundo que hasta entonces desconocía se abre
ante mí con una voluntad pasmosa. Un sistema de cuerdas impide que me aleje
demasiado, y a veces es mejor permanecer atado. El mundo es algo demasiado
grande para mí, demasiado para ser enteramente explorado. Estoy mejor así,
libremente atado a las manos de Gloria. Muy contento observo que mi cola no
para de moverse en todas direcciones. No sé por qué. Muevo la cola y Gloria se
agacha y me sonríe. Me acaricia el pelo y noto como la piel de mi cráneo se
echa hacia atrás, al igual que mis orejas. Me siento relajado así. Soy feliz
acompañando a Gloria al exterior durante por lo menos tres veces al día.
Nueve.
Desde hace un tiempo me alimento de
sólidos. Una auténtica bazofia. A veces es húmeda y desprende un olor semejante
a la hez de un animal enfermo. Al principio sabe bien, pero luego se te hace
una pasta en la boca dejándote un regusto a hígado podrido. Otras veces es
seca. Se te queda entre los dientes y su sabor es parecido a lamer la herrumbre
del alcantarillado. Sigo prefiriendo mil veces más la leche. Pero Gloria ya no
me da leche y me tengo que conforman con semejante porquería. A veces me llega
de la cocina el olor a un filete crudo. Entonces, no sé por qué, comienzo a
segregar saliva como un epiléptico. Me alzo sobre mis dos patas traseras
ladrando a Gloria. A veces sueño con ese olor y me imagino cómo debe saber. En
una ocasión aproveché un despiste de Gloria para hacerme con uno de estos
filetes. Gloria había servido el filete para un invitado. Nunca me cayó bien ese
individuo. Nada más entrar en mi casa irrumpía emitiendo una clase primitiva de
ladridos, gruñéndome y sacando los dientes. No soportaba el olor que
desprendían sus manos sudadas ni su aliento. Yo también le ladraba a él dejando
entrever mis dientes afilados dispuestos a arrancarle el corazón si daba un
paso más hacia mí. Yo me apoderé de aquel filete y él me cerró el hocico
prendiéndomelo entre sus gruesos y fornidos dedos de primate. No me gustaba
para Gloria aquel macho salvaje con los ojos enormes y los dientes blancos como
perlas. El olor de su piel negra como el ébano. Sus enormes pies descalzos
manchando el suelo de mi casa. Sus desproporcionadas fauces aproximándose a la
boca de mi dueña. Su lengua rosa, gorda, como el filete que había estado a
punto de devorar. No me gustaba cómo acariciaba a Gloria con sus extensas manos,
ni cómo se apretaban en torno a los blancos y flácidos muslos de Gloria, ni cómo
se hundían en sus cavidades, ni cómo su enorme rabo se hundía allí donde
también había metido la lengua, ni la leche que manaba de su rabo espesa y
caudalosa, pero que olía peor que las hojas putrefactas que se apelmazan en las
calles cuando los árboles mudan de piel.
Diez.
Mi relación con los otros perros se
limita a olernos con sagacidad. Nos restregamos el hocico por nuestros ortos y
órganos sexuales. Se puede conocer mucho acerca del otro con olerle el culo. Es
como mirarse a uno mismo frente a un espejo. Los machos que todavía conservan
sus huevos desprenden un olor que despierta la rabia de otros machos, así como
el interés de las hembras. Hasta el día en que yo conservé mis testículos todos
los machos me ladraban cuando Gloria me sacaba al gueto. Las hembras se
acercaban y disponían su trasero delante de mí hocico para que las oliera y las
montara. Me gustó una perra salchicha que tenía un culo respingón. Me gustó
aquel olor porque en cierta manera me recordó a mi madre. La polla se me salió
en forma de cuña roja como un pintalabios y se puso tiesa y rezumante. Al
principio costó que entrara. La presión de su pequeño chocho de perra virgen
(era su primer celo) me dio mucho gusto. Cuando la tenía completamente dentro,
alzado sobre mis dos patas traseras, me menee dentro de ella haciéndole gemir
voluptuosa a través de instintivos pero prácticos y finos movimientos de
cadera. Me alegro de haber perdido la virginidad. Conozco otros casos de perros
que mueren sin haber echado un polvo a una perra. Pistós, por ejemplo, que era
un pastor alemán que yo no llegué a conocer personalmente; pero los demás
perros del gueto me contaron que el bueno de Pistós, siendo tan gallardo como
era, jamás logró montar a una perra. Murió viejo y triste, con el pene tan
marchito como su alma. Una artrosis prematura le privó del acto sexual desde
bien joven. Es la cosa más triste del mundo.
Cuando andaba cerca de cumplir el año,
Gloria me llevó amordazado a un lugar tan resplandeciente y pulcro que
resultaba estremecedor. Había más como yo aguardando en la sala de espera, con
el rostro cabizbajo y el rabo metido entre las piernas. Presos de un miedo
inconcebible que resultaba aún peor por el hecho de que desconocíamos qué
diablos hacíamos allí. Aunque yo lo sospechaba, pues un perro amigo mío me
había dicho que pasado cierto tiempo nos llevaban a un sitio parecido al que me
encontraba, y que un hombre gordo, vestido con una holgada camisa decorada con
estampados de huellas de perro de colores, nos arrancaba los huevos tras
sedarnos con un medicamento que nos privaba de voluntad. Cuando te despertabas
ya no tenías huevos. Ya no te volverían a ladrar por la calle otros machos y
las hembras dejarían de mostrarse interesadas, y tú al mismo tiempo perderías
el interés por oler chochos de perra y orines de macho con olor a testosterona.
Sin huevos todo perdía el sentido y después te ponías gordo como el hombre que
te había arrancado los huevos. Lo normal es que pasaras unos días deprimido,
aunque a veces la cuestión se prolongara durante semanas o meses o hasta el
mismo día de tu muerte. Esto me había relatado mi amigo, que ya era viejo y
hacía años que le habían arrancado los cojones. Él era un perro grande que
antes presumía de haberse follado a muchas perras y de tener unos huevos
grandes llenos de esperma con el que seguro habría fecundado a más de una
hembra en celo. Me dijo que desde el día en que se quedó sin huevos, no había
uno solo en el que no hubiera pensado en suicidarse. Cuando le sacaban al gueto
hurgaba con su hocico entre la basura en busca de objetos punzantes o cortantes
que tragarse y acabar de esta forma con su vida miserable. Pero la castración
es un mal menor comparado con lo que suele pasar después. Durante una semana me
pusieron un collarín que me impedía mover el cuello y lamerme las heridas de
mis recién arrancados cojones que al cicatrizar picaban más que las putas
pulgas. Gloria me sacaba al parque. Al acercarme a alguna perra ésta me
ignoraba. Solo encontraba apoyo entre los otros machos castrados como yo.
Observábamos de lejos cómo otros perros que no habían cumplido todavía el año
jugueteaban en torno a las hembras con sus esbeltos y prietos cojones. Nuestro
único consuelo era pensar en que tarde o temprano a ellos también les
arrancarían los huevos y sufrirían como nosotros, marginados y privados del
placer que supone cogerse a una hembra. El destino de un perro castrado está
abocado al fracaso más absoluto. En pocas semanas pierdes toda vivacidad. Te
deprimes. Tiendes a tener pensamientos confusos, incluso acaba por gustarte la
comida basura de la que hablé antes. Pierdes el interés por toda clase de olor.
La vida no tiene sentido sin huevos, esa es la cuestión, como me confesó mi
gran amigo.
Once.
Dragos, otro de los perros con los
que solía juntarme en el gueto, además de carecer de huevos, también se había quedado
ciego. Se trataba de un caniche enfermo y anciano. Lo que nos contó me dejó
pasmado. Cuando su dueño mantenía relaciones sexuales le gustaba meter a Dragos
en la habitación. Ver fornicar a humanos es lo más degradable que existe.
Gloria fornica con machos y hembras por igual. A veces me quedo observándoles
tratando de recordar mi primera vez, pero el sentimiento de repulsión que
experimento me priva de toda capacidad. Cuando la visitaba el gorila solía
meterme debajo de la cama o ladraba para que me dejaran escapar de allí. El
gorila la montaba de cualquier forma y ella gemía como mil perras de Laconia.
Ambos blasfemaban. Raras eran las veces que no se abofeteaban o escupían
encima. Hubiera deseado ser ciego como Dragos para no presenciar tales actos.
El negro era gigantesco, sus espaldas inmensas y musculadas abarcaban todo.
Gloria solo era una pequeña paloma pálida entre las garras de aquel cernícalo
furioso de cráneo pelado y deforme. Dragos nos contaba que a las hembras con
las que se acostaba su amo les gustaba que les lamieran las partes íntimas. Él
las vendaba y obligaba a Dragos a chupetear aquel órgano húmedo y abierto cuyo
sabor, según lo describía, era semejante no al bacalao, sino al olor que
desprende una olla hirviendo de ropa interior. A veces ese órgano también
contenía rastros de sangre. Cuando esto sucedía, el acto en sí no le disgustaba
tanto, porque era como chupar un hígado crudo de vaca, decía Dragos. Las
hembras humanas enloquecían de placer con la lengua de Dragos.
Doce.
Debido a la falta de ánimo por
carecer de testículos, a veces me pongo a filosofar. La otra noche en el gueto
no me relacioné ni con perros ni con humanos. Me retiré a una esquina del
parque y me dediqué a observar a los humanos y a los perros. A veces pienso que
tener perros es parecido a tener hijos retrasados. Los perros son, por norma
general, unos animales tontos, unos babosos de mierda con mirada de gilipollas.
Dicen que somos el mejor amigo del hombre, pero en el fondo no somos más que
una mierda a los que pasado un tiempo nos arrancan los huevos. A nosotros los
perros se nos han atrofiado los instintos. A mí no me hace ni puta gracia que
traten de jugar conmigo, hay que ser un auténtico negado para salir corriendo
tras un palo o una pelota. ¡Anda que se jodan y nos devuelvan nuestros
cojones!
Trece.
No es nada fácil mear para un perro.
Mucho menos cagar. Uno se siente jodidamente vulnerable a la hora de cagar o
mear cuando te están observando. Hay que buscar el sitio adecuado. Hay que
seguir un rastro hasta aquel lugar en el que la mierda de instintos que tenemos
nos dicen: “adelante, aquí puedes depositar tus necesidades fisiológicas, sucio
animal de mierda”. No me hace ni puta gracia hacerlo a la fuerza. Prefiero
cagar o mear en casa, donde estoy más tranquilo. Eso de que me recojan la
mierda me da un asco que no puedo. La mierda que sale caliente de mis entrañas
desprendiendo vapores nauseabundos y que Gloria recoge entre arcadas
envolviéndola en una bolsa de plástico. Pienso a menudo en el desgraciado que se
levanta muy temprano para vaciar las bolsas de caca que se acumulan en las
papeleras del gueto.
Catorce.
Odio ser un animal doméstico. Muy
raras veces sueño, pero cuando lo hago sueño que persigo a algún pajarillo o a
algún gato. Sueño que le atrapo entre mis fauces y le arranco la vida a
mordiscos rememorando nuestro pasado salvaje de lobos. Pero lo que más me gusta
soñar es que no me han arrancado los huevos y me cojo a una buena hembra. Sueño
con ser viril y tener cachorros. Con ser un padre de familia que,
posteriormente, cuando su progenie crezca, pueda reproducirse a su vez con sus
cachorras y engendrar nuevos vástagos nacidos todos de una sola estirpe
propagando de esta forma y durante muchas generaciones la raza única. Pero lo
cierto es que soy un perro miserable, un chucho asqueroso mezclado al que le
quedan por vivir todavía muchos años lamentándose de su condición de eunuco. Me
gusta imaginar cómo sería mi padre. Como se cogería mi padre, vagabundo y
aventurero, a la perra de mi madre. Me imagino el polvo del que fui engendrado
para después contemplarme a mí mismo aquí encerrado, entre estas cuatro
paredes, junto a Gloria, haciéndole compañía durante años, pensando
exclusivamente en tirarme por la terraza y descansar en paz.
Quince.
Otro día en el gueto. Solo que ahora
nos han segregado a una parte del parque cercada por una valla metálica
precedida por un cartel que pone: Solo
perros. En este corral de cuadrúpedos caninos idiotas hay dispuesta una
serie de bancos donde se sientan nuestros dueños. Hace ya mucho que desistí de
oler el culo o el sexo a un semejante. Ahora únicamente reflexiono, distante,
apartado, como ha de hacerlo un buen filósofo, aunque sea un perro. Veo cómo
juegan los perros, cómo se huelen y agitan sus nerviosas colas, cómo hurgan en
la tierra y levantan una polvareda asfixiante que a mi edad soy incapaz de
soportar. Estúpidos. También observo a los humanos conversando o poniéndose
ebrios con litronas que envuelven en bolsas de plástico, como cacas, mientras
se fuman unos cigarrillos. Pienso que en ese instante no hay ninguna diferencia
entre unos y otros. Es entonces cuando me percato de que, de repente, son los
propios humanos los que se ponen a cuatro patas dispuestos a olerse y lamerse
los culos y los sexos. Los que se suben los unos a los otros babeando y
emitiendo incomprensibles ladridos. Los que hurgan en la tierra o sacan las
lenguas babeantes para que los perros, sentados todos ahora en los bancos que
antes ocupaban sus amos, les lancen palos y pelotas mientras balbucean
borrachos: “Buen chico, buen chico. Tira a por ella”.
13/11/21
UN EMPLEADO EJEMPLAR
Anti-sinopsis
Género: Thriller de supermercado, existencialismo, ultraviolencia, lucha contra el consumo, clase trabajadora.
Un joven español recién llegado de Alemania, Macario Amador, consigue un contrato en las oficinas de Hermosilla (Madrid) para trabajar como reponedor en el Corte Inglés de Castellana. En seguida, Macario Amador entabla buenas relaciones con sus compañeros de trabajo, puesto que se trata de un empleado incansable, siempre dispuesto a echar una mano a sus colegas en caso de que estos lo requieran. Cuando vuelve a casa, tras una dura jornada en el supermercado, acostumbra a pasar todo el tiempo leyendo las obras del Marqués de Sade. Un día, al pasar junto a la sala de los televisores, unas voces de ultratumba le persuaden para que mate a las viejas ricachonas y decrépitas que saquean los lineales del supermercado. Sin dar crédito a lo que oye, pensando que quizás se trate de una alucinación desencadenada por la incesante lectura del Marqués, decide olvidar el asunto. Sin embargo, a la mañana siguiente, las mismas voces vuelven a irrumpir en su cabeza, con la diferencia de que en esta ocasión no tratan de persuadirle si no que le increpan con rudeza que no las haya suprimido de una puta vez. A partir de entonces, las viejas del barrio de salamanca comienzan a desaparecer en misteriosas circunstancias. Las pérdidas vertiginosas en ventas del supermercado ocasionadas por tan insólita situación, terminan por captar la atención de la prensa amarilla. Unas semanas después de estos extraños incidentes, el inspector Eximio Niebla, un detective frustrado que lleva años investigando casos de infidelidad matrimonial, se siente sumamente intrigado por el caso, por lo que, con el afán de lavar su reputación decide emprender una minuciosa investigación. Mientras tanto, los métodos de exterminio ejecutados por Macario Amador se tornan cada vez más y más perversos, pues cuando algunas de estas viejas erráticas se encuentra en apuros, nuestro despiadado asesino de ancianas las atiende con cortesía, hablándoles dulcemente, como si al mirarlas a través de sus ojos negros se asomara en realidad el mismísimo demonio. Las viejas, confiadas, se dejan engañar por el joven empleado y son conducidas por los laberínticos pasillos del super hasta dar con las cámaras subterráneas, en dónde penden infelices toneladas de carne refrigerada. Una vez dentro, Macario Amador, armado con una pata de jamón ibérico, las golpea brutalmente hasta romperles la cabeza. Por su parte, Eximio Niebla, siguiendo una serie de pistas, llega a la conclusión de que el causante de dichas desapariciones tiene que trabajar en el mismo supermercado. Una noche, mientras veía uno de sus programas favoritos sobre crímenes, se le ocurre que la mejor manera para atrapar al responsable de las desapariciones será disfrazarse él mismo de viejecita. Vestido de vieja encorvada, acude en los días sucesivos al supermercado dedicándose a preguntar a diestro y siniestro a cada empleado hasta que todos terminan por odiarle, todos, a excepción de Macario Amador. “Es este el hombre que buscamos”, piensa Eximio, y con la mano sosteniendo el revolver hábilmente ocultado en un bolso que tomó prestado de su difunta madre, que era una viejecita egoísta y cabrona, sigue con cautela al asesino de viejas hasta los intrincados abismos del supermercado. Una vez dentro, Eximio no da crédito de lo que ve: cientos de viejas colgadas como reses de los oscilantes ganchos de las cámaras frigoríficas. Entonces se produce un forcejeo entre ambos, Eximio dispara por accidente y revienta a una de las viejas congeladas, con la mala suerte de que la bala rebota contra otro de los cuerpos y le hiere en una rodilla. Macario Amador, sorprendido por el ataque con arma de fuego, y armado aún de su rompe cráneos 100% ibérico, abandona las cámaras dispuesto a esconderse entre la maleza y las rocas que componen el paisaje de la sierra madrileña. Con los meses, Eximio Niebla se recupera y decide no volver a meterse en camisa de once varas, para regresar, con la cabeza bien alzada (eso siempre), a su puesto habitual de los casos de infidelidad doméstica. En cuanto a Macario Amador, con el tiempo, terminará adaptándose a la vida del salvaje, siendo su existencia algo más que un mero pretexto para pasar una noche divertida contando historias de miedo entre excursionistas y montañeros de la sierra, sino que pasará a formar parte de la cultura popular conocido desde entonces como el licántropo de Guadarrama.